domingo, 5 de octubre de 2008

¡Qué se fastidien los ricos! / Jordi Sevilla

El mundo se ha vuelto loco con la crisis. Mientras que una parte del sistema financiero internacional se desmorona, unos piden ayudas públicas por cuantías que arreglarían el problema del hambre en el mundo, al grito de «socialismo para ricos», y otros demandan todo lo contrario, que se respete el principio bíblico de ojo por ojo, el que la hace la paga, a las duras y a las maduras, a la voz de «que se fastidien los ricos» o «no con mi dinero», porque aquello de «proletarios del mundo, uníos», queda demasiado lejos.

A la vez, el mismo fenómeno psicológico que hace que todos compren acciones cuando suben los valores y todos vendan cuando bajan, amplificando con ello el efecto de la burbuja, se está trasladando a los analistas de la situación actual. Muchos de quienes defendían las bondades de la ingeniería financiera en mercados desregulados se apuntan ahora a proclamar el final del capitalismo, ayudando a crear una burbuja explicativa tan artificial como la especulativa.Como siento la necesidad de aclararme un poco en medio de tanto ruido, ofrezco mis reflexiones parciales, por si fueran de interés.

Primero: la crisis actual es seria, profunda, y duradera, marcará cambios importantes en las reglas de juego de una parte del sistema financiero mundial y, por tanto, en nuestro desempeño económico, pero no es el fin del capitalismo, ni el equivalente para este de la caída del Muro de Berlín para el comunismo. Afectará más al discurso ideológico que a los cambios institucionales. Bajo el nombre de New Deal se agrupan las profundas transformaciones legislativas aprobadas por el presidente Roosevelt a lo largo de años para responder a la década de crisis económica que siguió al crash de 1929.

Se puso en marcha, entre otros, el seguro de desempleo, el germen de la seguridad social, la regulación e intervención en todo el sistema bancario, bursátil y asegurador con instituciones se supervisión creadas por primera vez, las políticas presupuestarias de inversión pública, etcétera. Significó tanto un cambio radical de discurso ideológica, como una profunda reorientación de la actividad pública mediante la creación de nuevas instituciones.

Nada de esto se plantea hoy. Al menos, de momento. Excepto Sarkozy, nadie habla ni siquiera del nuevo orden financiero mundial. La crisis actual se ha llevado por delante el modelo de banca de inversiones y una parte del de seguros. Pero toda la respuesta institucional consiste en extender los mecanismos de regulación, control y supervisión que ya existen, a los nuevos segmentos del mercado financiero que se habían desarrollado al margen.

Estamos utilizando lo que hay, aplicándolo a más sitios, pero todavía no se ven instituciones o reglas nuevas. No hay una lógica sistémica distinta, sino una ampliación de la actual y de los mecanismos existentes a nuevas regiones de la actividad económica.Y, en todo caso, los cambios son limitados a la parte dañada del sistema. El resto, que es más del 90%, quedará igual desde el punto de vista institucional.

Segundo. El discurso ideológico neoliberal sí ha quedado profundamente desprestigiado. Los mercados no se autorregulan y el capitalismo necesita de la intervención estatal para funcionar. Pero esto no es un nuevo paradigma, porque ya lo sabíamos todos desde Keynes, menos un grupo de irredentos con gran proyección pública gracias a Reagan y Thatcher.

Si el nuevo socialismo ha aceptado la existencia del mercado y de la propiedad privada -porque sus alternativas son peores- ahora falta que el nuevo liberalismo acepte la no menos inevitable presencia del Estado, porque en su ausencia, las cosas van peor. Esto puede frenar la pretensión de extender la desregulación al resto de sectores de la economía, especialmente al mercado laboral, cuando lo que se ha impuesto ha sido lo contrario, la extensión de la regulación a todo el sistema financiero.

Tercero. Diecisiete entidades financieras intervenidas o quebradas en Estados Unidos y 13 en Europa. . . ¿sólo por las subprimes? Da la impresión de que la misma metodología de trabajo que creó las hipotecas basura y su empaquetamiento posterior, se ha hecho a gran escala con otros productos de alto riesgo y nulo control.Esto es lo que no puede volver a pasar.

Cuarto. A pesar de ello, el crecimiento económico y la creación de riqueza experimentados en los últimos años se los debemos, en parte, a esos mercados financieros desregulados. Tendremos que determinar, todavía, cuánto hubo de intento loable aunque fallido de democratizar el acceso al crédito de las personas con rentas bajas y cuánto de timo, de engaño, de juego de la pirámide disfrazado de banqueros del pueblo.

Pero su final significará entrar en una etapa prolongada de languidez económica y de menor creación de riqueza. Con sus productos de ingeniería financiera, los mercados han movilizado mucha liquidez por todo el mundo, haciéndola accesible a pequeños ahorradores y a pequeños inversionistas.

Cuando hoy tenemos muchas empresas que fabrican cosas reales en situación de dificultad seria, no por falta de demanda, o de rentabilidad, sino porque nadie le presta liquidez para hacer frente a sus gastos de tesorería, tenemos que modificar las viejas ideas sobre la relación entre economía real y economía financiera. El hundimiento parcial de esta última está provocando un frenazo en la economía real de proporciones todavía desconocidas.

Quinto. Esta es la razón última de la rápida intervención gubernamental, de las nacionalizaciones, del plan americano de salvamento. Ayudar, no a los ricos. No a quienes se han hecho ricos con la especulación, No a los dueños de los bancos causantes de la burbuja. Sino a los trabajadores, clientes y empresarios cuyas actividades dependen de estas entidades, evitando que su eventual quiebra provoque una caída en cadena que, como Sansón en el templo, se nos lleve a todos por delante.

A los pecadores, puede. Pero también a los justos e inocentes. Discutamos las medidas concretas, pongamos condiciones, contrapartidas y atendamos también a las familias afectadas. Pero no caigamos todos por el abismo, sonriendo, al grito de ¡que se fastidien los ricos!

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