lunes, 27 de octubre de 2008

Lo que no hemos hecho bien / Jordi Sevilla

Parece que estamos en un segundo tramo del tobogán de la crisis.Como resulta evidente que si tenemos dificultades graves es porque no todo lo hemos hecho bien, tal vez convenga aprender de alguno de los errores cometidos. En primer lugar, no hemos prestado atención a las voces que venían denunciando lo insostenible de un modelo de crecimiento basado en la especulación financiera.Y no me refiero a críticos radicales como Chomsky, sino también a Soros.

La ordenación del crédito permitió dar un gran salto adelante al capitalismo comercial. Pero cuando el volumen de crédito mundial es 10 veces superior al valor del PIB mundial, esto se aproxima, de manera peligrosa, al timo de la pirámide. Sobre todo, cuando ese crecimiento exponencial del crédito, en sus mil formas, se basaba en la esperanza de que algunos activos que los soportaban, como las viviendas, seguirían incrementando su precio de manera indefinida.

Poner límites a esta expansión especulativa y casi ilimitada del crédito, mediante normas prudenciales extensibles a todo el sistema financiero, tendrá que formar parte de las reformas necesarias.

Tampoco, en segundo lugar, hemos sido capaces de reaccionar frente a los problemas de gestión en grandes corporaciones cuyo reparto accionarial es tan disperso que nadie ejerce de dueño, siendo los gerentes quienes hacen y deshacen con el único criterio del valor de la acción en Bolsa al que, además, suelen ligar sus cuantiosos estipendios.

Cuando los inversores de riesgo se mueven únicamente por la cotización en Bolsa y no por los beneficios, el empleo o la producción, el incentivo para adoptar decisiones cortoplacistas, desestabilizadoras en el medio plazo, es demasiado fuerte. Ha habido quien a esto le ha llamado avaricia o codicia excesiva de los gestores. Creo que el problema es más de lógica del sistema que de fallos individuales aunque, como ha señalado Emilio Botín, también ha habido errores cometidos por personas con mucho poder y sin nadie que les impidiera adoptar esas decisiones que han resultado equivocadas.

Las políticas de responsabilidad social de las empresas son cruciales, junto a los códigos de buen gobierno, para mitigar estos riesgos.

En tercer lugar, llevamos años haciendo oídos sordos a quienes denuncian los problemas que acarrea la asimetría existente entre una globalización económica muy acusada y la ausencia de instituciones de control que le pueda dar réplica adecuada. No hablo del déficit democrático y de las injusticias que permiten un mercado mundial sin el contrapeso de un gobierno mundial.

Pero si de la más modesta pretensión asociada a la existencia de mecanismos adecuados de gobernanza de esa globalización que impidieran, por ejemplo, la existencia de paraísos fiscales, de intermediarios financieros sin control o competir en precios a países que obtienen sus productos vulnerando derechos laborales o medioambientales que deben ser exigibles a toda la humanidad.

En cuarto lugar, no solo han fallado los sistemas de alerta previa.Una vez desatado el tsumani de las subprime -y la primera quiebra se produce en abril de 2007-, se ha reaccionado con mucha lentitud, lo que ha obligado a que, al final, haya habido necesidad de una cierta sobrerreacción.

Es cierto que las características de la crisis lo han favorecido, dado que ella misma se ha desarrollado a cámara lenta. Si el desencadenante ha sido los activos tóxicos, el problema no ha consistido sólo en determinar quien tenía y por qué cuantía.
El problema es que muchos activos sanos, en principio, se han convertido en tóxicos por la evolución de los acontecimientos, afectando en cadena a la solvencia de varias entidades. Y a priori, no se podía saber qué activos podían convertirse en tóxicos y cuales no.
Pero, aún así, los gobiernos han pecado de excesiva prudencia, tardando en reconocer y asumir la gravedad de una situación que les debía llevar a adoptar medidas excepcionales como al final han hecho. Esto ha sido especialmente evidente en el caso del Banco Central Europeo, su política de tipos y su gestión en plazos de la oferta de liquidez.

Ese retraso en el reconocimiento adecuado de la situación ha sido lo que nos hizo intentar caminos, a la postres sin salida, como fue dejar quebrar a Lehman o, entre nosotros, a Martinsa.Cuando se pensaba que esto no era para tanto, parecieron soluciones acertadas. Hoy, seguramente, ni lo uno ni lo otro hubiera ocurrido.De hecho, se ha abandonado, para grandes entidades, la postura de dejar que el mercado se limpie a si mismo.

En quinto lugar, algo de razón tienen quienes señalan a los gobiernos y a los bancos centrales, en especial a la Fed, de tener responsabilidades en esta crisis. En EEUU se combatieron las crisis puntocom o las derivadas del 11-S con ingentes inyecciones de liquidez y bajadas de tipos.

Estas condiciones hicieron posible un endeudamiento masivo de empresas y familias que las convirtió en muy vulnerables cuando, a partir de 2005, empezaron a subir los tipos para combatir la inflación.

Junto a eso, no regular los productos derivados fue una decisión consciente de Greenspan, que frenó varios intentos legislativos en ese sentido. Por otro lado, los mismos gobiernos que criticaban los excesos en el sector de la vivienda, mantenían incentivos fiscales a su compra o aprobaban nuevos planes de recalificación de suelo, cebando una burbuja especulativa que los bancos ayudaron a engordar con préstamos hipotecarios de alto riesgo.

En sexto lugar, el asalto a lo público que ha hegemonizado la política en las últimas décadas ha ayudado a generar un clima social en favor del beneficio privado incluso en materias en que este no es aconsejable, ni estable. Se ha estado desprestigiando aquello que, al final, es lo que va a salvar, otra vez, al sistema capitalista.

Aunque ahora, más que refundarlo, me temo que todo quede en un discreto aseíto ya que casi nadie lo cuestiona de raíz, a diferencia de lo que ocurría cuando Bretton Woods. Y ya se sabe, sin competencia.

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