jueves, 15 de febrero de 2007

El litoral mediterráneo acapara el 70% de los daños económicos en toda España por precipitaciones intensas


Paradojas del destino, el mayor aliado natural de la provincia, el Mediterráneo, también es su peor enemigo. Las cálidas aguas del mar, en torno a los 22 o 23 grados de media, son «responsables» de los episódicos fenómenos de lluvias torrenciales a los que está expuesto todo el Levante español cada cierto tiempo, indica el catedrático de Análisis de Geografía Regional de la Universidad de Alicante, Antonio Gil Olcina, en la fotografía.

El también director del Instituto Geográfico ha dirigido, junto con el historiador francés Gérard Chastagnaret, los estudios del libro Riesgo de inundaciones en el Mediterráneo occidental. Un tratado sobre las causas, los motivos y, sobre todo, las consecuencias de las inundaciones en la cuenca mediterránea española.

Uno de los datos más llamativos del estudio indica que las provincias orientales de España suman el 70% de los daños producidos por inundaciones en todo el país durante el periodo comprendido entre 1987 y el 2001. Una tendencia que continuará inalterable durante los próximos treinta años y que podría suponer unas pérdidas de 2.500 millones de euros en la provincia hasta el 2033, según recoge un informe del Instituto Geominero Español y el Consorcio de Compensación de Seguros incluido en el libro.

Las inundaciones y las sequías son «los dos riesgos de causa climática de efectos socioeconómicos y territoriales más importantes en el litoral mediterráneo español», se indica en el apartado Reducción del riesgo de inundaciones en el litoral, del también catedrático de la UA Jorge Olcina. Pero tampoco coge a nadie de improviso: la mitad de las viviendas y el 65% de los negocios e industrias tienen una póliza que les cubre este tipo de desastres.

Las causas de las inundaciones son los «condicionamientos geográficos» especiales de la cuenca mediterránea. La alta temperatura del mar provoca que «ingentes cantidades de vapor de agua vayan a la troposfera, a una altura máxima de doce kilómetros, que chocan con un aire anormalmente frío en los niveles altos de la atmósfera», explica Gil Olcina.

Se forman entonces unos «colosales cumulonumbos», preferentemente entre los meses de octubre y noviembre, que terminan descargando en poco tiempo cantidades desorbitadas de precipitaciones en muy poco tiempo. De hecho, el récord nacional y europeo de precipitación máxima en 24 horas lo ostenta la población alicantina de Jávea, con 871 milímetros. Sirva como referencia la precipitación media anual de Alicante: 355 milímetros. Más del doble, y en un solo día.

A pesar de este registro puntual en la Marina Alta, las zonas con mayor riesgo de sufrir inundaciones son la Vega Baja y el término municipal de Alicante. La escasa pendiente del Segura por Orihuela «favorece los desbordamientos del río cuando acontecen lluvias torrenciales». Por su parte, la capital de la provincia es «otro sector de riesgo en el litoral», con una inundación cada 19 meses de promedio.

El Plan Especial de Inundaciones del Río Segura, ideado en 1977 y construido a partir de 1987, y las obras de los colectores antirriadas en Alicante, terminadas en el 2003, deberían proteger a ambas ciudades de daños, perjuicios e incluso muertes provocadas por lluvias intensas. Pero en el caso de la capital, advierte Gil Olcina, «no sabremos si serán suficientes hasta que no ocurran».

Y no se pueden pronosticar por el momento, ni siquiera con toda la tecnología disponible, de ahí el peligro. Los directores del tratado no han sido capaces de crear un modelo que pronostique cuándo se producirá una tormenta fuerte. «Es un agua que no se prevé, salvo a tiempo real a través del satélite», indica Gil Olcina. Las inundaciones o las temidas gotas frías se producen cada cinco, diez o cada medio siglo.

Pero hay factores que, lejos de reducir los riesgos, aumentan los daños materiales que producen las precipitaciones que, inexorablemente, llegan a Alicante cada cierto tiempo. El catedrático de Climatología Jorge Olcina es tajante: «En los últimos lustros se ha registrado un incremento en el volumen de pérdidas económicas vinculadas a los episodios atmosféricos de rango extraordinario. Realmente ello es así». En especial, el alto grado de ocupación del suelo y el crecimiento demográfico desmedido de la provincia.

En cuanto al primero, la Agencia Europea de Medio Ambiente explica que «es probable que mediante el desarrollo urbanístico de lo que antes eran llanuras de inundación aumente la magnitud de las consecuencias negativas de los episodios» de lluvias intensas.

De hecho, «durante los últimos años se han venido a sumar nuevas áreas inundables, en relación con la ocupación de territorios de riesgo que ha traído consigo la intensa expansión residencial del litoral mediterráneo», explica en su capítulo Jorge Olcina. La antes citada Jávea es uno de ellos.

Es más, las grandes ciudades se han preparado para estos episodios. «La menor consideración del peligro inherente a los pequeños cursos de funcionamiento espasmódico, generalmente secos, ha conducido a la ocupación de espacios de ribera», apunta Olcina.

Sin ramblas

La necesidad de la construcción como eje económico de la provincia ha provocado que «el crecimiento de las ciudades de los últimos treinta años se ha realizado en multitud de ocasiones incorporando a la trama urbana cauces de barrancos y ramblas que no han sido respetados o, en el mejor de los casos, fueron minimizados», indica el profesor de la UA Alfredo Morales Gil en otra parte del libro.

Ahora, las llamadas ramblas resultan «insuficientes para la evacuación de las aguas de escorrentía», puesto que las antiguas avenidas que canalizaban el agua al mar derivan ahora en parques y jardines, para que sirva de riego.

Pero «el suelo tiene su propia lógica, urbanizable no absorbe nada de agua», explica el profesor Chastagnaret. En su condición de historiador advierte: «A los ancianos se les escucha después de las catástrofes. Hagámoslo antes».

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