domingo, 6 de marzo de 2011

Rajoy, con la 'china Camps' en el zapato / Paulino Guerra

Las fotos de aquellos días retratan a un hombre pletórico, a un político en ascenso, cuyo nombre comienza a sonar para los más altos designios. En Valencia se celebra el XVI Congreso Nacional del PP y Francisco Camps, el joven que había pasado por Madrid sin pena ni gloria, es ya el respetado "molt honorable president" y un líder territorial emergente. Disfruta de una reforzada segunda mayoría absoluta y sobre todo acaba de participar activamente en la operación para sostener al frente del partido a Mariano Rajoy, después de su segunda derrota electoral. 

Y como compensación a su fidelidad en aquellos meses en los que al líder del PP le "faltaba la peseta para el duro" (según acaba de decir el presidente de la Diputación valenciana), le premian con la organización del Congreso en Valencia. Son los días 20, 21 y 22 de junio de 2008. Ningún recuerdo de sus discursos, pero sí de su amplia sonrisa, que está en todas las fotos y en todas partes: a las puertas del acristalado Palacio de Congresos recibiendo a Rajoy, en el plenario, con las delegaciones, en los pasillos, departiendo con los periodistas en la zona de prensa. Se le nota feliz, satisfecho, levita por los infinitos pasillos del edificio. Es el barón de moda. Incluso un posible recambio, si como pensaba José María Aznar, el Congreso resultaba fallido.

Todavía es un momento de empuje económico. Valencia toca el cielo con los dedos. La fabulosa Ciudad de las Ciencias y las Artes, el Mundial de Vela, los coches de Fórmula 1 por el circuíto urbano. Camps disfruta del momento y sueña. Aún faltan siete meses para que el juez Garzón encienda la primera traca de la "operación Gürtel" y la risueñas fallas de cartón piedra se transformen en frágiles pavesas. 

Francisco Correa, Pablo Crespo y Alvaro Pérez "El Bigotes" son todavía personajes anónimos, aunque sus teléfonos estén pinchados desde hace meses por la Policía Judicial. José Luis Peñas, un oscuro ex concejal del PP en Majadahonda que lleva años grabando conversaciones a Correa, les ha puesto sobre la pista. Y entre las cintas que hablan de comisiones, paraísos fiscales y negocios sucios, una declaración sorprendente. Isabel Jordán, que trabaja para Correa, confiesa que ha pagado una factura de trajes para Francisco Camps.

La noticia salta a la calle en febrero de 2009. Al principio, sorpresa, incredulidad, cierre de filas y rotundos desmentidos. Siempre es así. Todos los partidos lo hacen. Negarlo todo y arremeter contra el periodista, la Policía o el juez. Sin embargo, dos años después ahí sigue vivo el presunto delito de 'cohecho impropio'. Pero nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. 

Porque en ese tiempo las circunstancias han cambiado. Mariano Rajoy es ya el líder que ve cercana la meta y Francisco Camps el corredor descolgado, un hombre atribulado, una pesada carga que frena el ritmo del equipo. Además tiene por delante las etapas más duras y definitivas. En las próximas semanas, el procesamiento por el juez del Tribunal Superior de Justicia de Valencia y después, hacia octubre, el juicio con jurado. Decenas de cámaras y fotógrafos para registrar al 'molt honorable' sentado en el banquillo de los acusados.

Este es el cálculo que hacen en la calle Génova y también que puede ser condenado y que lo ético y lo correcto es que en ese momento Francisco Camps se marche. Pero no quieren forzarlo. Quieren que sea él voluntariamente el que tome la decisión, el que asuma que no es compatible presidir una institución como la Generalitat valenciana y una condena por cohecho, aunque se limite a una multa y no implique la inhabilitación.

Mariano Rajoy necesitaría ese gesto para sus campaña de las elecciones generales. El país está ahogado económicamente, pero también sufre una enorme asfixia política. Y además de propuestas económicas tangibles y concretas, necesita un poco de aire fresco, algo de esa ética protestante, tan habitual en países como Alemania, donde el ministro de Defensa, también con un gran futuro, acaba de dimitir por plagiar el 20 por ciento de sus tesis doctoral. 

Incluso hay casos más extremos, como el de la ministra del Interior del Reino Unido, que dejó el cargo porque su marido había contratado dos películas porno a cargo del erario público. ¿Fueron las 15 o 20 libras?, ¿el contenido de las películas? Seguramente un modelo democrático mucho más exigente y esa famosa moral calvinista que condena al ostracismo al que incumple las más elementales reglas del decoro.

Porque en los países más serios de la Unión Europea se dimite por dos cintas o 'por cuatro trajes'. También por conceder una ayuda millonaria a la empresa de la que es directiva la hija del vicepresidente Manuel Chaves o aceptar que una constructora pague las facturas de la decoración de las habitaciones de las hijas del presidente del Congreso, José Bono. Se llama limpieza, regeneración de la vida pública, ejemplaridad, democracia.

Lo otro, la negación de los hechos, el partido político convertido en parapeto, el rechazo a asumir responsabilidades políticas, no es sólo la negación de las más elementales normas de respeto al ciudadano. Es algo mucho peor, la semilla de un modelo enfermo, degenerado, en el que no existe ni el bien, ni el mal, sólo el poder.

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