ciegos mientras las lenguas de los -hasta ahora- mudos cantan sin cesar. Por desgracia, no estamos ante una leyenda de regreso a la tierra prometida, sino frente a una grave crisis financiera cuyos efectos en España siguen latentes. Aún así, las dificultades ya han tenido su impacto en las cuentas de resultados de ambas entidades que, al margen de superar los 10.000 trabajadores de plantilla y contar con un activo valorado en más de 160.000 millones, son el eje financiero de la economía valenciana y una de sus escasas señas de identidad.
La prudencia aconsejaría no referirse a la fusión para no contribuir a aumentar el ya descomunal tamaño de la hoguera prendida por tanto despropósito. Aunque sea a beneficio de inventario, cabe recordar a los irresponsables que, como le gusta repetir a Warren Buffet, hacen falta veinte años para forjar una reputación y cinco minutos para perderla. Se equivocan por completo, pues, aquellos de nuestros dirigentes políticos o económicos (en Alicante, Valencia, o Madrid) que realizan declaraciones como si éstas no afectaran al prestigio de ambas cajas y no debilitaran los esfuerzos de sus ejecutivos por superar las dificultades.
Sin embargo, se han defendido tanto y tan interesadamente las negativas consecuencias de la eventual -aunque más que improbable- fusión que es difícil resistirse a tratar de poner coto al menos a tres de los aspectos más descollantes de tanto desatino articulado sobre la convicción de que repitiendo una mentira se puede acabar convirtiendo en verdad. Por ejemplo, a que la operación reduciría la competencia financiera en la economía valenciana. ¿Es ésta hoy acaso mayor que en Cataluña o Madrid, en donde la presencia de La Caixa o Caja Madrid es abrumadora? Obviamente no. Como tampoco hay mercados segmentados entre cajas y bancos y, afortunadamente, individuos y empresas podemos acudir indistintamente a unos y otros en busca de las mejores condiciones de financiación. Cuestión diferente es el privilegiado acceso al crédito que algunos mantienen. Pero eso nada tiene que ver con los intereses generales: es mera defensa de los suyos particulares.
Una segunda afirmación a discutir es qué es la irrelevancia de una entidad radicada en la Comunidad Valenciana. En un mundo con información perfecta, accesible sin coste, desde Londres o Madrid sería tan factible conocer como desde Alicante o Valencia las oportunidades rentables de inversión aquí existentes. Pero la realidad está dominada por la información imperfecta y asimétrica y obtenerla tiene costes (de transacción y de oportunidad). Que la Comisión Europea prefiera fusiones interregionales debiera ser irrelevante. También es contraria a la presencia pública en empresas (de energía por ejemplo) y no es necesario acordarse de Endesa para percatarse de la realidad existente en muchos países de la UE.
Otra estulticia de similar calado consiste en basar la oposición a una supuesta fusión en el elevado coste en empleos. Dada la estrategia de superponer redes seguida en los últimos años, éste sería elevado. Pero no será menor en las alternativas reales a esa integración. Y ganancias en eficiencia redundan a medio plazo en más puestos de trabajo. Así lo demuestra la trayectoria del sector en el que la reducción de entidades ha sido simultánea al aumento del empleo. Otra cosa es que quienes lo pueden perder ahora, esos que realizan incendiarios comunicados que erosionan a la entidad que dicen defender, no son quienes lo encontrarán mañana. Pero no cabe engañarse: aún sin acceso a la composición detallada del activo, parece posible defender que a diez años vista no es una posibilidad realista su mantenimiento como entidades independientes.
Juntas o separadas, CAM y Bancaja tienen que afrontar una profunda transformación si quieren cumplir un papel financiero relevante en el futuro. No reconocerlo es seguir perdiendo el tiempo. Ese que se ha desperdiciado hasta ahora, confiando en que su mero transcurso resolvería los problemas. Pero el disponible para realizar un proceso de corrección de desequilibrios y de adaptación de las nuevas circunstancias es cada día más escaso. El FROB no es eterno ni dispone de recursos ilimitados. Cuanto más se tarde en afrontar la realidad, en peores condiciones se realizará esta imprescindible adaptación. La cual, dada la invisibilidad del poder valenciano -eufemismo de lo que no es sino pura incapacidad de quienes nos gobiernan para articular políticas transversales- no será, en ningún caso, ni fácil de negociar en Madrid ni sencilla de poner en práctica aquí.
(*) Jordi Palafox es catedrático de Historia e Instituciones Económicas en la Universitat de València y durante ocho años (1998-2006) fue vocal del consejo de administración de Bancaja.
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