viernes, 4 de diciembre de 2015

'Paquito', el verdadero jefe del comando (in memoriam) / Paco Poveda *

Está semana se fué físicamente de este mundo Francisco Garcia Ortuño (Paquito para los íntimos), profesor titular de Derecho del Trabajo de la Universidad de Murcia y ex alcalde centrista y socialdemócrata de Orihuela pero, sobre todo, un magnífico político de los que hace tiempo no quedan y mucho mejor persona de lo que hoy circula, por su integridad moral para la cosa pública, tal como acredita más que de sobra su clara, extensa e intensa biografía política sin tacha alguna, muy a pesar de sus mayores adversarios de la derecha neofranquista local que ahora le reconocen y respetan hasta ordenar, sin más remedio, declarar un día de luto oficial en la ciudad con banderas a media asta y todo. 

La históricamente desconocida hasta el pasado martes manifestación de duelo de oriolanos de toda condición es suficientemente elocuente sobre la percepción ciudadana positiva pese al paso del tiempo y el aprecio popular cimentado en su filosofia y práctica vital de que la élite intelectual debe asistir, defender y ayudar siempre a lo que en Gran Bretaña llaman 'los comunes'. Que lo digan si no sus incondicionales del humilde barrio de 'El Rabaloche', tal vez ahora los más huérfanos de todos sus paisanos. Por algo jugó un papel fundamental en diferentes etapas del Ayuntamiento oriolano en los últimos 35 años.

Premio extraordinario fin de carrera en la Facultad de Derecho de Murcia en 1971, este eterno joven de mente y, por tanto, de una agilidad mental fuera de lo normal en cualquier situación, tenía como todos los héroes (aparte de ser un genio de inteligencia privilegiada) sus puntos de debilidad (fundamentalmente sus dos hijos residentes desde muy pequeños en Coruña) y de flaqueza humana, su ciudad natal, que algo tuvieron que ver muy en el fondo con la lealtad a los que éramos sus amigos de verdad en Murcia y Alicante desde los primeros años de la restauración democrática del 78 en estas dos provincias contiguas donde él ejercía, y de tantos y tantos intereses comunes cruzados desde los tiempos de Jaime I y de Alfonso X el Sabio.

Mi primer contacto con Paco fue profesional en mi calidad de asesor ejecutivo de Comunicación de UCD y desde ese momento confieso que hubo un 'feeling' juvenil, universitario, de clase burguesa y hasta ideológico, que luego pasó a una incipiente amistad demostrada en las peticiones de mi parecer, para el contraste, que me solicitaba casi a diario por teléfono, según él por mi condición de antiguo alumno de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense, más que como periodista de la primera promoción en Madrid, y quizás también por mi proximidad personal a su líder primigenio, Francisco Fernández Ordóñez, aparte de la admiración mutua por la persona y el significado histórico de Adolfo Suárez, casualmente ex veraneante en las playas de Orihuela. Todo eso nos unía bastante junto a otros conceptos fundamentales de la vida, que íbamos descubriendo y acotando conforme nos pasábamos luego más horas hablando de todo durante años.

Porque esa amistad se fue profundizando pese a que aquella fase irrepetible y romántica de nuestras vidas dió paso a otras menos prolíficas e interesantes en común, donde cada cual siguió su obligado camino profesional. Sin embargo, nunca perdimos el contacto personal y, de vez en cuando, nos veíamos en la Dehesa de Campoamor o, durante poco tiempo, en nuestros despachos de la Universidad de Murcia, aunque también en Alicante cuando  desde Orihuela o Torrevieja iba hacia su casa de Valencia los fines de semana buscando la compañía y el necesario consejo de Pilar, esa mujer que como persona, enfermera y esposa, tan decisiva ha sido hasta el final y que tan bien lo entendía aparte del benéfico equilibrio que suponía en su vertiginosa vida política. Paquito siempre hacía lo que tocaba hacer y cuando hablaba era con pleno conocimiento de causa desde una fuerte personalidad no exenta de un exceso de energía que algunos confundían con una especie de locura y de pasión.

Porque Paco siempre estaba dispuesto para la acción. Recuerdo como en 1994 acudió presto hasta Madrid a una llamada mía de auxilio en mi calidad de consejero-delegado de redacción de 'La Editorial Católica S.A', en plena suspensión de pagos del diario 'Ya' con un pasivo de 3.000 millones de pesetas de las de entónces. Lo necesitaba como abogado asesor laboral frente a unos recalcitrantes trabajadores defensores de privilegios (que no de derechos) y para integrar con urgencia un equipo de consejeros personales de máxima confianza en el que también iban a estar luego con él, un más que brillante abogado de Derecho Concursal en Elche y diputado del PP en las Cortes Valencianas, Manuel Ortuño Cerdá-Cerda (responsable de operaciones), y el periodista y coronel del Ejército del Aire, entónces director del aeropuerto de Madrid-Barajas, y antes y después del aeropuerto de El Altet, Francisco García Hortal (Inteligencia), hoy felizmente retirado en Torrevieja y cuidado por Josefina (Fina Sala), a la que el personaje enamoró en su día arrojándole  flores desde una avioneta militar de la Academia General del Aire mientras sumaba horas de vuelo.

García Ortuñó terminó siendo 'de facto' el verdadero jefe del comando (porque aquello terminó siendo una guerra) que, en última instancia, tuvo que ser protegido por la Policía Nacional en la Comisaría de Alcobendas de la ira violenta de aquellos exaltados que impedían cualquier solución (como la adquisición de la cabecera periodística por el magnate australiano de la prensa Rupert Murdoch, de 'News Corporation', que personalmente yo negociaba con el conocido intermediario Diego Selva) hasta dar lugar a un armisticio forzado en la sede de la Conferencia Episcopal (nuestro principal acreedor por un montante de 1.500 millones) con la intervención inesperada de Eduardo Zaplana, amigo de todos nosotros, y la vergonzosa claudicación de Alberto Ruíz-Gallardón presionado por esos inmorales privilegiados que esgrimían el crucifijo antes de intentar sacudirnos con violencia. 

El comando se reunió por última vez, como tal, en la catedral de Orihuela el 10 de abril de 1994 con motivo de la consagración episcopal de su virtual capellán y hoy obispo de Canarias, Francisco Cases Andreu, como obispo auxiliar de la diócesis de Orihuela-Alicante, e íntimo de todos nosotros pero especialmente de García Ortuño, para quedar disuelto a continuación, evitado así el cierre del periódico en quiebra y el abandono de mi cuartel general en el hotel Suecia, de Madrid, para volvernos todos a Alicante presos de impotencia. 

Docente y pedagógico como nadie (a él acudí en busca de método didáctico antes de dar mi primera clase como profesor universitario), y todo humanidad y consecuencia, Dios le dió a Paquito el don de hablar con sus ojos seductores por grandes y claros aparte de la virtud de la generosidad extrema y una fina ironía dentro de su calidad humana. En la campaña electoral municipal de 1979, García Ortuño se llevó de calle los votos femeninos de todo el término municipal de Orihuela sólamente con su fotografía de los carteles electorales mientras en los mítines por las pedanías se oían entre el público toda clase de piropos al candidato de 29 años, que permanecía impasible pero sonriente cuando alguna simpatizante gritaba: 'Paco, queremos un hijo tuyo'. Dos tuvo únicamente en toda su vida, Paco y María, y ambos con su alumna gallega y primera esposa, Mari Paz, hoy funcionaria y abogada laboralista en Coruña. Y pieza clave, en su momento, en los primeros éxitos políticos como alcalde de Orihuela entre 1979-1983, por saber siempre estar a la altura junto a un regidor de la ciudad, que con 14 concejales alcanzó a la primera una mayoría absoluta en un histórico feudo político del franquismo más duro. 

En su caso, Paco subvirtió el axioma político de que el éxito se fragua siempre en el fracaso consecutivo, caso claro de Miterrand en Francia. Pero es que mi amigo nunca fue un perdedor a pesar de haberse dejado algunos pelos en su particular gatera privada. Y era, indudablemente, un hombre de valores y profundas convicciones morales sin merma al que nunca pudieron doblar los corruptos, que últimamente sí consiguieron abatirlo políticamente desde el caciquismo clientelista, de estructura urbanística y litoral con sesgo mafioso, hasta dar el Ayuntamiento de Orihuela en quiebra técnica, a tenor del testimonio escuchado de boca del actual interventor municipal, el no menos honrado funcionario de habilitación nacional, Fernando Urruticoechea, proveniente de la Universidad de Deusto.

Gente como Paco no muere nunca aunque los creyentes estemos convencidos de que la muerte no es final para nadie. Pero menos aún para los que como él dejan una estela indeleble entre la gente que quería y más apreciaba. Porque no sabía vivir sin querer incondicionalmente a quienes le rodeaban, aunque a cada uno a su manera. Hoy me imagino la congoja de Manolo Mateo Pedrera, su fiel acompañante siempre en la política oriolana. O de Fuensanta Durante, la socialista moderada que tanto admiraba su talante y pensamiento estratégico. Y de Marina Ortuño García, su sobrina preferida y más pequeña, hija de su hermana, azafata, María Ángeles, esposa del caricaturista Alfonso Ortuño (al que tampoco convenció, como a mí, de hacer deporte todos los días ni vestir de boutique, tan elegante siempre él, yo que había comido muy bien de la moda en el primer tercio de mi vida). 

Pero hay muchos más amigos de aquella y otras épocas en su devenir político y profesional, por no dejar Paco indiferente a nadie, entre quienes no se debe olvidar a su maestro, el catedrático Alfredo Montoya Melgar, de quien tanto aprendió en su especialidad docente de Derecho del Trabajo, y al que tanto admiraba y citaba como referente vital incluso, por haber sido, además, director de su tesis doctoral cuando García Ortuño era todavía un chaval aplicado y muy avispado, de sonrisa contagiosa y una autodisciplina de base prusiana con cierta permisividad mediterránea para ciertos placeres conforme se iba haciendo mayor y escéptico frente a los dogmas y eufemismos.

Pocas horas después de partir Paquito creí recibir, a petición mía, una señal suya de que seguía estando ahí. Es algo muy personal y subjetivo pero conociendo a Paco no debo estar sólo influido por mi fé y el libro 'Pactos y señales' que acabo de leer. Y donde parece quedar clara la comunicación sutil que existe entre mundos sucesivos sobre la base del amor humano y la complicidad como condición para la respuesta, siempre perceptible en nuestra dimensión material. Por eso tengo la íntima convicción de que su espíritu sigue entre todos nosotros aunque la persona íntegra que hemos conocido ya descanse en paz. 

Gracias, Paco, por haber sido mi amigo y haberme ayudado a interiorizar que sin ética la conducta humana no puede ser trascendente porque no perfecciona el alma, que es en definitiva para lo que estamos aquí de paso. Gracias, siempre gracias, mi amigo... del alma.











(*) Periodista y profesor universitario 




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