Nuestro presidente del Gobierno ha acudido a esa reunión pertrechado por las sugerencias que le han ido desgranando esta semana banqueros, sindicatos, empresarios, oposición y, esperemos, los propios servicios económicos del Gobierno. Con todas ellas, habrá forjado -con un poco de precipitación, es cierto- una posición española que, por ser nacional, estará alejada del combate ideológico, ya que las reuniones de jefes de Estado y de Gobierno no son confrontaciones izquierda-derecha, aunque este vector no deba excluirse a la hora de valorar propuestas y soluciones.
Los dos sindicatos mayoritarios, UGT y CC.OO, han optado por diluirse en una posición internacional de clase y se han sumado a la Declaración de Washington que ha presentado la Confederación Sindical Global Unions. Por ello, no haremos una lectura interna del último párrafo del documento que señala: «Los trabajadores tienen que sentarse a la mesa en estas reuniones e instituciones.No confían mucho en que los banqueros y gobiernos, reunidos a puerta cerrada, lo hagan bien esta vez».
El documento sindical hace un análisis bastante ortodoxo (ahora) de la situación, según el cuál la economía mundial se enfrenta a una recesión muy seria.El problema se desencadena por la preponderancia de mercados financieros sin control alguno donde el fraude y la codicia han sustituido al criterio racional en detrimento de la economía real y todo ello en un contexto de globalización asentado en una crisis de justicia distributiva que ha acabado por destruir a la economía mundial. A partir de ahí, efectúa propuestas en tres bloques: un plan de recuperación coordinado para la economía real que incluya descensos en los tipos de interés y el activismo presupuestario a favor de rentas medias y bajas; unas normas de gobernanza para el sistema financiero internacional que ataquen las medidas reglamentarias y fiscales que han permitido la asunción de riesgos excesivos; y combatir la crisis de la justicia distributiva mundial incorporando en todas las negociaciones nuevas o en marcha, una prevalencia de la normativa laboral establecida por la Organización Internacional del Trabajo.También nuestro principal partido de la oposición ha aportado su contribución ante esta Cumbre del G20+ZP. Ignoro si han consultado a Rodrigo Rato, en su calidad de anterior Director Ejecutivo del FMI, pero el documento del PP peca de lo contrario que el sindical: es demasiado nacionalista y no sólo por poner como ejemplo mundial la regulación de provisiones anticíclicas efectuada por el Banco de España, ¡oh, casualidad!, cuando gobernaba el PP.
El documento incorpora tal exceso de mirada interior que parecería que la bondad de la nueva arquitectura institucional mundial dependerá de que España consiga ser miembro de pleno derecho en todos los foros y centros de decisión internacional habidos o por haber. Si no se consigue esto, el éxito de ZP por la primera presencia de España en una reunión como ésta, quedará, a ojos de los populares, empequeñecido.También mira excesivamente hacia casa, cuando insiste en que para corregir los problemas actuales de la economía mundial es básico que España reduzca su ingente déficit exterior. Y para esto, debemos aplicar la política económica que propone el PP, que es, según ellos, muy distinta de lo que está haciendo el Gobierno.
El resto del decálogo popular se mueve en la ortodoxia en cuanto a reformas en los indicadores de la política monetaria o medidas para incrementar la regulación y supervisión del sector financiero con dos protagonistas: el nuevo FMI para coordinar las políticas monetarias y un Banco Internacional de Pagos de Basilea (BIS) reforzado como coordinador internacional de reguladores financieros nacionales.
No he tenido acceso al resto de papeles o propuestas que se le hayan hecho llegar al presidente. Pero las dos conocidas y aquí comentadas tienen en común un punto muy importante. En ambas se pide el fin de los paraísos fiscales si queremos ir hacia un nuevo orden financiero mundial más estable y más justo.
La sindical, de manera explícita: «Es necesaria una acción firme para detener la pérdida de ingresos generada por los paraísos fiscales». La del PP, de forma hiperbólica: Hay que «evitar que los centros financieros que no cooperen pongan en peligro la estabilidad financiera internacional».Y ahí quería llegar, porque los paraísos fiscales son como agujeros negros que conectan los dos lados de la fuerza en la economía y en la sociedad. A través de ellos pasamos al lado oscuro, el no controlado, el que no funciona con las mismas reglas de juego, el que protege todo aquello que es delito en el otro lado.
Es el lugar adonde va el dinero que delinque al esconderse del fisco de su país, junto al dinero que, además, procede de la economía canalla: droga, prostitución, mafias, tráfico ilegal de armas, terrorismo. Son la quintaesencia de la desregulación, la desestabilización y, por qué no decirlo, de la hipocresía de todos los que llevan años mirando hacia otro lado, aún sabiendo que su existencia es injusta. E inmoral.Hay quien argumenta que, como explica Yoda en la La guerra de las Galaxias, el equilibrio de la fuerza obliga a que existan ambos lados y que los paraísos fiscales ayudan a mantener dicho equilibrio. Bueno. Pues a lo mejor ha llegado la hora de buscar un nuevo equilibrio más estable y más justo en el que no tengan cabida estos espacios oscuros.
Y eso, no será tampoco de izquierdas, ni de derechas. Será, simplemente, decente. Quizá, la prueba del nueve de la seriedad con que los países del G20+ZP se toman la reforma del sistema financiero internacional sea, precisamente, su voluntad de acabar con los paraísos fiscales. Quizá entonces, y partiendo de ello, sí comencemos a refundar el capitalismo.
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