Si a usted le cornea un toro, le atropella una moto o le muerde un perro irá a urgencias para que le curen las heridas, lesiones y posibles infecciones, y los médicos lo harán bien; pero ellos no tienen que ser expertos en rumiantes o tauromaquia, ni ingenieros de motociclismo, ni zoólogos de cánidos para curarlo a usted; es decir, del toro, la moto, el perro... ¡o el virus! causante de sus lesiones ¡no necesitan saber nada!
Por tanto, si su cuñada oftalmóloga, su hermano otorrinolaringólogo, su hijo pediatra o su amiga reumatóloga le hubieran sido a usted sinceros le habrían dicho “no tengo la menor idea de lo que hay dentro de esas vacunas pero yo creo en el sistema sanitario”
Y aquí entran los otros médicos, los que no se conformaron con sus vastos conocimientos técnicos y decidieron investigar por su cuenta, buscar y analizar artículos científicos en su escaso tiempo libre o jubilación, los que conservan ojo clínico, los que observan y buscan.
Pues bien, les doy mi palabra de honor de que no conozco ni un solo médico que haya hecho esto y apoye las inyecciones ¡ni uno!; haciendo la salvedad de los que trabajan para colegios médicos, asociaciones, instituciones y tienen cargos oficialistas y reciben dinero directa o indirectamente de la industria vacunera que a su vez es propiedad de los grandes oligarcas.
Solo los médicos que no han cuestionado el relato ni han leído un solo paper le aconsejan vacunarse.
Muchos de ustedes se obsesionan con las amenazas de la posible
obligatoriedad de las inyecciones experimentales; les voy a explicarlos
por qué eso no ocurre.
Siempre hay que tener muy presente que
todo lo que en usted es confusión y ruido, en los hacedores de toda esta
trama son datos fiables que solo ellos tienen.
Por tanto trabajemos con la certeza de que saben lo que hacen y que lo hacen para conseguir un fin concreto.
Si
obligaran por ley a la población a inocularse lo que ellos saben que
son pinchazos peligrosos y mortales, implicaría automáticamente que
ellos asumirían la responsabilidad de lo que ocurriera.
Ello
podría devenir en juicios masivos y condenas que arruinaría a sus
empresas, partidos y gobiernos, además de penas serias de cárcel para
los culpables y colaboracionistas como los periodistas.
Sin
embargo si se amparan en el “eso decía la Ciencia entonces”, “eso es lo
que se creía”, “era el consenso internacional” para presionar y engañar a
la gente para que vaya voluntariamente, siempre tendrán la salida
jurídica de alegar “usted se inoculó porque quiso, fue allí de forma
voluntaria.
Cuando usted responda “es que me engañaron” o “todo
el mundo lo hacía” o “lo decían en la TV sin parar” (le ruego que se
visualice a sí mismo diciendo semejantes razones de peso para inocularse
ARNm sintético) bastará con un “¿no es usted adulto, no se informó,
hace usted caso a otros? la culpa es exclusivamente suya”
Cuando
todo esto dé la vuelta, cuando todo se sepa, cuando millones de
inoculados averigüen que nunca se vacunaron realmente, todos ellos van a
sentirse idiotas, van a preguntarse ¿cómo es posible que cayera en este
engaño?
Los inoculados volverán la cara entonces a su hermano
traumatólogo, a su amiga enfermera, a su novia cardióloga, a su primo
anestesista o a su muy querido y respetado médico de familia en busca de
explicaciones con un “tú me dijiste que me vacunara”.
Ese es el momento en el cual todos ellos, si son honestos, le responderán “eso era lo que yo creía entonces”.
Si
usted profundiza un poco superando la barrera de las preguntas
incómodas esas personas le reconocerán que en realidad no saben más que
usted ni de virus, ni de vacunas; que confiaron en un sistema sanitario
en el que trabajan desde hace años que se rige por protocolos que en
casos de pandemia vienen de muy arriba, de eso llamado “autoridades
sanitarias”, de eso llamado “comunidad científica internacional”, justo
los más untados de dinero de las multinacionales.
Ellos no les mintieron, ellos estaban equivocados y olvidaron darles esa información.
Olvidaron
decirles que en realidad ellos operan rodillas, cuidan enfermos,
aplican remedios a síntomas y son muy especializados, es decir, no
tienen que saber nada de virus ni vacunas porque no es su trabajo ni lo
estudiaron en su carrera más de un mes en seis años.
Tampoco le
dijeron que saben de sobra que los virus, los test y las vacunas son el
trabajo de los biólogos - con sus muchas sinonimias: doctor, virólogo,
bioquímico, microbiólogo, científico, investigador, epidemiólogo, - y
que los médicos normales sólo aplican pero no investigan, son técnicos,
no son científicos.
No es un desdoro, jamás me dejaría operar de
un ojo por un biólogo igual que nunca preguntaría a un médico normal
por lo que es un virus.
Y aquí está uno de los trucos, la sinécdoque, el confundir a un virus con la patología que produce.
La
patología es un conjunto de síntomas pre descritos, eso si es medicina;
pero el “bicho” y la investigación profunda de lo que hay dentro de una
dosis no es trabajo de médicos.
Para entender lo que es confundir a un virus con una enfermedad, pongamos un ejemplo.
¿Y aquellos biólogos que si conocen a los virus ?
Pues
los que salen en TV y medios todos trabajan para estos fondos
financieros, todos quieren subir en sus carreras, todos aspiran al mejor
trabajo del mundo: entrar en la OMS como el biólogo Tedros Adhanom.
Ninguno es libre de hablar sin comprometer su carrera.
Por
eso queridos humanos, este experimento mundial de ARNm necesita ser
voluntario, porque los que enfermen y mueran, además, generarán un tabú
de culpabilidad compartida con sus familiares y médicos que les
indujeron, que en el fondo de su ser saben que tienen mucha culpa en esa
decisión letal que usted tomó.
Ese miedo y agresividad es el que usarán para que lo vinculen a los inocentes que no cayeron en el engaño.
La
envidia humana, lo peor del alma culpable, se verterá contra los que
se lo advertimos. Pero el inoculado ha ido voluntario, por decisión
propia, y asume su propia responsabilidad. Fue inducido a una muerte
voluntaria.
(*) Zoologo, profesor universitario y activista social
No hay comentarios:
Publicar un comentario