Luego aparecieron hasta catorce personas en el balcón del PP para fabricar una imagen de victoria. Alberto Núñez Feijóo se rodeó de trece guardaespaldas a ver si socializaba la culpa. Una de ellas vestida de rojo, Isabel Díaz Ayuso, exhibía una mirada enigmática. No podía ocultar que todo ese jolgorio sólo encubría el fracaso de Feijóo.
Al día siguiente, el PP mantuvo la ficción. Los resultados habían demostrado que la idea de España del PP, incluso si le sumamos la de Vox, no era compartida por la mayoría de los españoles. Antes de admitir que el país al que se dirigen no es el que de verdad existe, Borja Sémper situó al PP en la posición de víctima. Colocó al PSOE y Vox en los extremos y les hizo responsables de “un escenario políticamente muy endiablado fruto de la polarización”.
Que el PP no acepte su responsabilidad en la polarización acaecida en esta legislatura, también llamada crispación, es prácticamente un fenómeno extrasensorial. Es una escena sacada de una película de zombis. Son muy peligrosos, pero no se puede sostener que sean capaces de pensamientos racionales.
El sentimiento de perplejidad, de palparse los huesos después de un choque frontal a más de cien kilómetros por hora, se extendía como un virus en la derecha mediática. Habían construido un gólem demoníaco llamado Sánchez al que veían controlado por la antiEspaña y que sólo podía acabar siendo destruido por las fuerzas del bien.
Fabricaron nuevas evidencias de esa corrupción. Denunciaron que se estaba cocinando un inmenso fraude en el voto por correo, aunque ahí sólo seguían la senda marcada por dirigentes del PP, algunos de los cuales daban por hecho en una fecha tan cercana como el 17 de julio que medio millón de personas se quedaría sin votar. Cuando eso no funcionó, un incendio en un túnel ferroviario el mismo domingo les volvió a excitar. Ni un día sin conspiración. Está en su naturaleza.
El escritor Andrés Trapiello se volvió loco al escuchar a la gente gritar “¡no pasarán!” por la noche ante la sede socialista de Ferraz. Antonio Ferreras no paraba de mencionar el “Gobierno Frankenstein”, una terminología obviamente partidista y favorable a la derecha. Jorge Bustos se quedó estupefacto al ver que los españoles no piensan igual que los columnistas de derecha. José Antonio Zarzalejos estaba tan dolido que pareció anunciar un largo periodo de abstinencia periodística, ya que había descubierto que el país que imaginaba no existía.
En Telecinco, Ana Rosa Quintana protagonizó en directo la pataleta del día, indignada porque Sánchez estuviera tan sonriente la noche anterior. Estaba tan crecida que había anunciado unos días antes que sólo había pedido una entrevista para el lunes, la del líder del PP como vencedor. Al final, se tuvo que conformar con Cuca Gamarra, lo que le debió de parecer un bajón.
“El ridículo que hemos protagonizado muchos columnistas ha sido de órdago a la grande, a la chica, a los pares y al juego”, escribió Alfonso Ussía consiguiendo por primera vez en su vida el asentimiento de la izquierda y la derecha. Fue un raro momento de lucidez que probablemente no dure mucho. Otros pensaron que era más inteligente echar la culpa a los españoles: “Por qué últimamente nos gusta tanto hacernos daño”, dijo Ignacio Varela, un fanático del antisanchismo.
En la izquierda, Sumar intentó aprovechar el impulso de los resultados para asumir protagonismo a la hora de recabar el apoyo de Junts al Gobierno de coalición. Lo mismo esa labor le corresponde al presidente en funciones. El partido de Carles Puigdemont ha dejado claro en tantas ocasiones que no apoyará a nadie que no le garantice un referéndum de independencia que parece difícil que sea un socio viable. Eso en el caso de que se pueda establecer una posición clara sobre lo que hará Junts, un partido / movimiento que tiene más líderes que estrategias. O que tiene una por cada día de la semana.
Los socialistas no dieron la impresión de tener mucha prisa en desenredar el asunto de la gobernabilidad, sobre todo si Sumar o ERC les hacen parte del trabajo incómodo. “No habrá repetición electoral”, dijo Sánchez el lunes a los dirigentes socialistas. No explicó cómo va a conseguirlo. Pero, claro, si PerroSanxe, Mr. Handsome o Pedro el Bello te dice que te vayas tranquilo de vacaciones después de una escapada en el límite que ya quisiera Houdini, como para decirle que no.
“Es el PP quien está hablando ahora consigo mismo. Vamos a dejar que se cuezan un poco en su propia salsa”, dijeron fuentes socialistas a este diario.
Es una salsa bastante aguada. Feijóo reunió a la Junta Directiva Nacional del PP para comunicarles que habían ganado las elecciones. Algunos aún no lo tenían muy claro. Aparentó ser el político que recibirá el encargo de formar Gobierno y de ahí que explicara que había estado en contacto telefónico con líderes de otros partidos.
Pasaron unas pocas horas y el PNV le envió un mensaje para decirle que lo que ya debería saber, que nunca estará en una mayoría de investidura en la que participe la extrema derecha. Tampoco había que ser un genio de la política.
“España necesita moderación y entendimiento”, dijo. Evidentemente, nada de derogar el sanchismo. No había tanto sentido del humor como para seguir en esa línea. Ahora toca reclamar el apoyo socialista con la intención de dinamitar su obra legislativa. Las caras de los dirigentes del PP eran reveladoras de su escaso entusiasmo. Les valen para el próximo funeral al que tengan que asistir.
Díaz Ayuso parecía tranquila con muchas miradas pendientes de ella. Si el escenario es una repetición electoral en diciembre, el PP no se planteará cambiar de montura. Otro fracaso o victoria incompleta abriría escenarios muy diferentes. La presidenta madrileña tampoco está en condiciones de alardear de haber avisado.
Dos días antes de las elecciones, este era su pronóstico: “Creo que esto está sentenciado. Sánchez dimitió directamente en mayo y todo lo que estamos viviendo en la campaña es una broma, una pantomima, una gran mentira”.
La derecha ha vivido en una broma infinita en esta legislatura. Nunca es tarde para despertar
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