ALICANTE.- Hoy martes 8 de octubre, se cumplen 32 años y 195 días de la aprobación del Plan
General de Alicante. No se trata de una fecha destacada por redonda, ni
el aniversario de nada relevante, pero resulta interesante recordarlo
por la terca vigencia noticiosa que supone que una ciudad siga
funcionando un tercio de siglo después con las mismas normas de
ordenación urbanística, recuerda El Mundo.
Alicante se estancó en algún momento
indeterminado del pasado reciente, olvidada por unos gestores que
confundieron su ocasional paso por la política con las necesidades
reales de una ciudad que iba a seguir aquí cuando ya no estuviesen, que
fue más o menos pronto. Es un mal endémico de la toda política nacional,
vale, pero escuece especialmente cuando la herida se abre a las puertas
de casa.
Escribo «indeterminado» por cuestiones de brevedad, pero en realidad
sí existen puntos concretos de la línea temporal donde Alicante pierde
el norte. Si me apuran, hasta culpables. Lo que pasa es que son tan
amplios que es imposible incluirlos de manera exhaustiva en este
artículo. Tampoco es mi intención repasarlos, ni volver a contar los
problemas judiciales que provocaron el colapso del último documento del
Plan General, con la degradación de una clase política que,
independientemente de la resolución de los tribunales, arrastró por el
fango la dignidad de las instituciones.
Sin embargo, creo que sí es
necesario insistir de vez en cuando en que la creación de un nuevo
documento de ordenación debería de ser la prioridad absoluta para el
equipo de Gobierno municipal, y que cualquier otro camino supone
mantener amordazada a una ciudad que parece vivir eternamente al filo de
lo posible.
Ya no es una cuestión de lógica administrativa o de
seguridad jurídica, sino simplemente de orgullo. En primer lugar porque
el Ayuntamiento debe a la ciudad un modelo claro y plasmado de hacia
dónde quiere ir. Sin romanticismos ni buenas intenciones, simplemente
prosaicos planos pintados.
En segundo, porque se está hurtando a la
sociedad alicantina el derecho de opinar sobre su futuro. Se ha dicho
muchas veces pero no por ello deja de ser cierto: Alicante no sabe qué
quiere ser de mayor, y las soluciones electorales no dejan de ser
ocurrencias que no figuran en un proyecto a largo plazo.
Resulta
evidente que pilotar el urbanismo en base a continuos parches que
solucionen los vacíos generados por un urbanismo obsoleto solo prolonga
el problema, y reconocer con más demoras la incapacidad de abordar una
falta de rumbo crónica solo agravará la crisis de confianza de los
alicantinos con sus políticos. Si hay una solución, ya llega tarde.
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