sábado, 1 de febrero de 2020

El cerdo Napoleón / Enrique Martín *

Juan Ramón Gil me dedicó un editorial el pasado domingo, del que nunca se sentirá orgulloso. No procede aquí criticar sus formas, pero sí centrarnos en aspectos útiles para el debate público.

En primer lugar, sirve de pretexto al artículo la invitación a asistir a una reunión que me hizo una patronal alicantina. A simple vista, parece nimio para una reacción tan desencajada. 

Hay muchas explicaciones, pero aplicando la navaja de Ockham, la más sencilla y probable es que ese editorial ya estaba redactado de antemano, fue escrito por encargo y estaba esperando cualquier oportunidad. Los autores intelectuales son Salvador Navarro y Perfecto Palacio y su coste corre a cargo del presupuesto de la CEV, que financia al medio que lo publica. 

Sobre las críticas a mi trayectoria, no le falta alguna razón. Presidí Terciario Avanzado durante una década y el CEEI de Elche, contribuí a fundar instituciones como INECA, y también llegué, vi y perdí la presidencia de COEPA; entretanto, sin embargo, hice cuanto estuvo en mi mano para salvarla. 

El editorialista no es ajeno a ello, porque fue altavoz del llamado «lobbyplus» que designó como presidente a Moisés Jiménez, hiriendo mortalmente a la institución. No puede pontificar sobre el cainismo alicantino quien ha minado durante tanto tiempo a la sociedad civil en cuyo nombre pretende hablar; tampoco puede clasificar a los empresarios, porque no se le conoce ninguna experiencia empresarial ni mérito directivo relevante. 

La respuesta a la pregunta de por qué no salen los empresarios de primera línea a la palestra, la tiene en su propia casa: todos saben que, al final, tendrán que pasar por caja.

El asunto también afecta a nuestras libertades. La primera, la de las asociaciones para dirigir su destino sin injerencias externas que, a golpe de editoriales, tratan de alterar su voluntad democrática. La segunda, la libertad de expresión y de pensamiento, pues es evidente que el metatexto del editorial son mis artículos y no mi pasado patronal. 

Creo que ese editorial es irrespetuoso con ambas. Ni yo soy la zorra, ni los socios de UEPAL son pollitos o gallinas de un corral, ni el editorialista es el cerdo Napoleón de Rebelión en la Granja que azuzaba a sus perros. En el prólogo de dicha obra, que Gil debería releer, Orwell invoca la definición de la libertad que hacía Rosa Luxemburgo como la «libertad para los demás». Lo totalitario es demonizar a los discrepantes. Ahora, los socios de la CEV ya saben la medicina que les espera.

Finalmente, no tengo objeción a su crítica política, que es legítima. No engaña nadie: sabemos a qué intereses responde. Pero sorprende el esfuerzo por denigrar a quien dice desdeñar, cuando hubieran bastado unas líneas o el simple desprecio. Al hacerlo, se convierte en víctima de su propia obra. 

Quería retratarme con los trazos gruesos de su resentimiento, pero como ocurre a los pintores poco inspirados, ha acabado por pintarse a sí mismo. En un mundo en que las ideas se difunden libremente, siempre encontraré una Madriguera de Libertad desde la que exponer mis opiniones y, tal vez, gente que quiera escucharlas. 

Es un derecho sagrado, que defenderé firmemente, y que todos los periodistas -Juan Ramón Gil, si fuera honesto, el primero- están llamados a proteger.



 (*) Abogado



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