viernes, 7 de marzo de 2008

¿Por qué no votan los chavalotes? / Francisco Sempere

Digamos que llamo chavalote a todo aquel joven de entre 18 y 98 años que tiene su peña, pandilla, grupete, partida de dominó, agregados al msn…y que se reúne en locales, bares, discotecas, plazas o calles públicas.

Tras largas investigaciones de campo he reunido los principales argumentos de los que manifiestan públicamente la frase del mes: “Yo no voto”.

En mi recorrido por los lugares y ambientes más dispares con las gentes más variopintas he descubierto que el abanico de argumentos no es muy amplio y me propongo rebatir una a una las supuestas razones que se escuchan para desoír la llamada a las urnas.

En primer lugar está lo de “todos son iguales”. Siendo uno de los más frecuentes tal vez sea el más débil. En realidad esta afirmación sólo trasluce una incultura política del quince, comparable al que ante un vino Rioja de reserva y otro de barril barato cree estar tomando el mismo caldo.

El desconocimiento y la gandulería suele traducirse en desprecio de la calidad. Y es que las diferencias entre unos y otros partidos saltan a la vista a poco que se abran los ojos: no es lo mismo apoyar una guerra que rechazarla, bajar impuestos para los ricos o para todos, preocuparse del medio ambiente o promover el urbanismo sin límites, ampliar derechos individuales o bien oponerse a ellos.

No es lo mismo profundizar en el estado laico que afianzar privilegios de la Iglesia, y así un largo etcétera que debería hacer enrojecer al que volviera a utilizar este falso motivo de abstención.

En segundo lugar vendría aquello de “a mí la política no me interesa ni me da de comer”. Por obvio que parezca, aclarémoslo: si quieres que te den de comer no vayas al Ayuntamiento ni al Parlamento, suele dar mejor resultado ir a un restaurante. Pero según como se gestionen las inversiones públicas, sí es probable que nos sea más fácil o más difícil conseguir un trabajo que nos permita ir tirando.

Y por cierto, los que más exhiben su desinterés político y tienen fácil el insulto o la descalificación para diversas actuaciones políticas, disfrazan así de pasotismo lo que no es más que gandulería y falta de compromiso…aunque sólo sea para leer un periódico o ver un telediario.

Otra perla más: “si hace buen tiempo me voy y si llueve me quedo en casa, ¿qué más da un voto más que menos?”. Grave error que interpreto como propio de los creídos y los prepotentes. A más de uno le molesta que su voto valga lo mismo que el de un analfabeto, un recién llegado o un enfermo de Alzheimer…

Pero es que esta es la esencia misma de la democracia: una persona un voto sin mirar formación, recursos ni clase y por esto han luchado las personas más valientes y más lúcidas que la humanidad ha parido. El que considera poca cosa que su movimiento –de casa a la urna- valga sólo por uno debería revisar la opinión que tiene de sí mismo y no mirarse tanto al espejo de los listos.

En cuarto lugar está lo de “son unos vividores que luego hacen lo que quieren”. Cree el ladrón que todos son de su condición. Ni todos roban ni los que roban salen siempre impunes ni los sueldos son tan altos (el fichaje del PP M.Pizarro ganó el pasado año más del triple que todos los ministros juntos, por ejemplo) ni harían lo que quisieran si participáramos más en partidos, asociaciones de vecinos, Ampas, sindicatos y cualquier otra actividad de la llamada sociedad civil. Pero es tan fácil criticar lo que se hace cuando uno mismo no hace nada…

Y he dejado para el final el argumento más hermoso, más juvenil, más ingenuo…y más tonto. El propio del chavalote machote, revolucionario, gracioso y quedón que te suelta el discursillo antisistema, que te tilda de burgués reformista vendido al capital que es la otra cara de una democracia falsa, lejos de las paradisíacas asambleas de la democracia directa y bla, bla, bla… y que termina con aquello de “Oye me voy que se me hace tarde”.

Estos son los más duros de pelar porque no entienden que las asambleas tienen su lugar –poblaciones concienciadas y reducidas-, son fácilmente manipulables –suele ganar el que más grita o más amedrenta- y no salen bien casi nunca, y si no que asistan a la reunión de su escalera de vecinos.

Tal vez cuando miren la etiqueta de sus vaqueros o la marca de gasolina que le echan a su moto, o para quien van a terminar trabajando, verán que el sistema, querido mío, el sistema eres tú.

Y negarse a participar en política es hacerle el juego a las fuerzas más oscuras, - lo que llamaban en la Guerra de las Galaxias “el lado oscuro de la fuerza”- las del puro interés monetario, que sólo tienen como freno y contrapoder unos ciudadanos que se dejan de cuentos infantiles y trabajan con su frescura por un “sistema” donde los ideales que merezcan ese nombre gocen del mayor apoyo posible para reformar y transformar la realidad que, queramos o no, compartimos.

¿Es posible resumir todo lo anterior en una sola línea? Creo que sí: “Déjate de tontunas y vota”.

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