lunes, 16 de febrero de 2009

Este olor a corrupción no se va ni a tiros / Juan Carlos Escudier

Sacado bruscamente de su perpetua somnolencia, Rajoy ha decidido morir matando, aprovechando que ese santo y seña de la Judicatura que es Baltasar Garzón ya ni se molesta en parecer que es honrado. El gallego está solo, fané y descangallado, que decía el tango, pero desde que se enteró de que el juez y el ministro Bermejo recorren juntos páramos y repechos en alegre montería ha podido pensar que los tiene rodeados. Como maniobra de distracción puede que sirva unos instantes, pero no hay recusación ni foto de familia lo suficientemente grande para ocultar la trama de corrupción destapada en torno al PP. Y es bueno que su presidente lo sepa, ahora que estamos seguros de que, por fin, se ha despertado de la siesta.

Lo que se conoce hasta el momento responde al viejo esquema de financiación ilegal de partidos, en el que un puñado de golfos se forran con la excusa de alimentar las calderas de la casa común, aunque bien pudiera tratarse de golfos que engolfan a otros golfos, que además son o han sido cargos públicos de relieve. En las conversaciones grabadas al supuesto jefe de esta mafia, de apellido Correa, ya han salido a relucir nombres de ex ministros como Álvarez Cascos y referencias a cuentas en paraísos fiscales de miembros de aquellos gabinetes de José María Aznar, lo cual es para quitar el sueño a cualquiera, incluso a Rajoy que lo concilia como nadie.

Resulta un sarcasmo que se pretenda utilizar la excusa de la cacería, por muy estéticamente reprobable que sea, para desviar la atención sobre unos hechos que, de confirmarse, exigirían una regeneración integral de un partido que ya en tiempos de su estadista con bigote presumía de no deber un euro a la banca. Nadie con dos dedos de frente puede pensar que, de existir una conspiración judeomasónica contra el PP, ésta tenga que diseñarse en los cerros de Jaén ante un plato de migas con chorizo cuando, además, los primeros detenidos se maceraban ya en los calabozos de la Audiencia Nacional a la espera de que el juez campeador se inmortalizara, como es de rigor, ante los venados inertes de su puntería. ¿Acaso al magistrado, al ministro o al comisario de la Policía Judicial que, según parece, también estuvo al acecho, no les funcionaba el móvil o el correo electrónico y tuvieron que ir a Sierra Morena a confabularse?

No se trata, por tanto, de una trama contra el PP sino uno trama que tiene al PP como epicentro, y eso lo conocen bien sus propios dirigentes. ¿Cómo explicar, si no, la rocambolesca defenestración del alcalde de Boadilla, la destitución fulminante del consejero de Deportes de Esperanza Aguirre o el reconocimiento de que dosieres sobre presuntos mangoneos de cargos del partido circulaban por libremente por la sede de los populares desde hacía años?

Si no hay cáncer sino maledicencia, ¿por qué las mutilaciones? La historia da tantas vueltas que quienes se reunían con Amedo en el despacho del director de un diario para ver cómo podían ayudar a Garzón a poner a la sombra a Felipe González por el `caso GAL´ se presentan ahora como víctimas de una conjura protagonizada por este mismo juez, quien, por cierto, daba el viernes la puntilla a los populares rechazando su recusación y anunciando la próxima imputación de varios cargos electos.

Se puede coincidir en que el auto por el que Garzón ha enchironado al ya citado Correa y a dos de sus colaboradores por los delitos de blanqueo de capitales, tráfico de influencias, defraudación y cohecho, los mismos que atribuye a los otros 34 encausados, no podría optar al premio Espasa de Ensayo, y, de paso, criticar que Don Baltasar no sepa que Miami es una ciudad y no un país. Se puede denunciar sus indefiniciones, más allá de que la red sobornaba con dádivas a funcionarios públicos. Y hasta cabe presumir que el terror de los muflones retrasara todo lo posible la imputación de los aforados para no perder la jurisdicción sobre el caso y seguir atrayendo sobre sí los focos de la prensa. Pero todo ello no exime a Rajoy de explicar por qué ordenó en 2004 que la dirección nacional dejara de trabajar con aquel chulo engominado que organizaba los actos del PP y por qué razón no exigió que las organizaciones territoriales imitaran su ejemplo. ¿Qué se sabía entonces de Francisco Correa y no se dijo?

La hechos de corrupción que se investigan, como el auto de Garzón se encarga de puntualizar, no son nuevos, sino que arrancan, cuando menos, de 1999, lo que apunta a responsabilidades dentro de la etapa de Gobierno de Aznar. Quizás de ahí el empeño de la concejal Ana Botella, que junto a su marido compartió tarta nupcial en El Escorial con varios de los inculpados, para que el PP defienda con ardor guerrero la honradez del aznarato.

Desde la patética escena de esta semana en la que una apesadumbrada dirección del PP con caras de funeral trataba de arropar a Rajoy en su maniobra de contraataque, nada ha vuelto a saberse de la investigación interna que el de Pontevedra había prometido. ¿Ya no hay nada que aclarar? ¿Hay un pacto para no escudriñar en las sentinas a cambio de mantener a Rajoy en la presidencia, aun si los resultados de las próximas citas electorales son desfavorables? Huele tan mal en este partido que para muchos será difícil evitar las arcadas.

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