El cierre oficial de la lista de los militantes del Partido Popular
que participarán en la elección del líder que substituirá a Mariano
Rajoy al frente del partido, ha supuesto un verdadero fiasco sobre la
tan cacareada fortaleza del partido que acaba de ser desplazado del
poder, sino que el desarrollo de las primarias populares puede terminar
en el más preocupante de los ridículos.
Aunque quien ha ideado las
normas de actuación y funcionamiento de esas primarias, el
vicesecretario de organización Fernando Rodríguez Maíllo, insista en que
los militantes que participarán en ese proceso insólito en el PP, en
uno de los peores momentos de su reciente historia, no llegarán ni
siquiera al ocho por ciento de la militancia, una cifra que a quien, en
este momento maneja el aparato, le parece lo más natural del mundo.
Que un partido que según ha confesado recientemente a Carlos Alsina
en Onda Cero, la secretaria general Dolores de Cospedal, tiene 780.000
afiliados (se ignora si han dado de baja a los muertos y a los que han
anunciado su marcha por descontento político o porque se han pasado a
Ciudadanos) y no tenga ni 70.000 militantes dispuestos a votar en las
primarias del jueves 5 de Julio, significa que el PP tiene la
militancia menos participativa de cualquier partido político europeo o,
por el contrario, nunca ha tenido esos 780.000 afiliados (869.000, según
las últimas cifras oficiales) el partido con más afiliados de España,
según han venido repitiendo de forma machacona sus dirigentes.
Una cifra realmente insólita que algún medio ha recordado que es algo
más alta, no mucho, que los 61.986 militantes que se presentaron en la
listas de las elecciones municipales. O sea una cifra de militantes que
podría englobar a los que tienen algún cargo de cualquier tipo en las
distintas Administraciones y a sus familiares. Esos pocos más de 66.000
militantes que votarán al fututo Presidente del partido contrastan con
el 80% de los militantes del PSOE que en otras primarias históricas
eligieron a Pedro Sánchez, secretario general del partido. Pablo
Iglesias fue votado por 55.275 inscritos, el 34,5% del censo, en febrero
de 2017.
Cómo estará la situación interna, que el único que ha dado la voz de
alarma de algo que resulta escandaloso, ha sido Pablo Casado con un
argumento demoledor: “Si no hemos sido capaces de ilusionar y movilizar a nuestros afiliados ¿cómo vamos a ilusionar al país?”.
Otro
candidato, el ya famoso Joserra, también ha sido el único que ha
propuesto cambios en las reglas de funcionamiento para no terminar
haciendo el ridículo. Su preocupación es tal que incluso se ha atrevido a
preguntarle en un pasillo del Congreso de los Diputados al presidente
del Gobierno, Pedro Sánchez, qué es lo que hay que hacer en unas
primarias y se ha quedado sorprendido cuando le ha oído decir al
Presidente del Gobierno que “ir contra el aparato del partido”.
El resto calla como si no fuera con ellos. Margallo, uno de los
candidatos más creíbles, en señal de protesta por lo que no deja de ser
un gran ridículo político, en el que él no debería participar, debería,
eso sí, en señal de protesta, retirarse. Las dos restantes candidatas,
bautizadas en algún periódico europeo como “las dos generalas”, han
tenido reacciones esperadas: las reglas son las reglas y no se pueden
cambiar a mitad del partido. Las dos piensan que pueden controlar el
aparato y también a los compromisarios en una segunda vuelta.
Más ladina, Sáenz de Santamaría, la vicetodo, que nunca se ha
interesado por el partido ni ha querido saber lo que pasaba porque
siempre se resistió a ser militante, y siempre ha querido ir de
“independiente”, aunque estaba en el Comité Ejecutivo, ha encontrado a
quienes deberían pronunciarse como miembros del “Aparato” del partido:
Cospedal y Pablo Casado. Ella, Santamaría, no se pronuncia. Ella es una
mujer de poder, de Gobierno (es lo único que le interesa), y no de
partido.
Y ella participa en estas primarias, no como candidata a la
Presidencia del Partido, sino en función de que la presidenta del
Partido es también la candidata a la Presidencia del Gobierno y cree que
ese puesto es suyo, como si lo hubiese heredado. Pero puede haber
muchas sorpresas, porque cada vez se sabe más del obscuro y misterioso
papel que desempeñó: bolso puesto en el escaño del Presidente del
Gobierno, refugiado en ese momento, en un restaurante de la calle de
Alcalá, al lado del Congreso con sus más leales, entre los que no estaba
la vicetodo.
(*) Periodista y economista
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