Un libro en el que arranca hablando de la identidad y recordando que él es "francés, de origen sefardí, parcialmente italiano y español: todos tenemos una identidad compleja, es decir, a la vez una y plural".
Sus padres inmigrantes, recuerda, no tenían identidad nacional, tenían "una identidad etnorreligiosa sefardí y una identidad de ciudad, Tesalónica, un oasis apacible en el Imperio otomano desde 1492, donde la mayoría de la población era judía" y habían sido "acogidos sin abusos de los jenízaros ni persecuciones de los otomanos".
La
burguesía sefardí de Tesalónica, rememora, "hablaba francés, además del
viejo castellano que de puertas adentro se llamaba djidio y de puertas
afuera, judeoespañol".
Testigo del origen de nuestro mundo,
intentó pronto "encontrar una vía en medio de la crisis de la
democracia, el antifascismo y el antiestalinismo". Tenía 17 años,
recuerda, cuando los nazis organizaron la noche de los cristales rotos.
Él adoptaría en la segunda Guerra Mundial el seudónimo de Morin, aunque
mantuvo en su documento de identidad Nahoum.
"Reconozco
mi ascendencia judía y afirmo que soy del pueblo maldito, y no del
pueblo elegido, y me defino como posmarrano, como hijo de Montaigne, de
ascendencia judía, y del Spinoza anatomizado por la sinagoga", escribe.
En
su nuevo libro habla de pérdida de fe, pero también de esperanza, de la
necesidad de un pensamiento complejo y de la de contemplar que todo lo
preside la incertidumbre y puede suceder siempre lo imprevisto. Le ha
perdido la fe, cuenta, a Europa, "por la subordinación de las
instituciones europeas a las fuerzas tecnoburocráticas y financieras"
ejemplificadas en las presiones a Grecia o en la mala acogida a
emigrantes sirios y afganos.
Respecto a la incertidumbre,
recuerda que "he conocido lo imprevisto de la gran crisis del 29, que
devastó el mundo y trajo el nazismo y la guerra, el imprevisto del
acceso de Hitler al poder, el imprevisto de la guerra de España y de la
República española, cada vez más asfixiada por el poder soviético contra
los libertarios, trotskistas y poumistas...".
"Una tarea esencial para una política humanista es crear las condiciones que posibiliten no sólo sobrevivir, sino también vivir"
Y
apunta en ese sentido que "la incertidumbre y lo inesperado deben
integrarse en la historia humana. Lo imprevisto no es solo azar, también
es, como la revolución para Marx, el 'viejo topo que va trabajando bajo
tierra y aparece bruscamente'. La sorpresa de lo inesperado no debe ser
anestesiada. Al contrario, debe estimularnos a comprenderlo, a pensarlo
y, sin poder preverlo, saber por lo menos que puede ocurrir".
Humanista,
subraya que "una de las tragedias más profundas y más universalmente
extendidas es la enorme cantidad de vidas dedicadas y condenadas a la
supervivencia. Una tarea esencial para una política humanista es crear
las condiciones que posibiliten no sólo sobrevivir, sino también vivir:
vivir es gozar de las posibilidades que ofrece la vida".
"La
degradación de la calidad de vida viene de la primacía de lo
cuantitativo en la organización y la dirección de nuestra sociedad"
Y
dice que si la primera gran aspiración humana es "realizarse como
individuo estando a la vez inserto en una comunidad, la segunda es
llevar una vida poética".
"Lo
que yo llamo estado poético es ese estado de emoción ante lo que nos
parece bello o amable, no solo en el arte, sino también en el mundo y en
las experiencias de nuestras vidas, en nuestros encuentros. La emoción
poética nos abre, nos dilata, nos encanta", expone.
Frente a
eso, advierte, "la degradación de la calidad de vida resulta de la
primacía de lo cuantitativo en la organización y la dirección de nuestra
sociedad, y por lo tanto de nuestras vidas, donde el cálculo trata como
objeto mensurable todo lo que es humano, ignorando lo individual, lo
subjetivo y lo pasional para no ver más que producto interior bruto,
estadísticas, sondeos y crecimiento económico".
Propias
Y
fuera de la economía y la técnica, recuerda, "el mito, la religión, las
ideologías, constituyen una realidad humana y social tan importante
como los procesos económicos y los conflictos de clase, lo cual me hizo
abandonar la concepción marxista que racionaliza la historia humana a
partir de la infraestructura económica".
Lo imaginario, añade, "es una parte constitutiva de la realidad humana".
"Desde
los neandertales reconocemos la muerte, pero ese reconocimiento
empírico se supera con la creencia", apunta. Y señala que hoy "nuestro
modo de conocimiento dominante se basa en la disyunción (de lo que está
ligado) y la reducción ( de un todo en sus elementos constitutivos): de
ahí las dificultades para el conocimiento"
"El 'homo sapiens' también es 'homo demens'"
Morin razona que "el homo sapiens (razonable, sabio) también es homo demens (loco, delirante), el homo faber (creador de herramientas, técnico, constructor) también es homo fidelis (creyente, crédulo, religioso, mitológico) y el homo economicus dedicado al lucro personal es igualmente insuficiente y debe dejar espacio al homo ludens (jugador) y al homo liber (que practica actividades gratuitas).
En suma, el sustrato de racionalidad que se halla en sapiens, faber y economicus no constituye más que un polo de los que es el ser humano; el otro polo –de una importancia por lo menos igual- está constituido por la pasión, la fe, el mito, la ilusión, el delirio y el juego".
"Para concebir la Historia habría que hacer copular a Marx y a Shakespeare", resume.
Para
el pensador, en la actualidad "la globalización tecnoeconómica ha
creado una comunidad de destino entre todos los humanos en medio de la
avalancha económica planetaria, la degradación de la biosfera y los
peligros debido a la multiplicación de las armas nucleares. Esa
conciencia, desafortunadamente, no ha podido sino aumentar y
amplificarse" en medio de "los efectos perversos de la globalización
tecnoeconómica (¿hacia el abismo?), del imperio universal del afán de
lucro, de la crisis universal de las democracias, del fracaso de casi
todas las revueltas contra las dictaduras políticas o las dominaciones
económicas (que a menudo van ligadas)".
"El retorno de la barbarie siempre es posible"
Y
advierte que "la formación en el mundo entero, incluida Europa, de
regímenes autoritarios con fachada parlamentaria, y singularmente el
neototalitarismo en China, basado en la vigilancia electrónica, son una
prueba de la regresión que se está produciendo mundialmente desde
principios del siglo XXI".
"Una de las principales lecciones de
mis experiencias es que el retorno de la barbarie siempre es posible. Y
la experiencia de la gran crisis planetaria multidimensinal fruto de la
pandemia de la covid muestra de forma evidente la necesidad de un
pensamiento complejo y de una acción que tenga presentes las
complejidades de la aventura humana", expone Morin.
"Jamás
-prosigue- el capitalismo ha sido tan hegemónico, tan poderoso. Ha
domesticado la agricultura que se ha vuelto industrial; el consumo, por
influencia de la publicidad, los servicios uberizados; el mundo de la
información y de la informática, dominado por las GAFA.
El capitalismo reina sobre la salud por medio de las industrias farmacéuticas (…) y todo ello en medio del sonambulismo y la ceguera.
¿Y
qué encontramos enfrente? Conciencias dispersas, revueltas reprimidas,
asociaciones de solidaridad, un poco de economía social y solidaria,
pero ninguna fuerza política coherente que disponga de un pensamiento
guía como el que preconizo".
"La realidad se esconde detrás de nuestras realidades"
Un
pensamiento complejo y un humanismo regenerado, concluye, que se basen
en el reconocimiento de la complejidad humana porque, como dijo
Montaigne, “cada uno llama barbarie a lo que no corresponde a sus
costumbres”.
"Ser humanista no es solo pensar qué peligros nos han unido, ni saber que todos somos humanos, parecidos y diferentes, y aspirar a un mundo mejor. Es sentir en lo más profundo que cada uno de nosotros es un momento efímero de una extraordinaria aventura".
“La realidad se esconde detrás de nuestras realidades. El espíritu humano está ante la puerta cerrada del misterio”, se despide.
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