Es el primer Barça pobre desde que José Luis Núñez descubrió los derechos de imagen y de televisión como futuro negocio del fútbol. Aún vivimos de aquella idea y el único que se ha atrevido a evolucionarla ha sido Florentino Pérez con su proyecto de la Superliga.
Estirando lo que Núñez creó a finales de los años 80, la Liga española pudo contar en 2010 con Leo Messi, Cristiano Ronaldo, Jose Mourinho y Pep Guardiola. Hoy sólo los jeques árabes pueden pagarles. Núñez tenía razón, pero como sucede en cualquier negocio, y en cualquier disciplina artística, siempre con el tiempo sale alguien que te la mejora. Si Mbappé no es hoy jugador del Madrid es porque el PSG no tiene
ninguna necesidad de vender y prefiere apurar los plazos para retener a su mejor jugador que caer en la humillación de ser un club que vende.
Joan Laporta no ha tenido más remedio que rebajar la masa salarial del primer equipo con cesiones y ventas más propias de un club pequeño y con el agua en el cuello que con lo que estábamos acostumbrados a que el Barça fuera. Asumir que de repente somos un club pobre, arruinado, y que no podemos tener lo que queremos, ha sido un shock más emocional que incluso futbolístico.
El nuevo presidente del Barça insiste en la Superliga para que el Barça deje de ser un club provinciano de fin de semana y vuelva a ser un referente del fútbol mundial. Es verdad que sólo con dinero esto no lo consigues, y no pasas de hortera como el PSG y su jeque, que más que un jeque parece un faquir dando la nota en una fiesta de millonarios. Pero sin dinero, el talento se esfuma y no permanece.
Laporta lo entendió cuando volvió a ser elegido presidente de la entidad y lo primero que hizo fue llamar a Guardiola para que esta temporada entrenara al Barça desinteresadamente. Pep, que dice siempre que es de izquierdas y luce camisetas de Open Arms, cobra del Manchester City 27,5 millones de euros al año y Ronald Koeman continúa siendo el entrenador del Barça.
(*) Columnista
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