En todas las siglas hay demasiado detritus político. De momento, hago mi observación en la provincia de Alicante y para las elecciones municipales y autonómicas. La degradación es más que evidente para mí, que vengo como periodista de los primeros comicios de 1977 y, por otra parte, no puedo aceptar que la piara política actual califique de espectro el régimen del 78 con sus 40 años de estabilidad y crecimiento desde el turno político. Ya quisieran ellos.
Sigue sin haber color, muchachos, entre aquella clase política y la de ahora. Años luz diría yo.
Sin ser presa de la nostalgia, lo que observo hoy es una clase política frívola y temeraria, algunos de sus componentes con el pin de la Agenda 2030 en la solapa sin adivinar siquiera su alcance y lo que podría provocar de mutación en todo el mundo a las grandes mayorías sociales.
Para botón de muestra, la resistencia en Israel y Francia para empezar. Ya tronaron antes Australia y Canadá. Pero aquí hay oportunistas sin idea que se han subido no saben bien a qué carro sin medir ni evaluar posibles consecuencias, en primer lugar para ellos mismos.
Hay políticos cercanos aparentes, tontos de bellota y con unos jefes de gabinete y asesores más ignorantes todavía sobre la oportunidad y conveniencia política. Se nota cómo los más ilustrados demuestran una superior capacidad de análisis, caso claro si son catedráticos y no espontáneos de la política sin apenas pasado profesional brillante. Por eso cuando gobiernan, algunos no saben ejecutar ni el Presupuesto.
Aquí tenemos como mínimo dos de esos candidatos con mucho tongo pero también dos con mucho acierto y una tercera que esta vez ha preferido permanecer en el banquillo. Se enfrentan, no obstante, a una sociedad muy light y que exige muy poco al estar bastante despolitizada y entretenida para que siga sin pensar o evadida por miedo a su propia realidad. Vive al día y sin mirar al frente. Puro simplismo vital y pensando siempre en el milagro improbable.
Por eso los programas, aparte de poco compromiso real con la ciudadanía, son todos de saldo desde unos planteamientos low cost, tanto desde aquí como desde Valencia que, al igual que Madrid, maltrata a la provincia en todos los proyectos de presupuestos públicos para Alicante en 2023 aunque sea año electoral pleno. Y ningún político en presencia electoral dice ni pío, que yo sepa, cuando eso ya se está traduciendo en desempleo en ciertos sectores.
De momento me fijo más en los ‘cabeza de cartel’. Y nada del otro mundo para los tiempos más que difíciles que se avecinan en nuestro país y también fuera. Da miedo pensar en qué manos vamos a estar si tenemos que enfrentar algo que las actuales generaciones no han vivido y para lo que no atisbo la más mínima capacidad de adaptación y/o resistencia desde las instituciones.
Hemos visto ya como las jóvenes promesas neocomunistas, con poca o nula experiencia laboral anterior, no entienden para nada lo que es gobernar el Estado de Derecho al igual que sus correspondientes neofranquistas son de efectos mediáticos más que de resultados sólidos hoy en alguna autonomía.
Las coaliciones que se aventan ante empates técnicos a tenor de la demoscopia reinante no auguran la moderación que atrae confianza desde fuera para apostar dentro. Más incertidumbre tras el telón de la primavera y de nuevo encajes de bolillo y cesión tras cesión para no abandonar poltronas.
Y al final, Alicante. Nada nuevo bajo el sol en boca de casi todos los candidatos. A falta de no poder ni saber proponer progreso real del conocimiento por ausencia de la suficiente base idónea y masa crítica, por no hablar ya de capitales – excepto para el incipiente clúster sanitario -, toca más arroz y arena, círculo nada virtuoso del que nuestros políticos no saben sacarnos por la falta de imaginación y saber del que adolecen.