domingo, 26 de octubre de 2008

Caja Murcia se queda con la casa de una viuda de Beniel, sin trabajo y con problemas de salud

MURCIA.- Rosa María, una vecina de Beniel de 44 años, se ha visto obligada a abandonar su casa después de cancelar la hipoteca por incapacidad para cumplir con los pagos, según revela "La Verdad".

Esta mujer es la cabeza de una de familia sin padre. Tanto ella como sus dos hijos mayores han desarrollado oficios en el sector de la construcción. Ahora los tres están sin empleo, excepto unas pocas horas a la semana en las que Rosa se emplea como limpiadora y que le proporcionan unos 70 euros al mes.

Con la ayuda estatal que recibe por su hijo pequeño y el subsidio del paro que cobra el mayor, de 24 años, la familia subsiste con bastante menos de 1.000 euros al mes.

Claro que esto no fue siempre así. Hasta principios de año, todo iba bien -con los típicos problemas de cualquier familia, Rosa tiene además graves problemas de salud en las muñecas y la columna como resultado de un accidente de tráfico-.

Sin embargo, las cosas comenzaron a cambiar. La primera en perder su empleo fue Rosa. Después el mayor, cuando la empresa de jardinería para la que trabajaba redujo su plantilla de 24 personas a dos. El primogénito es estructurista, o encofrador, pero «hace tiempo que es imposible encontrar nada por ahí», comenta su madre.

El mediano también tuvo lo suyo. En junio «le hicieron firmar la baja voluntaria sin que se diera cuenta, por eso ahora no puede cobrar el paro». El pequeño va a la escuela todavía.

Después de todo ello, la familia de Rosa comenzaba a darse cuenta de que no podían afrontar el pago de la hipoteca, en la que se embarcaron el año pasado, tras comprar la casa. Llegaron a acumular una deuda de 3.200 euros, según cuenta la madre. Imposible refinanciar, puesto que se pidió a 40 años. Al final, hubo que llegar a un acuerdo: la deuda cancelada, los pagos realizados perdidos y la casa para el banco, en este caso, Cajamurcia.

La semana pasada alquilaron otro piso, pues este martes tienen que dejar su antiguo hogar. Para la entrada y el primer mes, han necesitado la ayuda de un hermano de Rosa, soltero pero no rico.

Además, deben recurrir a menudo a las ayudas de las organizaciones humanitarias, aunque les duele reconocerlo.

«Míreme ¿usted cree que yo quiero que el Gobierno o las ONG me den ayudas? Pero si me da vergüenza incluso pedírselo a mi hermano. Mis hijos y yo sólo queremos un trabajo».

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