viernes, 21 de mayo de 2010

Presidente José Blanco / Por Jesús Cacho

Esta semana, el ex secretario de Política Económica argentino Federico Sturzenegger, doctor en Economía por el MIT y profesor visitante en Harvard, además de presidente del público Banco Ciudad de Buenos Aires, a quien en 2001 correspondió la tarea de negociar con el FMI la reestructuración de la deuda externa argentina, llamaba muy animado a un amigo economista español para, tras darle el pésame (“¡Argentina tuvo su default y me temo que ustedes están en puertas!”), preguntarle su opinión sobre la oportunidad de dar el salto a Madrid para explicar cómo se aborda un proceso semejante aprovechando la experiencia por él acumulada. La presidenta Cristina Fernández de Kirchner ha venido a España para, de la mano de Garzón, darnos lecciones sobre cómo debe ser nuestra Justicia, y los economistas argentinos -muy buenos, por cierto-, quieren enseñarnos a reestructurar nuestra deuda tras la que consideran inevitable bancarrota de nuestro Tesoro público. Bello panorama. El economista madrileño respondió asustado a Sturzenegger que ni hablar de ese viaje: no está el horno español para esos bollos.

La caldera ibérica está tan caliente, tan entreverada de rumores, tan cabreada, que desde hace semanas por las oficinas bancarias desfila un río de gente preguntando qué pueden hacer con su dinero para sacarlo fuera. “Todos se excusan y aclaran”, aseguraba este viernes a un grupo de periodistas de El Confi un banquero madrileño, “que lo quieren hacer dentro de la legalidad y pagando sus impuestos, pero demandan cómo les puedes ayudar, en qué podrían invertir, dónde lo harían. Calculo que de los que preguntan solo una cuarta parte se decide a moverlo, pero, en definitiva, lo que está ocurriendo pone de manifiesto la tremenda inquietud de la gente”. Sensación de que el mal ya está hecho y solo cabe apechugar con las consecuencias. Toca pagar la cuenta de la descabellada política de gasto público puesta en marcha por Rodríguez Zapatero para taponar las vías de agua de una crisis que había negado con vehemencia durante casi dos años. Resulta que el cuantioso déficit engendrado en arreglar aceras y comprar votos no ha servido para reactivar la economía y mucho menos para frenar la caída del empleo.

La deriva es conocida, pero no por eso deja de ser necesario insistir en ella. En apenas dos años España pasó de un superávit presupuestario del 2,2% a un déficit equivalente a 11,4 puntos del PIB, en una alocada carrera hacia el precipicio de la quiebra. Es la velocidad a la que ha crecido esa deuda, más que su porcentaje sobre el PIB, lo que ha resultado espectacular: nada menos 313.000 millones de euros en un par de años, 2008 y 2009, bienio al final del cual el paro rebasa ya el 20% de la población activa, y la crisis se ha llevado por delante a más de 141.000 empresas inscritas en la Seguridad Social. Gasto improductivo. Como asegura mi admirado Carlos Sánchez en este diario, “el déficit público no se debe a que el Gobierno se haya gastado el dinero en suavizar el ajuste, sino al efecto combinado de una política de gasto público equivocada y a una brutal caída de los ingresos derivada del ladrillo. No estará de más recordar, por si acaso, que el gasto en desempleo representa tres puntos del PIB (la cuarta parte del desequilibrio), y que las dos terceras partes de ese dinero se financia con cuotas de empresas y trabajadores. La cobertura de desempleo, por tanto, no es responsable de tamaño déficit. Ni siquiera la crisis financiera (España es uno de los países que menos dinero ha destinado a la banca). La pasta se ha ido en planes que no han servido para enderezar la situación”.

Damnificados del zapaterismo por millones

No han enderezado la situación, sino que la han agravado. Tras negarse en redondo a pactar planes de ajuste con la oposición cuando aún era posible hacerlo sin necesidad de operar a corazón abierto, y ello porque se lo prohibía “la ideología”, los amos de Europa le han impuesto a uña de caballo un duro plan de recorte del gasto público justo en el momento en que a España ya se le habían cerrado las puertas del crédito. El plan de ajuste aprobado el jueves en Consejo de Ministros reduce a pura hojarasca la “política social” del zapaterismo. A los casi cinco millones de ciudadanos en paro encantados con José Luis Rodríguez hay que añadirle ahora los millones de funcionarios recortados, los millones de pensionistas congelados, y lo que está por llegar, esa gran masa de clases medias a cuya renta el genio de León va a meterle un buen bocado también por culpa de “la ideología”. Desde los tiempos de Pablo Iglesias, al PSOE siempre le ha dado buenos resultados darle caña a ricos y a curas. Solo que ahora la riqueza no está en manos de la nobleza terrateniente de antaño, de la que afortunadamente apenas queda rastro, sino que responde al trabajo de millones de ciudadanos que con su esfuerzo han acumulado un pequeño patrimonio como garantía de su vejez y aval para su descendencia.

Ni que decir tiene que los ricos de verdad, las grandes fortunas españolas que tienen su dinero a buen recaudo se disponen a obsequiar al malandrín que nos preside con un monumental corte de mangas. De momento se dedican a asesorarle, caso de Emilio Botín, porque eso es gratis. Lo peor, con todo, es la sensación de desconcierto en que navega el Gobierno. Su falta de expertise es tan grande, la improvisación tan notoria, que sus errores se acumulan en cadena acuciado por la necesidad de tapar una chapuza con la siguiente. Zapatero vuela ya con plomo en las alas, y hay quien dice que está políticamente muerto. Así se lo habría manifestado a un empresario que lo llamó para felicitarle por el coraje demostrado con las medidas de ajuste: “esto tiene un coste electoral y personal también; por eso no quiero ser candidato para las próximas generales”. La figura emergente, el reemplazo, se llama José Blanco López, Palas de Rey, Lugo, 48, hijo de peón caminero y de modista, actual ministro de Fomento, cuya carrera hacia el Poder parece haber despegado en la última semana con la fuerza de un cohete.

Desde el arranque de la legislatura, en medios del PSOE se daba por descontado el protagonismo de Blanco como eventual sucesor de Zapatero para el caso de que éste decidiera no volver a ser cabeza de lista. Lo ocurrido en las dos últimas semanas, sin embargo, ha dado un giro copernicano a esa percepción. Ruptura en dos fases. Cuando el pasado 12 de mayo el propio Zapatero presentó una moción de censura contra ZP, José Blanco no tuvo más remedio que arremangarse para tratar de suplir en primera persona las limitaciones de Leire Pajín. El ministro se pega entonces como una lapa al discurso del presidente, y así aparece en La Noria vendiendo demagogia a espuertas, con un lenguaje muy agresivo contra el PP. El mismo tono mantiene en la sesión de control al Gobierno del pasado miércoles, donde, en ausencia de ZP y de las vicepresidentas, se convierte en el rey del mambo. Entre ambas fechas, el omnipresente vicesecretario general del PSOE tiene respuesta para todo y para todos en defensa de los recortes sociales del Ejecutivo visitando media docena de platós de televisión y otros tantos estudios de radio, además de aparecer en entrevistas varias en prensa.

Blanco actúa como Presidente alterno

Pero de repente algo ocurre o alguien le aconseja un cambio de guión: la vía elegida de pegarse a ZP solo puede llevarle a hundirse con ZP. Si no quiere acabar con su carrera política antes de tiempo, necesita marcar distancias y articular un discurso propio. No puede convertirse en un calco de Zapatero, en una copia en sepia del de León si bien con más entusiasmo. El caso es que en los últimos días el lenguaje del lucense parece haber cambiado de rumbo de forma un tanto drástica. Ha empezado por algo tan elemental, y revolucionario al tiempo tratándose de este Gobierno, como contar la verdad o al menos intentarlo: España no puede mantener un nivel de inversión propio de países mucho más ricos. “Ya nada será como antes”. De ahí a anunciar que los españoles disfrutan de un Estado del Bienestar que no pueden permitirse solo hay un paso. “No hicimos mucho por atajar la burbuja inmobiliaria” (El País este viernes). Las consecuencias serán graves. “Este escenario presupuestario durará muchos años”. Sobrado de talento, como ya demostró llegando a acuerdos con Esperanza Aguirre, Blanco parece haberse dado cuenta de que el político que diga la verdad, o simplemente algo que se acerque a ella, tendrá la mitad del camino andado, porque eso es precisamente lo que está pidiendo a gritos una ciudadanía harta de sofismas, cuando no mentiras a palo seco.

Senda ésta vedada para un Zapatero cuya falta de credibilidad ya es lugar común. Está por ver si el cambio de estrategia del de Fomento se confirma, y si está más o menos pactado con su amigo y mentor. “Pepe Blanco no se va a enfrentar nunca con Zapatero, pero si hará lo posible para que la gente le visualice como una alternativa a Zapatero”, asegura un barón del PSOE. El resultado es que en los últimos días Don José Blanco está actuando como Presidente alternativo del Gobierno, mucho más que como candidato a la sucesión. Su ambición es conocida: “A Pepe Blanco solo le interesa el Poder, no el contenido de la política que hay que hacer para llegar al Poder”. El ministro cuenta en su Grupo Parlamentario con un grupo de fieles con quienes se reúne a almorzar de forma periódica en Sepúlveda, gente joven que reniega de las ensoñaciones de ZP y desde hace meses viene reclamando no solo la necesidad de ajustar los PGE, sino de adoptar reformas estructurales básicas. El propio líder del grupo se encargó hace tiempo de advertirles que “el día que veáis a Pepe Blanco criticar a Zapatero, significará que la sucesión en el PSOE ha comenzado”. Eso parece.

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