domingo, 21 de febrero de 2016

'Bankia', preguntas y precedentes / Primo González *

La solución que Bankia ha propuesto para dar el carpetazo lo antes posible a los innumerables pleitos que se estaban planteando y que iban a proliferar en el futuro inmediato en reclamación del dinero que los inversores arriesgaron en la salida a Bolsa de esta entidad bancaria abre algunas incógnitas y también es susceptible de plantear algunos precedentes de cara al futuro.

De entrada, los gestores de Bankia han actuado con bastante coherencia al seguir la senda de la sentencia del Tribunal Supremo en la que se daba la razón a los inversores minoristas porque han sido objeto de un engaño documentado. Esto último ha venido además avalado por el dictamen de dos peritos del Banco de España, de forma que nadie podrá decir que los miembros del órgano judicial que ha dictado esta sentencia han obrado con escaso conocimiento de cuestiones contables. 

Bien es verdad que el veredicto de los dos peritos cedidos por el Banco de España ha sido, a su vez, objeto de controversia. Los gestores de Bankia, al poner en marcha una fórmula que cierra la vía a los pleitos en casi su totalidad devolviendo el dinero a los inversores, con intereses incluidos, han adoptado una decisión que implica un ahorro de costes a la entidad, cuyo 64% del capital es propiedad del Estado. Por lo tanto, han ahorrado entre 400 y 500 millones de euros que, en última instancia, acabarían pesando sobre los contribuyentes.

Pero la sentencia del Supremo abre al mismo tiempo algunas vías de reflexión de cara al futuro y puede sentar precedentes que otros casos similares podrían llegar a poner sobre la mesa en circunstancias más o menos similares. La compra de títulos cotizados en Bolsa siempre es una decisión que comporta riesgos, más aún si se trata de sociedades que aparecen por primera vez en el mercado de acciones, como ha sido el caso de Bankia.

En fecha reciente, una empresa pública, AENA, ha salido a Bolsa con un éxito descomunal que ha proporcionado plusvalías millonarias a los inversores que acudieron a la colocación de estas acciones. Pues bien, nadie ha protestado, ni siquiera para decir que los colocadores de estas acciones en Bolsa podrían haber aquilatado precios de colocación con mejor puntería para evitar tamaña desproporción entre el precio de colocación y el precio que las acciones alcanzaron a las pocas semanas. El Estado podría haber ganado unos cuantos cientos de millones (que por cierto no le vendrían nada mal a las deficitarias finanzas públicas) si hubiera colocado las acciones de AENA a un precio más alto y en todo caso más cercano al que alcanzó a los pocos meses de salir a cotizar.

Resarcir de forma íntegra, incluso con intereses, a los inversores que han perdido sus capitales en la colocación bursátil de Bankia es una cierta forma de suprimir todo riesgo en la operativa financiera, lo cual no es muy coherente con el funcionamiento general de los mercados. Se podría argumentar que, incluso aunque existan falsedades o errores en las presentaciones de los estados contables que se esgrimieron por Bankia con motivo de su salida a Bolsa, ello no es más que un componente del riesgo que implica toda compra de acciones cotizadas en las Bolsas. ¿Servirán estas argumentaciones de resarcimiento para aplicar a todos aquellos casos en los que los inversores no vean satisfactoriamente cumplidas sus expectativas de beneficio en otras colocaciones bursátiles?

Otra de las dudas que siembra la resolución del Supremo en relación con la colocación de Bankia en Bolsa y los perjuicios que han afectado a los inversores minoritarios como consecuencia de la deficiente información en los balances de la entidad es la dicotomía que establece entre inversores minoristas e inversores institucionales. Más endeble parece aún el argumento para justificar esta bifurcación de intereses, al señalar que los inversores institucionales no tienen derecho a percibir compensaciones porque contaban con medios más profesionales y certeros a la hora de determinar la veracidad de los estados contables que se les ofrecieron a todos por igual. Se trata de una justificación cuando menos pintoresca.


(*) Periodista y economista


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