Juan Ramón Gil me dedicó un editorial el pasado
domingo, del que nunca se sentirá orgulloso. No procede aquí criticar
sus formas, pero sí centrarnos en aspectos útiles para el debate
público.
En primer lugar, sirve de pretexto al artículo la invitación a
asistir a una reunión que me hizo una patronal alicantina. A simple
vista, parece nimio para una reacción tan desencajada.
Hay muchas
explicaciones, pero aplicando la navaja de Ockham, la más
sencilla y probable es que ese editorial ya estaba redactado de
antemano, fue escrito por encargo y estaba esperando cualquier
oportunidad. Los autores intelectuales son Salvador Navarro y Perfecto Palacio y su coste corre a cargo del presupuesto de la CEV, que financia al medio que lo publica.
Sobre
las críticas a mi trayectoria, no le falta alguna razón. Presidí
Terciario Avanzado durante una década y el CEEI de Elche, contribuí a
fundar instituciones como INECA, y también llegué, vi y perdí la
presidencia de COEPA; entretanto, sin embargo, hice cuanto estuvo en mi
mano para salvarla.
El editorialista no es ajeno a ello, porque fue
altavoz del llamado «lobbyplus» que designó como presidente a Moisés Jiménez,
hiriendo mortalmente a la institución. No puede pontificar sobre el
cainismo alicantino quien ha minado durante tanto tiempo a la sociedad
civil en cuyo nombre pretende hablar; tampoco puede clasificar a los
empresarios, porque no se le conoce ninguna experiencia empresarial ni
mérito directivo relevante.
La respuesta a la pregunta de por qué no
salen los empresarios de primera línea a la palestra, la tiene en su
propia casa: todos saben que, al final, tendrán que pasar por caja.
El
asunto también afecta a nuestras libertades. La primera, la de las
asociaciones para dirigir su destino sin injerencias externas que, a
golpe de editoriales, tratan de alterar su voluntad democrática. La
segunda, la libertad de expresión y de pensamiento, pues es evidente que
el metatexto del editorial son mis artículos y no mi pasado patronal.
Creo que ese editorial es irrespetuoso con ambas. Ni yo soy la zorra, ni
los socios de UEPAL son pollitos o gallinas de un corral, ni el
editorialista es el cerdo Napoleón de Rebelión en la Granja que azuzaba a sus perros. En el prólogo de dicha obra, que Gil debería releer, Orwell invoca
la definición de la libertad que hacía Rosa Luxemburgo como la
«libertad para los demás». Lo totalitario es demonizar a los
discrepantes. Ahora, los socios de la CEV ya saben la medicina que les
espera.
Finalmente, no tengo
objeción a su crítica política, que es legítima. No engaña nadie:
sabemos a qué intereses responde. Pero sorprende el esfuerzo por
denigrar a quien dice desdeñar, cuando hubieran bastado unas líneas o el
simple desprecio. Al hacerlo, se convierte en víctima de su propia
obra.
Quería retratarme con los trazos gruesos de su resentimiento, pero
como ocurre a los pintores poco inspirados, ha acabado por pintarse a
sí mismo. En un mundo en que las ideas se difunden libremente, siempre
encontraré una Madriguera de Libertad desde la que exponer mis opiniones
y, tal vez, gente que quiera escucharlas.
Es un derecho sagrado, que
defenderé firmemente, y que todos los periodistas -Juan Ramón Gil, si
fuera honesto, el primero- están llamados a proteger.
(*) Abogado
No hay comentarios:
Publicar un comentario