Aquel 12 de mayo de 1978, viernes, resultó ser un día profesionalmente inolvidable para Perfecto Arjones y para mí. Terminamos la jornada, mentalmente agotados, en el hotel Don Quijote, de Quintanar de la Orden, a 12o kilómetros de Madrid, tras entrevistar durante casi dos horas en su despacho del Palacio de La Moncloa a Adolfo Suárez González, primer presidente del Gobierno de entre los propuestos al rey Juan Carlos por el Consejo del Reino franquista liderado por Torcuato Fernández-Miranda como presidente de las Cortes.
Salimos de Alicante a bordo de su "Renault 12" a media mañana y a media tarde cruzábamos la barrera de seguridad del complejo presidencial para inmediatamente ser recibidos por el jefe de Prensa, el periodista lucense Fernando Ónega, ex compañero de ambos en la extinta Prensa del Movimiento y, particularmente, de Arjones en el diario "El Pueblo Gallego", de su Vigo natal.
Mientras Suárez se aseaba y cambiaba de ropa, tras presidir un largo Consejo de Ministros, recuerdo que Arjones le sugirió a Ónega una visita por los jardines y dependencias oficiales de Moncloa, que nos llevó unos minutos antes de pasar al despacho de Suárez. Sorprendentemente Arjones no disparó ni una sola vez su cámara aunque lo noté en varios momentos tentado de hacerlo por las miradas inquisitivas que me dirigía.
En esa fecha de 1978 entrevistar al político reformista español Suárez era lo más codiciado por la prensa nacional e internacional. Muchos colegas de Madrid y corresponsales extranjeros acreditados en España lo habían intentado reiteradamente sin éxito porque el Presidente no estaba por la labor debido a la complejidad del ambiente político, por lo que las posibilidades de una aceptación definitiva eran remotas. Juan Luis Cebrián sólo lo consiguió un año después para El País.
Por eso, cuando recibí a través de cualificados contactos personales que Suárez accedía a hacerlo con nosotros para Información, lo primero que hice fue contactar con un Arjones que estaba de vacaciones para, manteniendo la debida discreción, avisarle de que yo estaba a la espera de fecha y condiciones - no imposiciones como un cuestionario previo - para realizar la entrevista. No las tuve todas hasta que no estuvimos frente a frente con el Presidente porque él mismo nos las comunicó.
Una de las mías es que yo quería llevar mi propio redactor gráfico quien, por su nivel y excelencia profesional más que demostrada con protagonistas de otro alto perfil, merecía alcanzar la gloria que unos no llegaron a ofrecerle en su día por dejarlo tirado en Alicante al marcharse a Madrid a mejores destinos profesionales, y otro más miserable y resentido situado aquí por ellos mismos después, trató desde Alicante evitar que la tocara, aunque se la merecía de sobra, para que no resaltará de pronto la más que clara potencialidad, hasta la fecha cercenada, del aquel chaval gallego afincado a 1.100 kilómetros de Vigo.
Ónega aceptó de inmediato al conocer que se trataba de su antiguo compañero Arjones y fue entonces cuando le dí la matrícula de su vehículo para identificarlo en la puerta exterior de acceso a La Moncloa.
Recuerdo un viaje de ida en el que ambos fuimos preparando la entrevista. Ambos digo y quiero decir. Porque mientras él conducía me iba sugiriendo preguntas y planteamientos pertinentes, o no tanto, que yo iba anotando en mi libreta a la par que debatíamos la forma o el momento de situarlas en el orden del cuestionario formal ya en el despacho presidencial, entre fotografía y fotografía lanzada por mi colega en semejante gesta.
Arjones fue tan artifice como yo del resultado obtenido porque no se limitó a hacer esas obligadas fotografías (por cierto, en blanco y negro) sino que con mi venia tácita formuló algunas de las preguntas sugeridas por él mismo durante el camino hasta Madrid.
Arjones tenía una buena escuela de periodistas de los que aprendió el oficio, entre ellos el legendario José Vidal Masanet, alicantino pasado por la Escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia, en Nueva York y, sin lugar a dudas, el mejor de cuantos han ejercido en nuestra provincia en toda su historia. Porque ese, mucho más que otros anteriores y ninguno posterior, fue su verdadero gran maestro durante casi veinte años.
Como Suárez, hasta entónces desconfiado y hermético, admitió las preguntas que estaban en la mente de todos y que de forma natural fueron surgiendo en una conversación distendida entre las ocho y las nueve y media de la noche pero rechazó grabaciones y hasta tomar notas de sus respuestas, a la salida de La Moncloa, Arjones y yo tuvimos que echar mano de la memoria aún joven que nos asistía (25 y 35 años respectivamente) y tratar de llevar como locos a la libreta todo lo que recordábamos de lo vivido minutos antes con el Presidente.
Aparcado su coche en una chopera de la Ciudad Universitaria a espaldas de la Facultad de Ciencias de la Información, nos dedicamos exhaustivamente a esa labor antes de enfilar la carretera hacia Alicante y seguir así más relajados durante el trayecto, que dimos por concluido en Quintanar ante el agotador esfuerzo mental destilado y que aconsejaba a Arjones no seguir conduciendo otros 300 kilómetros más.
Aún en el hotel, tanto él como yo, seguíamos incorporando matices a la libreta tratando de redondear la preciada pieza periodística conseguida, con los recuerdos nuevos que nos venían a la cabeza y que siguieron al día siguiente hasta nuestro destino final junto al mar Mediterráneo.
Esa circunstancia profesional relevante para los dos nos unió espiritualmente para siempre y pude constatar con el tiempo que, como buen gallego, "Cholas" (su nombre de guerra) era un superviviente. Sus amigos de travesía de Vigo hasta Alicante, Félix Morales (luego gerente de la Fundación Francisco Franco) y el irrepetible columnista de "Pueblo", Pedro Rodríguez (vocero oficioso en aquella época del ministro más populista de Franco, José Solís Ruíz), no contaron con el joven vigués para compartir las glorias profesionales en Madrid y así quedó varado en Información como injusto consuelo para quien era el benjamín de los tres.
Condenado a un periodismo serie B, sus supuestos amigos lo dejaron de entrada en manos de un simple capataz, mediocre y acomplejado, aunque tuvo la suerte de una pronta adopción profesional por parte del brillante reportero alicantino Vidal Masanet, que convirtió al fotógrafo de prensa inicial que era Arjones en un soberbio redactor gráfico, que no es lo mismo siquiera que el rebajado y ambiguo término fotoperiodista. Él mismo terminó rastreando noticias por la provincia de Alicante tras llegar a ser un autodidacta por observar y escuchar a maestros de este oficio durante tanto tiempo y desde muy joven.
Quien pudo aspirar a haber sido uno de los más grandes reporteros gráficos de este país y era un artista con la sensibilidad que ello implica, veía y entendía lo que no veían ni entendían muchos de los periodistas con los que trabajó luego y que no valoraban del todo lo que que suponía de lujo llevarlo como apoyo gráfico.
Arjones no era, al final por eso, hombre de saber trabajar en equipo hasta llegar a cometer, a mi juicio, el error en su última etapa de querer dar broncas lecciones a los jóvenes periodistas a los que tenía que acompañar un poco forzado y hastiado.
Después de aguantar 30 años en el mismo periódico, Arjones se negaba a ser buen vasallo por carecer de buen señor y optó por pasar a la administración autonómica y así se salía del recipiente mentalmente tan estrecho en el que quería encerrar alguno a este demasiado gallego con criterio por rebelde, que terminó por crear su propia trama social en Alicante hasta saltar a la política en las filas del PP.
Arjones salió por donde pudo después de liberarse de quien lo quería condenar para siempre a un periodismo de renovado costumbrismo local sin más altura. Y, además, no aceptaba ser infravalorado en su trabajo, por lo que defendía con dignidad la importancia de la fotografía en el Periodismo.
Yo le provocaba intentando que comprendiese que no siempre una imagen tiene que valer más que mil palabras, citando al padre Alfonso Ortega Carmona, ex rector de la Universidad Pontificia de Salamanca y profesor de Retórica formado en Alemania. Ni caso.
Ante esa provocación mía calculada, Arjones siempre me recordaba la fotografía que yo le hice con Adolfo Suárez cuando salió a despedirnos en la puerta del edificio de Presidencia. Y es que al confiarme por bisoño con su "Pentax", el amigo "Cholas" salió con los ojos cerrados. No obstante la enmarcó y colgó, junto con las del resto de famosos fotografiados por él, en la galería de su estudio de la calle Jaime María Buch, en Alicante, y luego me obligó a aprender lo básico de su destreza para no volver a cometer un fallo tan garrafal como ese.
Ahora, conocida su desaparición, tan inesperada para mí, me arrepiento de la precisión que le hice en presencia de Asunción Valdés la última vez que nos vimos a la salida de la misa funeral por el compañero Isidro Vidal en abril del año 2018 y que casi tres años después se ha tornado en una triste realidad para uno de la siguiente generación de ilustres periodistas de Alicante como era él.
Arjones siempre estará en nuestra retina a través de algunas de las emblemáticas obras de su arte fotográfico, hoy patrimonio exclusivo de esta ciudad donde formó junto a Pili una gran familia con sus hijos bien educados en el Liceo Francés.
(*) Periodista y profesor
Vaya articulazo!!
ResponderEliminarPreciosa descripción de un tiempo que fue muy complejo e interesante. Enhorabuena por la sencillez y, a la vez, explicación de los hechos de aquel brillante momento de la historia de España. Enhorabuena 👏
ResponderEliminar