jueves, 21 de agosto de 2008

Entre Argelia y Afganistán / José Javaloyes

La visita a Afganistán del presidente de Francia, para honrar de modo especial a los diez soldados suyos muertos en combate con los talibanes, ha puesto sobre el tapete las razones políticas y militares que sustentan esta guerra contra el terrorismo islámico. Si por una parte se cuestiona la posibilidad de una victoria militar sobre los islamistas nucleados por Al Qaeda, de otra parte se discute el rigor del análisis político del que parte esta campaña. Análisis cuyas deficiencias no se alcanzan a disimular con la retórica de que la victoria sobre el radicalismo islámico traerá como premio y compensación moral la implantación de la democracia.

Son los profesionales franceses de la defensa nacional quienes cuestionan el endoso que hizo Sarkozy del planteamiento norteamericano de la guerra afgana. Aportan un argumento decisivo: el fracaso militar cosechado por la URSS en Afganistán, pese a los ingentes recursos desplegados y al empleo de miles y miles de soldados. Trajo el fracaso aquel, para no pocos observadores, el clima moral – de derrota – que precipitó la descomposición de la URSS. Lo entonces sucedido en Afganistán a la que fue segunda gran potencia debería servir de ejemplo a Estados Unidos y sus aliados, que le secundan en ese mismo esfuerzo bélico.

Pero dejado a un lado el dicho argumento moral de implantar la democracia en el inconexo y violento mundo de las minorías étnicas, de los clanes y de las tribus que forman el conglomerado afgano, algo que cuestiona la propia posibilidad del Estado, importa recordar ahora que fue la propia activación estadounidense del légamo islamista en que se asentaba y asienta la realidad afgana, lo que llevó allí al fracaso y la derrota político-militar de la URSS. Algo que los radicales musulmanes intentaron repetir en Chechenia, aunque se encontraron con el puño de Putín; que, sabido es, no se anda con contemplaciones a la hora de despejar de obstáculos los caminos que emprende.

Aquella guerra fue la escuela en que se forjó el islamismo de combate y de terrorismo del que nació el movimiento encabezado por Ben Laden y del que surgieron los activistas que actualmente dirigen las actividades de Al Qaeda en Argelia, Marruecos y Mauritania. A ellos hay que atribuir los atentados de esta semana en Argelia, aunque no hayan sido dirigidos en esta ocasión contra los europeos, sino, en el más grave de todos, contra reclutas de la gendarmería, tal como han hecho tantas veces en Iraq durante el tiempo en que se quiso reconstruir el aparato militar y de seguridad del Estado.

Desde Argelia – y el entero Magreb - hasta Afganistán, pulsa la misma corriente de terrorismo islámico, cuyo tratamiento represivo más adecuado y eficaz no está claro que sea el recurso a la guerra convencional, tal como se insiste en señalar, entre otros, por los analistas militares franceses. Consideración aparte merece, para una lectura española, el factor de proximidad de Al Qaeda en el norte de África por sus conexiones con las comunidades musulmanas en España y el resto de la Unión Europea.

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