domingo, 21 de diciembre de 2008

Un vals en el Titanic / Jordi Sevilla

«Estamos bailando un vals en la cubierta del Titanic», cuentan que dijo un conocido e importante hombre de negocios español en una reunión privada. Y la imagen, aunque facilona, me parece un reflejo tan adecuado de la situación, que he hecho lo que Oscar Wilde recomendaba para evitar las tentaciones: caer en ellas.

Como todos los grandes sueños humanos, la hazaña del mayor barco del mundo da pie a muchas metáforas. Añadiré dos datos: el Titanic tardó dos horas y cuarenta minutos en hundirse desde que colisionó con el iceberg. Momentos de perplejidad ante lo imposible, dudas sobre sus repercusiones, confianza en la capacidad de las novedades técnicas introducidas en el barco, más perplejidad, nerviosismo, pánico y, al final, resignación ante lo inevitable. Segundo dato, mucho antes de agotarse ese tiempo, ya fue evidente que no había sitio para todos en los escasos botes salvavidas.

Si consideramos que la crisis de las hipotecas subprime fue el iceberg con el que chocó ese nuevo Titanic llamado capitalismo financiero internacional, el paralelismo es ¿nos hundiremos? ¿En cuánto tiempo? ¿Quiénes se salvarán?

Desde esa clave analítica, las nuevas y espectaculares medidas adoptadas esta semana por las autoridades monetarias de Estados Unidos -tipos de interés cercanos a cero y expansión casi ilimitada de la base monetaria- cabría interpretarla como un intento desesperado de lanzar al agua todo lo que flote para agarrarse a ello por si esto se hunde. O para cuando esto se hunda.

Vengo sosteniendo que, en situaciones de grave crisis económica como la que vivimos, hacer lo de siempre no sirve de mucho. Eso es lo que convierte, ahora, en ineficaz para reactivar la actividad económica el uso de la política monetaria o las rebajas de impuestos.Conseguir que la gente tenga más dinero en sus bolsillos no garantiza que lo gaste, cuando lo que predomina es una fuerte incertidumbre y desconfianza ante el futuro.

Sin embargo, las nuevas medidas americanas, por su intensidad, parecen dirigidas también a desatar una guerra preventiva contra el siguiente, posible y más temible adversario común llamado deflación. Una situación en la que los consumidores aplazan indefinidamente sus decisiones de compra ante las perspectivas de descensos adicionales de precios y, con ello, reducen el consumo, la producción y el empleo en un autoalimentado círculo bajista de la actividad económica.

Por aclararlo más. No se trata de que la tasa de inflación baje (desinflación) sino de que sea negativa, de que los precios evolucionen de manera contraria a como lo hacen en una inflación con una bajada persistente y generalizada en toda la economía, hasta el punto de que deja de ser rentable producir. Y lo peor de todo es que no sabemos cómo salir de una situación como esa que no responde a los incentivos económicos tradicionales por estar más relacionada con procesos institucionales y su capacidad para trasladar confianza a la sociedad. Japón lleva casi 20 años intentándolo, sin éxito.

Pero además de descorchar todas las botellas del cava monetario, las autoridades americanas han aprobado o anunciado proyectos de estímulo presupuestario por un valor equivalente al 8% del PIB. Más de tres veces el importe de las adoptadas en Europa que, a su vez, es más timorata en el uso expansivo de los instrumentos monetarios.

Así pues, ante la misma crisis económica mundial, Estados Unidos y Europa empiezan a marcar distancias en las respuestas adoptadas.Posiblemente, no tanto en su dirección, pero sí en la intensidad de la misma que es la clave hoy para medir la eficiencia de medidas que, tomadas a medias, no sirven para mucho. Esta brecha puede deberse a una diferente percepción sobre la situación. Estados Unidos parece asumir ya que la colisión ha sido de tal tamaño que más vale intentar salvar a los más posibles.

Mientras, Europa parece seguir confiando en que el barco no se hundirá porque ya están trabajando el capitán y los técnicos en arreglar la brecha y porque la nueva tecnología con que fue construido permite cerrar los compartimentos anegados y evitar el contagio. Aunque también puede deberse al diferente grado de maduración institucional interno, que establece procesos de toma de decisiones muy distintos.Construir Europa a partir de los estados nacionales puede ser necesario en situaciones normales.

Pero es limitativo y perjudicial ante situaciones críticas, sean ayer la guerra de los Balcanes u, hoy, la crisis económica. Si a escala internacional es cada vez más denunciable la distancia existente entre la magnitud global de los desafíos y la inadecuación de los mecanismos de gobernanza, a escala europea, ocurre algo similar. Los acuerdos posibles son siempre de mínimos, cuando lo que la situación requiere son acciones de máximos.

En España ya podemos intuir lo que es esa deflación que tanto temen -y con razón- los americanos. Me refiero a la actual situación que vive el sector de la construcción de vivienda después de haber tenido momentos insuperables de esplendor. La convicción generalizada de que al exceso existente de oferta sólo se le puede poner fin mediante un descenso de precios superior al que se está produciendo paraliza las decisiones de compra.

Y bajadas adicionales de precios, con el actual esquema del sector y de sus apoyos bancarios, no son posibles a corto plazo sin provocar una crisis de hipotecas prime, concedidas sobre un valor del activo muy superior al que resultaría de ajustarse hoy los precios a la demanda. Todo ello detiene progresivamente la actividad y el empleo aún más, tras la fuerte caída inicial.

Los efectos sobre la economía mundial de la colisión con el iceberg aún no han acabado. En este momento, todavía desconocemos si aguantarán o no la fuerza del agua determinadas compuertas.

La realidad cambia, se mueve rápido y así deben reaccionar nuestros gobernantes. En la buena dirección pero, también, con la contundencia adecuadas. De momento, los americanos van por delante. En Europa, parece que todavía seguimos escuchando la música de la orquesta.Y suena como un vals en el Titanic. Feliz Navidad.

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