jueves, 21 de agosto de 2008

El poder / Patxi Andión

La sociedad civil se pregunta por la relación que mantienen los poderes que pretenden controlarla. El poder no es partidario de la civilidad del individuo, el “divide y vencerás” pesa lo suyo en la consideración. Es muchísimo mas fácil negociar los individuos de uno en uno que dos en dos y mas que de tres en tres.

Por eso, cuando se juntan unos cuantos, los poderes promulgan una cualquiera de las fórmulas de Ley de vagos y maleantes, o de reunión, y declaran subversivo el arrejunte. El caso es pasar por encima. No vale que de cuando en cuando la sociedad civil se sienta comprendida o apoyada por el poder.

Los tesoros de la sociedad civil no son apetecidos por el poder, son vistos como peligrosos instrumentos perturbadores. Nada le gusta más al poder que suspender las garantías civiles en cuanto puede. Y si pudiera, las suspendería ad eternum. Aunque a veces engaña, porque usa la añagaza de simular ser comprensivo y usa discurso alabatorio. Solo busca la proximidad pretendiendo que la puñalada sea más certera. Se deja abrazar por el oso como los antiguos astures vestidos de paja para hundir el hierro mortal.

El poder es celoso. Está en su misma naturaleza la avaricia infinita y desmedida. Perpetuarse y crecer en cantidad y calidad para poder perpetuarse y crecer mejor. El poder siempre busca en quien apoyarse, de quien servirse en sus fines, pero desconfía de los aliados, porque no quiere compromisos que le obliguen a compartir el mando. La lealtad es para los que guarden la otra moral, la ligada al conocimiento o a las enseñanzas religiosas. Por eso cuando los fines de la coyunda se logran, comienza la trifulca, las desavenencias, y casi siempre la guerra, de nuevo.

El poder no tiene amigos. No cree en las relaciones entre humanos sino entre ejemplares. La amistad consiste en una forma de lealtad altruista, sin fines específicos. Un vínculo desvinculado de cualquier interés que no sea el que ayude a fortalecer el propio vínculo. Los amigos se añoran, se ayudan, se reconocen y buscan. El poder no quiere eso.

El poder abomina de los sentimientos. Rocas en su camino. Cuando los encuentra no sabe que hacer y casi todas las veces que se ha visto en aprietos de verdad ha sido a causa de ellos. El patriotismo, la solidaridad, el ansia de libertad o la defensa de los propios, son algunas de las virtudes que han encendido en la historia las asonadas contra la presión del poder.

Porque el poder aprieta. Aprieta y aprieta sin límite. Sin freno ni embrague. Presiona para reducir el espacio y nunca afloja la mano. No sabe que es eso. Eso si. Cuando asfixia da aire a la presa, y esta comienza a batirse en busca de aire.

El poder es excesivo. Como sigue la deriva malsana de la codicia avariciosa, se va encenagando en el camino y perdiendo cualquier clase de comedimiento. No hay fin para la acumulación. Busca y busca el camino para obtener más y más poder y eso le ciega. No ceja en su empeño ni puede hacerlo. Conviene recordar lo que el viejo dicho asegura de que “La avaricia rompe el saco”.

La sociedad civil que es el principal objeto de deseo del poder y su primera y primaria víctima. Pero es la que rompe el saco. La vida es una paradoja en si misma y de la misma forma, la víctima es la única que cuenta con armas para ser verdugo.

Solo cuando la sociedad civil derrota al poder, es derrotado seriamente. Cuando uno es sustituido por otro, la dinámica sigue con otro vestuario, sea el militar, el sagrado, el judicial o el mediático. Uniformes o disfraces. El futuro viste de paisano. Es hora de creer. Y seguir atentos.

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