domingo, 29 de octubre de 2017

Antonio Arcos Ferrándiz, buena gente de Murcia en Alicante / Paco Poveda


Conocí a Antonio Arcos en 1964 cuando ambos teníamos 11 años y nos disponíamos a comenzar el Bachillerato. Recuerdo ese día como si fuera hoy. Pronto descubrimos todos sus nuevos compañeros el demóstenes que encerraba porque otra cosa no, pero verbo bien estructurado y expuesto le sobraba ya con esa edad. Venía todos los días al colegio con su padre -funcionario del Estado- desde su casa en la pedanía serrana de La Alberca. Aunque había nacido en la plaza de Santa Catalina también llegó a residir luego en el barrio de Santa Eulalia. Así, que más murciano, imposible.

Después de algunos años en el colegio de los PP Capuchinos, Antonio siguió sus estudios secundarios en el Instituto Alfonso X el Sabio pero ya no me lo vuelvo a encontrar hasta el día de comienzo de curso de 1º de Periodismo en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense en octubre de 1971 aunque luego, metido de lleno en el activismo político de izquierdas con Franco aún vivo, no concluyese la carrera obteniendo la licenciatura. Decía con frecuencia que era un periodista frustrado desde su condición de alto funcionario municipal muy bien instalado. Pero su vocación política era más que clara desde la discreción y la ausencia de ambiciones personales de cargos públicos incluso orgánicos. No tenía un pelo de tonto.

En aquellos años del estertor del tardofranquismo Antonio pertenecía al FRAP (Frente Revolucionario Antifascista y Patriótico), organización todavía no radicalizada y que precisamente Antonio abandonó hacia el PCE cuando comenzaron a utilizar la violencia contra policías y militares. De los tiempos de aquella célula en mi Facultad recuerdo algunas anécdotas que implicaban, de alguna manera, a nuestro condíscipulo cartagenero Arturo Pérez-Reverte y a su mejor amiga de clase, Helena Hedilla, hija primogénita del falangista rebelde contra Franco, Manuel Hedilla, y en otras al tristemente célebre comandante Pardo Zancada, igualmente compañero de estudios, a raíz de su posterior aparición coprotagonista en el golpe militar del 23-F de 1981.

Luego, nuestro tercer encuentro se produce en Alicante en 1976, donde ambos residíamos ya por cuestiones de trabajo y, en su caso, de activismo político también. En mi calidad de redactor político del diario Información lo comienzo a frecuentar al ocupar él un cargo relevante en la estructura del PCE a nivel provincial, incluso regional, precisamente donde conoce a su esposa Elvira, leonesa, en 1978 en Valencia, para casarse ese mismo año. En su capilla ardiente destacaban hoy,  junto la corona de flores del Ayuntamiento de Alicante, otras de partidos políticos incluida la enviada desde el PSPV-PSOE.

Tras una intensa actividad política e ideológica, siempre desde una coherencia a prueba de bomba y una honestidad sin límites, nos volvemos a reencontrar siendo ya Antonio Arcos jefe del Departamento de Estadística del Ayuntamiento de Alicante al figurar yo como promotor y primer firmante de la solicitud para dedicar una calle de la ciudad al profesor Antonio Pino Romero, fundador y primer director de la Escuela Europea, también fallecido hace pocas semanas. Aunque la ex alcaldesa Sonia Castedo pasó del tema, mi amigo empujó todo lo que pudo un expediente ahora reactivado desde un Ayuntamiento gobernado por el tripartito de izquierdas (PSOE-IU-Compromís), con él ya en la UCI del hospital clínico-universitario de San Juan de Alicante los últimos treinta días de su fecunda y entregada vida a ideales y principios.

Antonio Arcos era de esas personas que no cambian nunca para bueno de la Humanidad. Buena gente de Murcia. No solamente era físicamente igual que el día que nos conocimos sino que tampoco varió ni un ápice su manera de ser y pensar. Nada sectario, demócrata como el que más, y comprometido con la izquierda desde una posición intelectual, ha muerto relativamente joven y enamorado otra vez. Enamorado de su nieta Paula que, en definitiva, va a ser quien más la echará de menos junto con sus hijos Laura, empleada en BMN, y Antonio, licenciado en Ciencias del Deporte, y su esposa Elvira Fernández compañera desde siempre en la política y el hogar, y hoy funcionaria de la Seguridad Social en activo.

En los próximos días, las cenizas de Antonio Arcos se mezclarán para siempre con la tierra murciana que le vió nacer, muy cerca de La Alberca, según su deseo expresado personalmente pese a una ausencia de casi medio siglo y para estar más cerca de su madre, igualmente desaparecida hace poco a la edad de 88 años; una desaparición que tanto le impactó y le afectó, pese a su edad, por su sentido de la familia (le sobreviven en Murcia cuatro hermanas) como comunidad permanente de afectos.

Descansa, Antonio, allá donde vais los justos aunque sean agnósticos incluso ateos. 


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