Hasta ahora, solo unos cinco millones de rumanos se han vacunado en un país de 19,4 millones de habitantes, la mitad del objetivo marcado para septiembre por el Gobierno, que ya ha tenido que vender 1.1700.00 dosis de Pfizer a Dinamarca y otras 700.000 a Irlanda para evitar que caducaran ante gran cantidad de viales adquirida. Las zonas rurales, más pobres y envejecidas, acusan sobre todo el desapego hacia las vacunas, con apenas el 15% de población inmunizada frente a las tasas de alrededor del 40% que se observan en ciudades grandes como Bucarest o Cluj.
La enfermedad se ha llevado por delante la vida de 34.388 personas en Rumania desde el inicio de la pandemia. Ahora, la incidencia es muy baja, de 20 casos por cada 100.000 habitantes –con datos del Centro Europeo de Prevención y Control de Enfermedades, ECDC– pero los contagios van al alza cada día con la variante delta.
Las autoridades están preocupadas por estas bajas tasas de inoculación, en las que aflora un problema de credibilidad hacia la campaña, empezando por los propios sanitarios: solo un 58% se ha inmunizado de entre los que trabajan en el sistema público. De manera anónima, un médico de un hospital de la capital justifica así su negativa a inmunizarse: “Una vacuna es un experimento genético; la campaña de vacunación, una manipulación; y la inmunización, innecesaria”, señala.
Según un estudio del Instituto de Investigación de Calidad de Vida rumano, dos millones, que representan el 15% de la ciudadanía, se oponen a las vacunas y recomiendan a sus cercanos que eviten ponérselas porque creen que no están suficientemente probadas. Ante el panorama, las autoridades sanitarias planean introducir bonos como el pago de 100 lei (20 euros) para incentivar el interés por la vacunación y frenar la ya anunciada cuarta ola, cuyo punto álgido se prevé en septiembre por la variante delta, la más contagiosa hasta el momento. Pero poco más.
De momento, el Gobierno rumano no se plantea introducir la vacunación obligatoria en ningún ámbito, según el coordinador de la campaña vacunal, Valeriu Gheorghita. “El objetivo no pasa por aumentar de cualquier forma el número de personas que se vacunan. Es importante que la decisión se base en su deseo y en la información que disponen”, aclara. Por lo tanto, considera que no se debe obligar a los ciudadanos a ponérsela: “No creo que estemos preparados como sociedad para entender este tipo de enfoque. La vacunación obligatoria no es una solución.”
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