jueves, 30 de abril de 2009

El cardenal Rouco Varela dice que la ruina financiera es culpa de “almas y conciencias corrompidas”

MADRID.- El pecado es el culpable. Este es el contundente diagnóstico del cardenal de Madrid, Antonio María Rouco Varela, sobre la crisis económica mundial. Sostiene el presidente del episcopado español que la causa de la “ruina financiera” reside en las “almas y conciencias moralmente corrompidas”. Lo mismo que ocurrió en todas las crisis “más graves y dramáticas” del siglo XX, provocadas porque “se había pecado masivamente”.

Para el cardenal-arzobispo de Madrid, “en y de almas y conciencias moralmente corrompidas se han ido gestando ruina financiera, quiebra de orden económico, sufrimiento de las familias y drama humano de los parados”, dice el cardenal en su carta pastoral con motivo del 1º de Mayo.

Ante esa situación, la sociedad, según el purpurado madrileño, debería echar la vista atrás y no cometer los mismos errores. Y aprender del pasado. Porque en las crisis del siglo XX “se pudo ver claramente que lo que había ocurrido era el fallo moral del hombre”. O dicho más en concreto, “se había pecado masivamente”.

¿Y cuál es la salida? No repetir las recetas que ya entonces fracasaron. En las crisis del siglo XX, “no fueron suficientes los recursos técnicos y políticos. Sólo cuando se constató y experimentó trágicamente la insuficiencia de esas recetas puramente socio-económicas y político-jurídicas, antes y después de las dos Guerras mundiales que asolaron el pasado siglo, se pudo ver claramente que lo que había ocurrido era el fallo moral del hombre”.

¿Y cuál es la receta que propone, entonces, el cardenal? La conversión. “Una conversión de los corazones y de las conciencias personales y urgir, al mismo tiempo, una regeneración espiritual y moral de la sociedad”.

Sólo desde aquí “se podrá esperar una solución verdadera, justa y solidaria de los problemas económico-financieros y sociales, que nos angustian y nos hacen difícil vivir con esperanza pascual, sentencia el cardenal madrileño en su carta sobre el primero de mayo.

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