ORIHUELA/LOS ALCÁZARES.- El barro seco es el fósil de la última sacudida de la gota fría. Gran parte de los terrenos batidos por 325 kilómetros del río Segura se han petrificado bajo ese manto inerte en la Vega Baja alicantina y sus estertores en la región murciana. Afloran cadáveres de animales y desprenden un olor espantoso, el agua estancada es la ciénaga perfecta para las plagas y las corrientes de lodo se lo tragan todo, relata una crónica de Abc.
Solo ha transcurrido una semana de la peor catástrofe por
registros pluviométricos que se recuerda en esta zona en un siglo y
medio, después de aquella riada histórica en octubre de 1879 que engullió miles de vidas. Esta vez se han perdido siete . Y entre los supervivientes, se pide a la desesperada un rescate. En este rincón del sureste del país, la piel de sus gentes y sus tierras sigue ahogada.
Las
cosas en las localidades de Orihuela, Redován, Molins, Dolores,
Almoradí, San Fulgencio y Los Alcázares tardarán mucho en volver a la
normalidad. Calculan que se necesitará alrededor de mes y medio para la
limpieza,
dos meses para la recuperación de las innumerables infraestructuras
dañadas y más de un año para cobrar pérdidas compensadas por el
Consorcio de Seguros.
Por eso, muchos vecinos de estos pueblos afectados, que ven con frustración cómo empieza a diluirse ya la «melé» de periodistas, imploran por que no se aparte el foco de esta zona y se les abandone. Van a precisar mucha ayuda y va «para largo».
Los Alcázares
Así lo asegura,
entre otros, el alcalde de Los Alcázares, Mario Cervera,
el más joven de la Región de Murcia a sus 30 años. Tiene los ojos
inyectados en sangre. Y no es una metáfora. No se sabe si llora por sus
paisanos que le sacuden el brazo a cada segundo preguntándole a quién
deben dirigirse para ser objeto de ayudas; o si es por las horas que
lleva sin dormir desde que el pasado día 13 les llegase el torrente
imparable del Segura.
Aquí, último punto antes de la entrada del cauce en el mar Menor, a los efectos del arrastre de todo lo caído aguas arriba hay que sumar un registro de récord: 300 litros por metro cuadrado en muy poco tiempo. De hecho, para algunos vecinos las esclusas del cielo reventaron sorpresivamente en «cosa de media hora», en un día que había amanecido soleado. «Pero es que aquí caen 30 litros y también se inunda –lamenta el regidor socialista–. Se han hecho las cosas mal durante mucho tiempo: las obras han invadido zonas inundables y el resultado es esta catástrofe».
Desde la Universidad de Murcia, el geógrafo Alfredo Pérez Nogales
suscribe palabra por palabra esa reflexión. Hay un factor social que ha
multiplicado las pérdidas y edificaciones afectadas –dice el profesor–,
y que ha acrecentado el grave factor natural. Este municipio murciano es, para Pérez Nogales, el «paradigma de esa mala gestión territorial en cuanto a su adecuación al riesgo de inundaciones».
Ahora mismo, en este pueblo costero de 16.000 habitantes
quedan cientos de miles de litros encharcados en sótanos y garajes,
incluido el del propio ayuntamiento. Pero cuando se saca el agua, no se
sabe ni dónde tirarla, porque se une a las corrientes de barro que aún
lo enfangan todo. Se limpia sobre lo embarrado y vuelta
a limpiar. Hasta que las dotaciones de forestales enviados por la
comunidad autónoma y los miles de medios humanos dispuestos, entre Protección Civil, Bomberos y operarios, no acaben de limpiar las calles, no se podrán desatascar las casas.
Paisaje devastado
Sin exagerar, la vista aérea de Los Alcázares pinta un paisaje devastado por un tsunami. El polvo denso
impregna hasta el último cartel y hay problemas para caminar sin
resbalar o sin tropezar con postes y ramas caídas. Se asemeja un poco a
la atmósfera de una escena de wéstern americano. Solo
que aquí los árboles arrasados son palmeras y no barrillas ni matojos.
El alcalde lo empieza a tener claro. Gestionará un desastre sin
precedentes, con daños que ahora mismo ya ascienden a 150 millones de euros, pero
también «tomará medidas que muchos alcacereños no entenderán, como el
derribo de viviendas construidas en mitad de una rambla», declara
Cervera.
De
hecho, hace una semana la avenida del río tuvo que esquivar esas
construcciones, desparramándose a los lados. La fuerza del agua
hizo el resto. Fue descomunal. Ha tirado muros de contención, ha roto
el río por diversos puntos cauce arriba, el caudal desbordado ha saltado
autovías
y cruzado instalaciones.
No
ha respetado siquiera la vulnerabilidad de
unos habitantes que no hace ni tres años, en diciembre de 2016,
acometieron las reformas de sus viviendas y negocios por una embestida
bestial
de la naturaleza. Loli y sus paisanos recuerdan, como un espectro, esa
última inundación, porque cuando acaban de pagar aquello, «viene este
monstruo». «Si entonces nos pareció el fin del mundo, ahora se ha
quedado en una anécdota», anota José García, miembro de Protección Civil
en Los Alcázares.
Es
curioso que en este lugar del planeta, donde la Madre Tierra regala más
horas de luz solar, un cielo azul intenso y playas paradisíacas, la
misma naturaleza se enfade en ocasiones con esta virulencia. Sus
residentes empiezan a estar acostumbrados, sin estarlo.
Susana Peláez
y Jesús Méndez son dueños de una inmobiliaria. Quién mejor que ellos
para surcar el pueblo por lugares casi intransitables, trazando las incontables pérdidas
ocasionadas en el 50% de las viviendas. Tampoco olvidan 2016. Perdieron
8.000 euros con aquella tromba. Las ayudas no sufragaron ni mil.
«No hubo navidades
para nadie en todo el pueblo. Ahora –llora con mucho pesar Susana–, mi
hijo de 18 años no va a empezar la universidad. Nos ha ofrecido demorar el pago
de la matrícula al curso que viene, porque sabe que va a hacer
falta.Tenemos cuatro hijos más». Este matrimonio muestra cómo el agua
arrancó de cuajo el escaparate y vació el interior de su negocio.
El medio de vida de los agricultores locales,
como José Garre, se ha ido «al garete», ha quedado sepultado. Pero la
tierra rebrotará», agita optimista este veterano de la huerta murciana
mientras limpia los trazos de barro adheridos a la estatua del actor oriundo José Sazatornil, en el paseo marítimo.
Almoradí
Más arriba, en el
alicantino Almoradí, su regidora María Gómez está a las puertas de la
casa consistorial frente a la cuba que todavía reparte, siete días
después del desastre,
agua potable a sus habitantes. Gómez comenta que «en los frigoríficos
de toda Europa van a notar esta desgracia, porque el 70%de la huerta
(labrada de alcachofas, lechugas, patatas) se ha perdido».
La
regidora casi no se cree la frase que suelta, a bocajarro: «Pienso que
el lunes [por la mañana] podré poner el pueblo en marcha».
La parálisis de agua, suministro eléctrico, educativa se despedirá de
este municipio alicantino que, en palabras de un paisano, las ha pasado
canutas. La alcaldesa popular demanda ahora «cambios estructurales». La
misma tubería de conducción del agua potable reventó con la rotura del
Segura y los azarbes. «Usan una conducción paralela. Hay que buscar
alternativas», sostiene.
«Se ha ocupado territorio fluvial de forma imprudente.
Se han incumplido las leyes del agua y también las del suelo. Así de
claro. En todos los municipios afectados o bien no existen sistemas de
canalización de aguas pluviales o bien están mal diseñados y
calculados para poder asumir lluvias torrenciales de más de 100 litros
en una hora. Y el resultado salta a la vista. No hemos trabajado la adaptación al riesgo
y a los extremos atmosféricos de la nueva realidad climática».
La
crítica es de Jorge Olcina, catedrático de Geografía y director del
Laboratorio de Climatología de la Universidad de Alicante, y va dirigida a las administraciones local, regional y estatal.
Orihuela
El de las obras «indebidas»
es un debate que ha espoleado esta depresión atmosférica. En la calle,
también se da vida a encendidas argumentaciones sobre el poder del cambio climático
y, no podía faltar tampoco, en una España polarizada en lo político, la
indignación contra dirigentes que no se han puesto ni las botas de agua
para su visita a las zonas anegadas. Una «caricatura» de Pedro Sánchez en el helicóptero
asegurando lo inundada que estaba la zona ha corrido más que el agua:
el piloto de la aeronave tuvo que corregirle. «Eso no está inundado,
señor presidente, es el mar Menor».
«¿Dónde están los Bardem y los Richard Gere en esta tragedia?», protesta enérgico Ángel Saura, de 58 años, y continúa limpiando con su esposa, Raquel, los enseres destrozados de su casa en el barrio del Escorratel, en Orihuela. Enfrente, Conchi Garrigues, 76 años, no hace distingos. Muchos se encolerizan al mentar a la única víctima» política que se ha cobrado la tormenta, el director general de Emergencias de Murcia. Conchi no tuvo tiempo, como él, de ir al teatro en pleno temporal. Esta anciana llora, con la casa limpia, pero completamente vacía tras desecharlo todo.
Lo peor es revivir el «susto» que se le ha encajado en el cuerpo.
Ella y muchos oriolanos nos dicen que le han cogido mucho miedo al
agua. «No se me quitará mientras viva. Y tuve suerte. A mi vecina con
tetraplejia no la podían ni sacar de la vivienda porque se atrancó su puerta. Casi no lo cuenta», relata Conchi.
Francis es un bombero a punto de jubilarse
del pueblo vecino, Bigastro. Oraniza turnos de voluntarios en la
pedanía de Molins, pocos kilómetros al sureste de Orihuela. «Los
bomberos se jugaron literalmente la vida».
No habla por hablar.
Aporta la prueba más fidedigna, un vídeo donde un par de efectivos
intentan salvar la vida de un crío agarrado a un árbol y la de su madre,
en el Palmeral de Orihuela. El metro largo de altura que alcanza el
agua amenaza la estabilidad del vehículo. Los bomberos
dudan de que puedan llegar donde está el niño y dan al traste con sus
perspectivas de salvarse. Pero lo hicieron.
Molins
«Hay que reconocerles a estos hombres su trabajo», añade Félix. A los mandos de dos sargentos, Juan Carlos y Manolo,
decenas de dotaciones de bomberos están bregando contra las viviendas
inundadas en Molins, Redován, Orihuela y Dolores días después. Jornadas
interminables de 16 horas, sin descanso. Lo cuentan
precisamente durante un receso Agustín Mompeán y Santiago Fernández.
Estos bomberos reciben con una sonrisa la comida que les ofrece, muy
agradecida, una señora damnificada a la que auxiliaron.
También quieren reclamar su espacio los operarios de Red de Carreteras del Estado, como el grupo formado por Israel Picó
y «los dos Rafas», que en el tapón de la N-340 solventan el parón de
tráfico prolongado durante días, porque las vías estaban atascadas
debido a los múltiples desprendimientos de tierra y
rocas. Más suerte tiene la Unidad Militar de Emergencias, siempre
acompañada por esa codiciada cuota de popularidad.
Estos días han sido vitoreados en Murcia y Alicante. Ajenos a ovaciones, el brigada Javier y el cabo Fernández se enfangan en los palmos de barro
acumulados en el colegio Antonio Sequerós de Orihuela. Quieren devolver
a su ritmo habitual a un centro que da cobertura a los niños con
necesidades especiales de toda la comarca de la Vega Baja. El 30%de
ellos van en silla de ruedas. En la singular «pugna»,
resulta fácil dar a cada uno su lugar: sin la tarea conjunta de una
marea de 2.000 voluntarios, ONG y miles de operarios y agentes de todos
los cuerpos, esta pesadilla no acabaría aquí.
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