sábado, 15 de marzo de 2008

Los paraísos fiscales ofrecen secreto bancario, anonimato, ausencia de tributación y libertad para el capital

MADRID.- Los paraísos fiscales proliferaron por el mundo en los últimos 30 años debido a la libre movilidad de capitales. El efecto directo fue la fuga de considerables sumas de millonarios y corporaciones internacionales hacia lugares donde prácticamente no tienen que pagar impuestos. Las Naciones Unidas llegaron a contabilizar 74 centros financieros extraterritoriales, entre los que se destacan: Bahamas, Islas Cayman, Bermuda, Isla de Man, Luxemburgo, Panamá...

Para atraer a grandes depositantes, los paraísos fiscales ofrecen a sus clientes total libertad para el movimiento de capitales, ausencia de cualquier tipo de regulaciones o encajes, y estricto secreto bancario. El anonimato de los titulares de las cuentas garantizó no sólo depósitos de aquellos que buscaban evadir impuestos, sino que paulatinamente los paraísos fiscales también comenzaron a custodiar fondos de actividades delictivas como el narcotráfico y los provenientes de la corrupción política.

El negocio de la banca "off shore" y el lavado de dinero como principal actividad económica llevó a varios países a conseguir extraños records. Un ejemplo son las Islas Cayman, que tienen un promedio de tres bancos por metro cuadrado. Pero ser paraíso fiscal no es una actividad exclusiva del Tercer Mundo tropical. El aristocrático principado de Liechtenstein, en el corazón de Europa, tiene 35.000 habitantes y unas 70.000 compañías radicadas en su registro de sociedades, un promedio de 2 por habitante, según el abogado Fabián Rodríguez Simón en su libro "La crisis bancaria y la operatoria off shore".

Además de las ventajas jurídicas, para resultar atractivos a sus clientes los paraísos fiscales también deben presentar una serie de ventajas extrajudiciales. Rodríguez Simón destaca la cercanía de los grandes centros financieros, un alto grado de tecnología en comunicaciones, capacidad y calidad hotelera y un buen nivel cultural de la población. En algunos casos también se encuentran filiales de los principales estudios jurídicos y contables del mundo: Coopers & Lybrand, Deloitte & Touche, KPMG, etc.

En la actualidad los paraísos fiscales representan el 1,2 por ciento de la población y cerca del 26 por ciento de los activos mundiales. Según un informe del ex funcionario del FMI ,Vito Tanzi, los centros financieros extraterritoriales retienen más de 5 billones de dólares, un tercio del PIB mundial. La organización internacional humanitaria Oxfam estimó que los paraísos fiscales han contribuido a pérdidas en la renta (ingresos tributarios) de los países en desarrollo por unos 50.000 millones de dólares.

Después de las crisis financieras de la década pasada, varios países desarrollados comenzaron a mirar con preocupación a los paraísos fiscales. Aunque no encontraron relación directa con las convulsiones de los mercados, les asignaron el eufemismo de “no favorecer a la estabilidad global”. De ese modo, el Grupo de Acción Financiera Internacional (GAFI) elaboró en el 2000 una lista de 35 países con “prácticas fiscales nocivas”, y los encuadró bajo el rótulo de “Estados no colaboradores” y “Estados observados”.

En su informe 2005 el GAFI menciona sólo a tres países observados: Myanmar, Nauru y Nigeria. Una parte sustantiva de los estados que el GAFI removió de sus listas fue bajo promesa de corregir sus prácticas fiscales al 31 de diciembre de 2005.

Muchos de esos territorios tienen una relación directa de dependencia con los principales centros financieros: por caso, países integrantes del Commonwealth británico o la influencia que ejercen los Estados Unidos sobre las Bahamas o la isla de Guam.

1 comentario:

Anónimo dijo...

informaciones compradas por los espías alemanes a un ex empleado del LGT Bank revelan que miles de acaudalados europeos

[alemanes, italianos, ingleses, españoles, nórdicos] regularmente utilizaban a ése y otros bancos de Liechtenstein así como las facilidades que el principado otorga para la creación de fundaciones cuyo propósito no es la filantropía, sino la evasión fiscal.

Esta información provocó una gran conmoción en Alemania y la opinión pública reaccionó indignada al ver cómo los más privilegiados no sólo ganaban mucho sino que, además, se las arreglaban para pagar pocos impuestos. Las autoridades, tanto alemanas como de otros países, han estado utilizando la información de los DVDs y otras fuentes para investigar y encarcelarlos, pero sobre todo para cobrar lo que los evasores le deben al fisco. También se han generado fuertes presiones para endurecer las normativas europeas sobre la evasión fiscal y obligar a países como Liechtenstein, Mónaco y Andorra a acatarlas.

Este nuevo fervor en contra de la evasión fiscal también tiene sus detractores. La periodista Lola Galán escribe en EL PAÍS que Michael Lauber director de la Asociación de Banca de Liechtenstein opina que en ese país ni se lava dinero, ni se permite ninguna transacción vinculada con redes terroristas o criminales. "Pero la evasión de impuestos es otra cosa", le dijo Lauber a la periodista; "no lo consideramos un delito". El propio príncipe Alois von und zu Liechtenstein declaró que "Alemania utilizaría mejor su dinero arreglando su sistema fiscal que gastando millones en comprar información robada".

En estos argumentos está implícita la idea de que si un país cobra impuestos demasiado altos la evasión fiscal será inevitable. Los países que presionan demasiado a sus contribuyentes los estimulan a buscar maneras de bajar las cargas fiscales y siempre existirán países, abogados, prestanombres, bancos y otras instituciones que a cambio de un pago les ofrecerán a los interesados la posibilidad de esconder sus ingresos del fisco. De hecho, en el mundo existe una intensa competencia entre países y bancos para atraer los depósitos de los evasores a través de garantías de confidencialidad bancaria, facilidades para la creación de empresas tapadera, fundaciones filantrópicas, fideicomisos e incentivos de todo tipo.

Fue por esto que a finales de los años 1990 el departamento del Tesoro de Estados Unidos resistió los intentos de otros entes gubernamentales de imponer reglas más severas para controlar los depósitos de fondos de proveniencia poco clara. "No sólo es difícil de controlar esto, sino que lo único que vamos a lograr es espantar a los depositantes extranjeros que se llevarán su dinero a los bancos de otros países", argumentaban los funcionarios del Tesoro en esa época.

Hasta que ocurrieron los atentados terroristas del 11 de septiembre del 2001.

De allí en adelante los expertos en seguridad le quitaron la batuta a los expertos en finanzas. Follow the Money fue la consigna para investigar a las redes terroristas. ¿De dónde obtienen el dinero? ¿Cómo lo mueven? ¿Dónde lo depositan? ¿A nombre de quién están las cuentas? Responder a estas preguntas permitiría no sólo investigar a los culpables, sino prevenir nuevos ataques. Para ello había que contar con leyes mucho más estrictas de control y seguimiento de los movimientos internacionales de capital. Estas leyes fueron rápidamente aprobadas tanto en Estados Unidos como en muchos otros países, creando así el sistema más ambicioso que jamás ha existido para supervisar la manera de cómo se mueve el dinero por el mundo.

El sistema mundial contra el blanqueo de dinero que resultó de la reacción al 11-S es excesivamente oneroso y complicado. Y además tampoco funciona muy bien. Ted Truman y Peter Reuter, dos reconocidos expertos, dedicaron cuatro años a evaluar rigurosamente el sistema antilavado de dinero vigente. Su conclusión es que si bien a los blanqueadores de dinero se les ha hecho la vida más difícil, quienes tienen incentivos y recursos para esconder fondos aún cuentan con infinitas posibilidades para hacerlo, y los riesgos de ser detectados son relativamente bajos.

Esto me lo confirmó un banquero que entrevisté en Zúrich y que es un muy discreto líder en el mundo de la "gestión de patrimonios". "En comparación con la situación que reinaba antes del 11-S, ¿cuánto más difícil es para usted gestionar ahora, digamos, 50 millones de dólares de un cliente que desea mantener esos fondos ocultos de las autoridades?", le pregunté. Sonrió y me respondió: "La principal diferencia es que ahora le cobro más".

¿Debemos entonces concluir que los gobiernos deben simplemente rendirse y abandonar cualquier intento de evitar el blanqueo de dinero y la evasión fiscal? Por supuesto que no. Pero una cosa es lo deseable y otra lo posible.

En un mundo donde el sistema financiero internacional ha crecido de manera extraordinaria, adquirido una complejidad institucional y técnica casi inimaginable y donde cientos de millones de personas pueden transferir fondos de un país a otro sin salir de sus casas tan sólo tecleando un ordenador conectado a Internet, tener la ambición de controlarlo todo puede llevar a controlar muy poco y hacerlo muy mal. Para hacerlo mejor no hay recetas sencillas. Pero una muy obvia es que los esfuerzos deben ser mucho más selectivos e inteligentes de los que tenemos hoy en día.

Y en todo caso es bueno siempre tener presente que ningún sistema puede neutralizar la creatividad de quienes tienen enormes incentivos para evadirlo. Y esto es cierto por más que el sistema logre victorias ocasionales como las que tuvo con Spitzer y Zumwinkel. Pero, como todos sospechamos, estos dos casos en el fondo tienen más que ver con mareos producidos por las alturas que con el blanqueo de dinero.
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Moisés Naím es director de la revista Foreign Policy y autor de Ilícito: cómo traficantes, contrabandistas y piratas están cambiando el mundo.