domingo, 4 de abril de 2010

Entre la corrupción y la falta de alternativa / José Luis de Zárraga *

Aproximadamente un 12% de los electores que declaran su intención de votar al Partido Popular en las próximas elecciones autonómicas valencianas estimado en cifras absolutas, unos 160.000 electores creen que las acusaciones de corrupción que se hacen a ese partido están bien fundadas, piensan que las acusaciones contra Francisco Camps son ciertas y les parece que es cierta también la acusación de que el PP valenciano se ha financiado ilegalmente.

Hay incluso un 20% de esos electores que opinan que Camps no debería presentarse como candidato a esas elecciones. Y pese a todo ello, declaran su intención de votar al partido y al personaje de cuya corrupción están convencidos.

Un sector amplio de los futuros votantes del PP en el País Valenciano, entre el 40 y el 50%, creen pese a las evidencias que esas acusaciones no son ciertas, que son una campaña contra su partido y sus dirigentes. Y otros tantos se desentienden de esas noticias y se abstienen de opinar sobre ellas. En la conciencia de estos hay cierta coherencia, aunque forzada, porque seguramente la mayoría sospecha (o teme), en su fuero interno, que esas acusaciones tienen un desagradable fondo de verdad.

Pero ¿qué pasa en la conciencia ciudadana de esos 160.000 electores que están dispuestos a votar a quienes creen corruptos y que no tienen empacho en declararlo cuando se les pregunta? No sé si lo declaran con rubor, porque las entrevistas son telefónicas y no se les ve la cara. Y seguramente habrá otros tantos que albergan las mismas convicciones sobre los gobernantes valencianos y las mismas intenciones de votarles, pero que, al preguntarles en la entrevistas, lo ocultan diciendo que no saben lo que harán o se niegan a contestar.

"Estos serán tan ladrones como los otros, pero son los míos", dirían probablemente, amparando su incoherencia moral en las imágenes generales de la política que subyacen en la conciencia ciudadana. Esas imágenes tienen, en la sociedad española, raíces seculares, con orígenes remotos, y sólo durante unos pocos años en el último siglo estuvieron en suspenso en la época de la República y en los primeros tiempos de la democracia tras el franquismo, y se realimentan continuamente.

Como ya se ha explicado otras veces, el principal criterio de decisión del voto en España es la adscripción a un partido, con el que el elector se identifica al margen de su actuación, cuya consideración selectiva viene sólo a reforzar esa opción previa. Y cuando las evidencias es decir: lo que los medios dominantes imponen en la conciencia como evidencia contradicen la identificación, lo más que sucede normalmente es que el elector se abstiene, porque le repugna votar a los suyos y no quiere votar al enemigo.

Pero hay otro factor muy importante, que puede ser decisivo en estos casos, que es la falta de alternativa. "No me gusta lo que estos han hecho, pero ¿a quién voy a votar?". En el caso del País Valenciano hay indicios claros de que este factor está influyendo y podría explicar por qué los escándalos de corrupción no tienen consecuencia apreciable en el voto.

Véase en este Publiscopio cuál es el nivel de valoración de quien se propone como alternativa a Camps, el candidato del Partido Socialista, Jorge Alarte: 4,3 de puntuación media, y sólo le conocen el 39% de los electores valencianos.

Aún entre los votantes socialistas su nombre sólo es conocido hoy por el 56%, sólo un 14% califican de buena o muy buena su actuación como líder de la oposición y sólo un 51% lo prefieren a Camps como futuro president de la Generalitat. Si no entusiasma ni a los suyos, cómo va a captar esos votos ajenos cuya fidelidad debilita el espectáculo de la corrupción

(*) Sociólogo

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