lunes, 17 de enero de 2022

Al servicio de la industria farmacéutica / Juan Manuel de Prada *

El doctor Sánchez afirma que debemos comenzar a considerar el coronavirus «una enfermedad endémica», al estilo de la gripe. Una muestra de sensatez que, sin duda, hemos de agradecerle; lo mismo que su rechazo a convertir España en un infierno distópico, a imitación de las vecinas Francia o Italia. 

Pero, frente a estas acciones y anuncios sensatos, el Gobierno toma decisiones completamente erróneas, que nos hacen creer que en el Ministerio de Sanidad conviven dos facciones irreconciliables (la una cuerda y ponderada, la otra arrebatadamente tragacionista). 

Es por completo disparatado que, a la vez que se nos exhorta a considerar el coronavirus una enfermedad con la que tendremos que acostumbrarnos a convivir, se pretenda seguir inoculando terapias génicas experimentales de forma masiva -tercera dosis para todos los mayores de edad, cuarta dosis para personas ‘inmunodeprimidas’-, así como acortar los plazos entre dosis. 

Y este empeño demente se anuncia, para más inri, cuando hasta la sistémica Agencia Europea del Medicamento muestra abiertamente sus reservas sobre las ‘dosis de refuerzo’.

El sinsentido de este anuncio alcanza cotas kafkianas si consideramos que las terapias génicas experimentales han probado ser por completo ineficaces ante las nuevas variantes, que en la mayoría de los casos cursan tan leves como un catarro o una gripe leve. 

Cada vez son más los inmunólogos de prestigio que alzan su voz para advertir del disparate, que empieza a cobrar contornos esperpénticos (aunque su meollo sea de naturaleza más bien criminal). 

Como acaba de señalar Fernando del Pino en un excelente artículo titulado ‘Todos vacunados y todos contagiados’, sólo una fanática idolatría hace comprensible que se esté urgiendo a la inoculación de una ‘vacuna’ que pierde su eficacia en cuestión de meses y que, además, pasa luego a tener una eficacia negativa. 

El fiasco de las terapias génicas experimentales es ya irrefragable, como demuestran los datos facilitados (dificultados, más bien) por el propio Ministerio de Sanidad, que delatan que aproximadamente tres de cada cuatro fallecidos por coronavirus han sido previamente inoculados. 

Como sostiene Fernando del Pino, estas terapias «jamás habrían logrado su aprobación por el procedimiento normal, y debemos exigir a los políticos que admitan el fracaso de su miope obcecación vacunal universal y detengan el programa de vacunación infantil, un escándalo que no beneficia a nadie y pone en riesgo la salud de los niños».

Este anuncio de un perenne día de la marmota vacunal nos demuestra que en el seno del Ministerio de Sanidad convive, junto a una facción sensata, otra desquiciada y tragacionista al servicio de la industria farmacéutica, que ha encontrado, con la complicidad de gobiernos débiles o corruptos, una bicoca de tamaño incalculable. 

Pues, en su avaricia inmoderada, está dispuesta a seguir suministrando dosis hasta convertirnos en yonquis con el sistema inmunitario hecho fosfatina.

 

(*) Escritor y columnista

 

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