jueves, 31 de mayo de 2018

No es una moción de censura, es una crisis de Estado / José Antich *

Se inicia este jueves, en el Congreso de los Diputados, la moción de censura al presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, que ha presentado el PSOE y sobre la cual existe, por primera vez en este tipo de iniciativas parlamentarias, una enorme incertidumbre. Tanto, que todas las hipótesis son posibles, incluso la más inverosímil: que el aspirante Pedro Sánchez concite una suma de votos suficientes para llegar a la Moncloa. 

No es esta, pese a todo, la hipótesis más probable aunque el estado de pánico de los populares durante todo este miércoles pueda dar a entender lo contrario. En cualquier caso, acabe como acabe la moción de censura, el ganador tendrá una victoria pírrica, ya que la crisis política en España es tan profunda que cuesta ver el fondo y lo que existe es toda una crisis de estado que desembocará en elecciones en poco tiempo.

La estabilidad en España ha saltado por los aires entre casos de corrupción, una crisis territorial en la que solo la violencia y la fuerza del Estado ha hecho desistir al independentismo catalán del referéndum del 1 de octubre y de la proclamación de independencia en el Parlament, la crisis judicial con órdenes de extradición en cuatro países europeos y que o han sido rechazadas o han dejado en una posición incómoda a España y la emergencia de un partido como Ciudadanos, que es una combinación de populismo y de extrema derecha, con opciones de estar en unas elecciones el partido más votado.

Nada de todo ello resolverá la moción de censura, que encamina a España hacia el final de la transición. Y donde la certeza de que la sangre de un PP herido de muerte empieza a ser olida por todos sus adversarios y, lo que es peor, dentro de las propias filas. Ya se sabe, es en momentos de crisis cuando surge la peor versión de las organizaciones políticas y en las filas populares parece haberse olvidado que Rajoy tiene más vidas que un gato y no es seguro que su epitafio esté irremediablemente escrito. 

Por si acaso, a Rajoy los suyos le aplauden en el Congreso y, al mismo tiempo, se le intenta despeñar desde detrás de las bambalinas. Desde el edificio anexo de la vicepresidencia se propaga el pánico e incluso se difunde que ella estaría dispuesta a asumir la presidencia si Rajoy dimitiera en las próximas horas para que no triunfara la moción de censura. Nada nuevo: los puñales entre un edificio y otro hace mucho tiempo que vuelan aunque el político gallego siempre ha preferido mirar hacia otro lado. Así le ha ido.

Entre tanto, para que nadie diga que el gobierno español no piensa en la imagen en el extranjero del país, un ministro ha tenido la brillante idea de ofrecer incentivos económicos —12.000 euros— a los corresponsales de la prensa española en el exterior si hablan bien de España. Algo que ha provocado una carcajada entre los corresponsales extranjeros en España, además de la lógica irritación por tan chusca iniciativa. Por cierto, el silencio de las asociaciones de prensa de Madrid ha sido clamoroso. 

Y, en este clima, de torpeza y fachendería, Rajoy libra su última batalla. Mientras, la rama impide ver el árbol. Podrido.


(*) Periodista y ex director de La Vanguardia


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