domingo, 24 de febrero de 2008

Solbes noquea a Pizarro / Antonio Casado

Si se trata de formar criterio ante las urnas de marzo, y de eso se trata, el debate televisado Solbes-Pizarro vale por veinte mítines electorales. Y eso también puede aplicarse al periodista.

Para que el malentendido no quede flotando al inicio del artículo, por tanto, el arriba firmante opina que la noche del jueves Pedro Solbes y las cámaras de Antena 3 derrotaron estrepitosamente a Manuel Pizarro, el elefante blanco del PP en asuntos económicos.

El toque aznarista del “España no va bien” del número dos del PP por Madrid sucumbió a “La herencia que dejamos es mejor que la que recibimos”, bajo el diluvio de datos incontestables que el vicepresidente descargó sobre el virtual ministro de Economía de un improbable Gobierno Rajoy en la próxima Legislatura.

Datos contantes y sonantes sobre la situación económica, pero no sólo. Igual de demoledor estuvo Pedro Solbes cuando hizo política pura y dura: “Ustedes están convocando a la crisis. No buscando soluciones sino creando problemas”.

En un escenario relajante, como un trozo de cielo deshabitado –parecía que de un momento a otro iba a cruzar la pantalla un ángel con alas de percalina–, algunas pedradas verbales de Pizarro sonaron como un furioso solo de batería en un claustro benedictino. Sobre todo cuando habló de suprimir pagos a terroristas y reformas en la vivienda del ministro Bermejo como una manera de reducir el gasto público.

Con Solbes de interlocutor no venía a cuento utilizar la demagogia. Dicho sea como constatación de que el vicepresidente es persona incompatible con la soflama o el fogonazo verbal. En aquel escenario de tonos celestes y ante la apacible banda sonora que estaba generando el debate, aquello fue como la entrada innecesaria y a destiempo de un mal defensa central.

Los espectadores vieron entonces a Solbes con cara de no me lo esperaba de usted, señor Pizarro, no me haga descender a ese nivel. Y ahí se acabó de fraguar la derrota de fondo de Pizarro. La de forma se la ganaron los planos chivatos del realizador cuando no estaba en el uso de la palabra. Otra mala pasada de su inexperiencia. La cámara vendía al espectador una mirada desconfiada, como si temiera un salto felino de Solbes, pero ni de lejos podía el espectador compartir ese temor.

Imposible sentir miedo ante la faz inalterable y sosegada del vicepresidente. El parche del ojo resaltaba aun más, si cabe, su placidez facial. Era la calma mullida del pícnico, frente a la turbulencia interior del asténico. Eso no le hacía justicia a Pizarro, cuya sonrisa le reconciliaba con la cámara. Lo malo es que apenas sonreía.

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