La continua improvisación de este desgobierno hace inagotables e inevitables las críticas a su gestión.
Entrar en todas y cada una de las medidas "globosondizadas", anunciadas
o decretadas por él, convertiría un artículo de prensa en un tratado
enciclopédico, por lo que he preferido optar por sintetizar aquellos
errores de concepto, enfoque o bulto que, creo, comete.
1.- Ausencia de una verdadera política económica.
Reconociendo el mérito personal y la cualificación de algunos distinguidos miembros de este gobierno (Calviño, Escrivá, Planas, etc.), es difícil identificar con claridad la política económica de un Gobierno
tan hipotecado con la izquierda asamblearia y el nacionalismo
insolidario. Ello se está dejando notar últimamente en esta 'yenka' de
decretos económicos que dictan, 'desdictan' o enmiendan decretos
anteriores.
2.- Renuncia a la búsqueda sincera de la unidad y el consenso.
Las continuas llamadas del gobierno "a la unidad"
para acordar una hoja de ruta para la recuperación económica parecen
más una estrategia de comunicación de cara a la opinión pública que una
sincera disposición a lograrla. Hasta la fecha, este Gobierno ha tomado
todas sus decisiones desde la más descarada unilateralidad, despreciando
tanto a determinados agentes sociales —como pudieran ser las
organizaciones empresariales— como a la oposición, la cual, en la
mayoría de las ocasiones, conoce las decisiones del gobierno a través de
la prensa.
3.- El Gobierno asume ya "el naufragio" (en
vez de intentar evitarlo) y se pone a planificar cómo reparte "los botes
salvavidas".
El socialismo
siempre se ha encontrado más a gusto, más "en su salsa", ideando
políticas de mitigación de los efectos sociales de las crisis, que
intentando atajar con seriedad sus causas. Nosotros creemos que la mejor
política social no es la que se limita a repartir subsidios a quienes
ya han perdido su empleo, sino la que se centra en evitar que lo
pierdan. Y ello no se logra por decreto, porque de nada sirven los
decretos cuando los números no dan. A cuantas más empresas y autónomos
podamos ayudar, menos despidos lamentaremos y menor será el gasto social
que haya que soportar. Por ello, es preciso que decidamos entre todos
si lo que queremos es subsidiar el paro... o subsidiar el empleo.
4.- No se puede establecer una política de recuperación desde el desprecio y la desconfianza hacia al sector privado.
Un
importante sector de este Gobierno no pierde oportunidad de demostrar
su ignorancia —y también rencor— respecto al sector privado.
Probablemente, porque siempre hayan vivido de lo público. Sería muy de
agradecer que alguien les explicara que no existe país a cuyos
ciudadanos les vaya bien sin que a sus empresas les vaya bien. Nuestro
estado del bienestar se sustenta sobre un sector privado sólido y con
expectativas de futuro. Sin él, peligrarían todas nuestras conquistas
sociales. No entender que de esta crisis no se puede salir "contra" las
empresas y autónomos, sino "por" ellos, es no entender cómo funciona el
mundo.
5.- Las medidas concretas propuestas por el gobierno denotan
un escaso entendimiento de los problemas reales de empresas, PYME y
autónomos.
Por supuesto, la liquidez es un problema
inmediato, pero ello no resuelve el problema de solvencia al que esta
crisis puede arrastrarnos. Los ERTE (sin entrar en la inseguridad
jurídica con la que se han envuelto, ni en su no-confirmada prórroga,
etc.) o los créditos ICO (sin entrar tampoco en los problemas derivados
de la parte no avalada, etc.) son herramientas útiles, pero no detienen
el taxímetro de determinados gastos, como pudieran ser alquileres,
impuestos, seguros, seguridad, suministros, etc. Desgraciadamente, la
crisis no acaba cuando se reabre el negocio, sino cuando vuelven a él
sus clientes. Reabrirlo, para encontrarse con una deuda acumulada de
difícil digestión, así como con la obligatoriedad de reincorporar al
100% de la plantilla anterior a la crisis, puede ser letal para muchos
negocios.
6.- Este Gobierno ha malgastado la credibilidad que pudiéramos tener en Europa.
Mientras
nuestro PIB crecía por encima del promedio europeo, en vez de acometer
las reformas por las que nuestra economía clamaba —o en vez de reducir
nuestro nivel de deuda—, nuestros gobernantes han optado por relajarse:
los tipos de interés eran bajos (igual que la prima de riesgo) y no se
avistaban "cisnes negros".
Para mayor agravio a nuestros socios
europeos, lejos de cumplir con nuestros compromisos presupuestarios, la
debilidad política de nuestro último gobierno lo llevó a comprar sus
apoyos parlamentarios con el dinero de todos nosotros, disparando el
déficit de 2019. Un déficit que Eurostat
ha corregido al alza, para mayor bochorno.
Pues en este orden de cosas,
y ya metidos en una crisis económica histórica, el gobierno pretende
utilizar a las "víctimas económicas" del coronavirus (que claro que
precisan de un modo de subsistencia durante esta crisis), para implantar
otra medida muy distinta de la que no conocemos nada, salvo que será
"universal y permanente".
Algo de lo que, por ejemplo, no gozan muchos
de nuestros socios europeos con cuentas más saneadas que las nuestras.
Pedir dinero (sin condicionalidad) a Europa desde estos planteamientos
es, cuanto menos, ingenuo.
Esperemos que el gobierno rectifique: que vuelva a la centralidad, a la moderación y al sentido común,
y abandone "el lado oscuro de la fuerza" —en el que se instaló tras las
elecciones— para sentarse con los mismos socios con los que se sienta
en Europa (liberales y populares) a fin de dar una solución rápida,
eficaz y sensata a esta crisis.
(*) Diputado en el Congreso dentro del Grupo Parlamentario de Ciudadanos
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