domingo, 21 de febrero de 2016

A ver cómo lo digo / Ramón Cotarelo *

Habiendo llegado a este punto, las negociaciones están atascadas. El PSOE ha devuelto las propuestas de Podemos instándole a que retire "los controles políticos". No acepta que los jueces, la televisión y otros aparatos represivos e ideológicos del Estado dependan del gobierno, de su vicepresidencia y, más en concreto, de Pablo Iglesias. No parece difícil. En cuanto los de Podemos -sin duda animados por su celo bolchevique- entiendan que esas intenciones equivalen a establecer la censura del partido y una justicia tipo Vychinski (el infame fiscal de los procesos de Moscú de 1934, 1936 y 1938), seguramente se olvidarán de ellas. Se venden mal en los medios.

Lo que ya no es tan fácil de retirar y supone el verdadero bloqueo no solo de las negociaciones actuales sino del conjunto de la política española, su nudo gordiano, es la petición de Podemos de una referéndum de autodeterminación en Cataluña a la que se opone el PSOE con uñas, rabo, dientes y miradas sulfurosas. Como ninguno de los dos puede ceder en su actitud, el pacto para un gobierno de progreso será imposible y habrá que ir a elecciones nuevas. De eso se alegrará mucho el Sobresueldos que será el candidato porque su asesor Arriola seguramente le garantiza que, cuando menos tendrá un voto: el suyo... si atina con la papeleta.

El PSOE no puede admitir el referéndum porque sus órganos colegiados no le dejan y sus barones armarían una fronda sediciosa que podría acabar con el partido. Podemos tampoco puede olvidarse de él porque sus franquicias catalana y gallega se le sublevarían y parte de su militancia retornaría al seno paterno de IU. Además, con referéndum en el programa, los 40 diputados de C's votarán en contra. Sin el referéndum, en contra votarán los 17 independentistas catalanes.

¿No hay, pues, solución? Sí, una que las partes negociadoras pueden acordar en silencio, en secreto, a la chita callando, sin hacerla pública. Expuesta con sencillez: PSOE + Podemos + IU + Compromís + CC forman un "gobierno de progreso" en el que no se menciona el referéndum contando con 162 diputados. Si los diputados de ERC y DiL se abstienen y los del PNV. por ejemplo, votan a favor, ganaría a los 122 del PP e incluso a la suma de estos con los 40 de C's, aunque, en principio, se buscará su abstención.

Esto será la investidura. A continuación, el "gobierno de progreso" lo que hace es convocar un referéndum de autodeterminación en Cataluña, mediante una ley orgánica al amparo del artículo 92 CE. Para esa ley ogánica, el gobierno "de progreso" tendría la mayoría absoluta necesaria pues a sus 162 diputados se añadirían los 17 independentistas catalanes, los 6 del PNV y los 2 de Bildu. En total, 187 diputados.

El problema no estaría en la aritmética de las votaciones sino en la ética de la medida. Se dirá que el gobierno ha engañado a la ciudadanía, que ha hecho trampa, que ha traicionado. Efectivamente, así será. Pero eso es lo que hacen todos los gobiernos. El del Sobresueldos, por ejemplo, ganó las elecciones prometiendo bajar los impuestos y lo primero que hizo fue subirlos. El gobierno del PSOE ganó las elecciones de 1982 pometiendo un referéndum para salir de la OTAN y lo hizo en 1986 pero para quedarse. El ex-monarca Juan Carlos juró fidelidad a los principios del Movimiento Nacional franquista y luego sancionó la Constitución de 1978, traicionando su juramento, siendo perjuro. 
 
De Gaulle llegó al poder en 1958 prometiendo mantener a Argelia como colonia de Francia y firmó su independencia. Wilson ganó las elecciones inglesas de 1974 prometiendo un referéndum para salir de la Comunidad Economíca Europea y lo hizo, pero para quedarse. Puedo seguir acumulando ejemplos, pero no merece la pena: la traición y el engaño son consustanciales a la política y, muchas veces, la única forma de desatascar situaciones bloqueadas, sin salida. ¿Por qué no iba a funcionar aquí? Se llega al gobierno diciendo que no habrá referéndum en Cataluña y lo primero que se hace es ponerse a organizarlo.

Es alambicado, desde luego. Y desconcertante. Pero todo el  mundo sabe que pasa. Es más, hasta es posible que aquí suceda porque sea la única forma de desatascar una situación bloqueada. Lo único que se requiere es discreción, no hablar, no decírselo a nadie, no levantar sospechas.

Así que ustedes tampoco han leído este post. Es más, yo no lo he escrito.
 
El futuro del futuro

Dice Mariano Rajoy, el gran representante del pasado, del reciente y del remoto, que el futuro de España no puede decidirlo solo “un grupo de españoles”. Como siempre, una sinsorgada que necesitaría del recién fallecido Umberto Eco para entender su significado, si alguno tiene. ¡Con lo fácil que es decir: los catalanes no pueden hacer un referéndum porque a mí no me da la gana! Pero eso es demasiado peligroso por ser verdad y la política española, sabido es, está construida sobre la mentira, la tergiversación y el equívoco.

Solo cuando se jubilan osan los políticos españoles decir la verdad. Así, Felipe González afirma que la cuestión catalana no puede dilucidarse votando y que ni con un 1.200% a favor del sí serviría el referéndum porque esas cosas del futuro “de todos” no se votan. Es brutal, pero, al menos es claro y el expresidente se habrá quedado tranquilo: los catalanes no pueden hacer un referéndum porque a él tampoco le da la gana. Dicen lo mismo el uno y el otro, pero el segundo es más claro. Y más contundente. Se nota que está jubilado y no tiene que andar disimulando para conseguir votos.

Que el futuro de los españoles no pueda decidirlo solo un grupo de ellos, a primera vista, parece razonable, pero insignificante. No se trata del futuro de los españoles, sino del de los catalanes y quieren decidirlo ellos, los catalanes, todos; no un grupo. ¿En dónde está el problema?

A lo mejor en el término “grupo”, que suele tener mala prensa. ¿En dónde lo ha dicho el acting president? En un acto electoral (Rajoy siempre está en campaña electoral; siempre miente) en el País Vasco. Sí, como él desea, hay elecciones nuevas en España, él quiere ser el candidato. Al margen de si esta decisión es racional o no para su partido (ellos sabrán en quién depositan su confianza) la cuestión es: ¿y qué espera sacar en las elecciones? Los votos necesarios para tener un grupo parlamentario con el que tomar decisiones que afectan a todos. O sea, en efecto, un grupo de españoles (los electores de este Demóstenes) va a decidir el futuro de todos. ¿Por qué este grupo sí y otro posible, no? Obviamente, porque este grupo es el suyo. O sea, como decíamos antes, el futuro lo decide el grupo que le da la gana a Rajoy. Igual que el grupo que le da la gana a Felipe González y se compone de una sola persona: él mismo.

Se dirá que esto es falso, porque el grupo de que trate (aproximadamente un 20-25% del electorado, votantes del PP, o sea un 15-18%, más o menos, de la población del Estado) está distribuido por toda España, es representativo y está autorizado a tomar decisiones por todos. Lo que no se puede tolerar es que las tome un grupo solo, por muy numeroso que sea, incluso aunque resulte ser una mayoría tan abrumadora como el 1.200%, porque esté concentrado en un territorio. Es decir, el problema no es que sea un grupo, sino que resida en el mismo sitio en donde, por cierto, los representantes del otro grupo, el distribuido por toda España, son inexistentes. El grupo de Rajoy tiene derecho a decidir el futuro de todos, incluidos aquellos que viven en lugares en donde el grupo de Rajoy es irrelevante.

A lo mejor el problema está en el término “españoles”. El futuro de estos, según Rajoy, no puede decidirlo solo un grupo. Interesante información que los catalanes verán sin duda con simpatía, pero sin sentirse afectados, ya que ellos no quieren decidir el futuro de los españoles sino el de los catalanes. Y aquí ya estamos en ese terreno resbaladizo de los sentimientos en donde un señor que no reconoce la existencia de los catalanes da por supuesto que él y su grupo deciden el futuro de quienes no se sienten españoles por no otra razón que porque son un grupo mayor y no les da la gana de ceder en su derecho a decidir por los demás, incluso en contra de su voluntad y mucho menos de reconocer a esos demás el derecho que ellos se arrogan por la fuerza.

A eso, como a la machada de que ni con el 120% lo llaman “democracia”. Buena lección de Realpolitik.

Descendamos a la realidad cotidiana. Al margen de las vaciedades de Rajoy, es obvio que el futuro de Cataluña habrán de decidirlo los catalanes en un referéndum. En términos prácticos, ya sabemos que ese referéndum no saldrá de la voluntad de la derecha ni de una parte de la izquierda española. ¿Cabe esperarlo de la otra?

Tiene sentido esperar a ver el resultado de las negociaciones para formar gobierno en España en la medida en que la cuestión del referéndum es medular en ellas. La actitud de entrada del PSOE es que referéndum, no. Pero también con relación al referéndum de 1986 sobre la OTAN la actitud de entrada fue que no y la de salida que sí. La prudencia manda esperar a ver el resultado de lo que se negocia y en qué términos, sobre todo porque no hay alternativa.

La excesiva confianza lleva al amargo desengaño, pero la excesiva desconfianza lleva a la parálisis. ¿Qué cabe esperar del llamado “gobierno de progreso” español si llega a constituirse? Lo más sensato es pararse a ver y no poner palos en las ruedas como dice Puigdemont que hace el gobierno español con la Generalitat. Tanto Homs, de DiL, como Anna Gabriel de las CUP, han manifestado su interés y buena disposición en el improbable (pero no imposible) caso de que del gobierno de España llegara una oferta de referéndum que fuera aceptable.

Actuar a la razonable expectativa no es ingenuidad, sino deseo de facilitar las cosas en lugar de dar pretextos a los adversarios. Sobre todo porque la hoja de ruta, que es el escudo más consistente del proceso independentista y la garantía de su futuro sigue su curso. Es decir, porque el futuro tiene futuro.
 
 
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED

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