La crisis galopante del Partido Popular provoca más interés mediático y político que la esperada investidura de Zapatero, en primera o en segunda votación, algo que se da por hecho y cuya única novedad está en ver qué dice ante el Parlamento el candidato a la presidencia sobre la crisis de la economía —que el BVVA ha situado en una tasa de crecimiento para el 2008 entre el 1,7 y el 2,2%—, la lucha contra el terrorismo y el nuevo Estatuto para el País Vasco, con el que el PSOE pretende garantizarse la estabilidad de su Gobierno. Luego vendrá, eso sí, la formación del nuevo gabinete, donde se deberían introducir más cambios de los que se anuncian, y a partir de ahí, a ver venir el maremoto económico y el espectáculo de las bofetadas en el seno del PP.
Un partido donde la pretensión de Rajoy de volver a entronizarse en un congreso “a la búlgara” se desvanece a medida que se van desenvainado sus espadas, los competidores de los bandos implicados y enfrentados por el control del poder, camino de un congreso en el que ya se vislumbra una creciente fractura, que se simplifica en el duelo personal entre Aguirre y Gallardón, pero que tiene raíces mucho más profundas que afectan a sus posicionamiento ideológico, a su entramado mediático y, por supuesto, al reparto de poder y de influencias entre los líderes nacionales y los barones periféricos o territoriales del PP.
Esta crisis lleva gestándose varios años ante la impasibilidad de Rajoy, que ha pretendido, en el río revuelto y tras la derrota electoral, convertirse en el fiel de la balanza, para permanecer recostado en el primer sillón del PP, lo que no va a ser tan sencillo como pretende porque, si utilizamos su propio lenguaje —“las cosas son como son”— y el sentido común, su falta de liderazgo y su segunda derrota electoral abogan por el relevo en la jefatura del PP.
Es en este escenario en el que Esperanza Aguirre ha tomado la iniciativa y amenaza con presentar su candidatura a la presidencia del PP, exigiéndole a Rajoy en el congreso del partido responsabilidades por el fracaso electoral —del que es coautora— y presentándose como la líder del liberalismo español, lo que además de ser una gran falacia confirma el refrán español de “dime de lo que presumes y te diré de lo que careces”.
Sólo hay que asomarse a Telemadrid —la cadena pública más manipulada de toda España, donde se rinde culto diario a la lideresa— o escuchar a su protegido y “financiado” locutor de la COPE, Jiménez Losantos, quien ayer se dedicó a husmear en la vida “amorosa” de Gallardón, con alusiones a sus pretendidas “queridas”, para ver el liberalismo que adorna a la presidenta de la Comunidad de Madrid. Sin perder de vista su intervencionismo en pos de la competencia desleal de los medios de comunicación, o la persecución, cual “liberticida”, del periodismo independiente, pisando la raya del tráfico de influencias o de la prevaricación. Y qué decir de su pasión liberal a la hora de intervenir, como cualquier Gobierno de la izquierda radical, desde su poder autonómico en la CEOE, Caja Madrid, Endesa, Iberia, Cámaras de Comercio, Ifema, y en todo lo que está a su alcance.
Lo que prueba que Esperanza Aguirre no sólo no es nada liberal, sino que tampoco es demócrata, y por donde pasa, con sus autoritarios modales, la libertad brilla por su ausencia. Y cuanto más habla de su falso liberalismo, peor porque los hechos la delatan. El chantaje que le hizo semanas atrás a Rajoy, para impedir que Gallardón fuera en las listas al Congreso de los Diputados, es otra prueba de su talante liberal. Si ella quería ir en dichas listas —que controlaba desde el PP de Madrid— sólo tenía que presentarse, pero lo de los dos o ninguno es una “cacicada” impropia de un demócrata.
Y a no perder de vista su colaboración en la fantasmada de la conspiración del 11-M que Aguirre ha alimentado en la pasada legislatura, subida en la grupa del diario El Mundo, y que constituye una de las causas de la derrota del PP. Lo único bueno que aporta Aguirre en esta crisis del PP —en la que veremos si no acaba desembarcando Aznar, con su espadón particular— es su ambición como revulsivo para el congreso búlgaro del PP que pretende Rajoy. Todo lo demás, y su permanente desprecio al “centro político”, sólo son fuegos de artificio que, amén de amenazar con un incendio o la ruptura en el PP, no facilitan la renovación de una alternativa política al PSOE de Zapatero de cara a las citas electorales que, a partir del 2009, comenzarán a llegar.
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