No
repuesto aún de la impresión por la entrada en la cárcel de Eduardo
Zaplana, el mismo día del ingreso de Milagrosa Martínez y de la
publicación de la sentencia del caso Gürtel que ha convencido a Rivera –el resto ya lo estaba– de que Rajoy
no debe continuar, uno empieza a mirar los detalles y se pregunta
cosas.
Por ejemplo, por qué los magistrados de la Audiencia Nacional
renunciaron a cambiar la historia de España, que es lo que habría pasado
si en lugar de hacer pública la sentencia –fechada el 17 de mayo– el
jueves día 24 la hubieran anunciado el 23 por la mañana, horas antes de
que Ciudadanos y PNV dieran aire al Gobierno aprobando los Presupuestos
Generales del Estado, sin los que habríamos ido a elecciones
anticipadas.
También
hay que tener mucha fe en las casualidades para creer la historia del
sirio que vivía en la casa que habitó Zaplana y que durante una reforma
encontró los manuscritos que han llevado al expresident a la perdición.
Es tan inverosímil que hasta podría ser cierta por aquello de que la
realidad supera a veces la ficción, pero lo cierto es que al CNI se le
ha ido la mano al reescribir el guion. Habría sido más creíble que los
papeles hubieran salido por despecho de alguien que ya no se sintiera
correspondido en el amor o en los negocios.
La
detención y encarcelamiento de Zaplana han motivado el rescate en la
prensa de algunas de sus andanzas que fueron publicadas en su día sin
ninguna repercusión judicial ni electoral. Merece la pena recordar
brevemente tres que ilustran sus maneras como gobernante y la impunidad
con la que hizo y deshizo durante siete años.
La regasificadora de Sagunto
En
enero de 2001, Unión Fenosa presentó un proyecto para construir una
planta regasificadora en el puerto de Sagunto, con una inversión de 180
millones de euros, desconociendo –grave error– que en la Comunitat
Valenciana no se movía una hoja y menos de ese tamaño sin el plácet de
Zaplana. Y sin pasar por caja.
El liberalismo sui generis del president –en 1995 se publicó el libro Eduardo Zaplana, un liberal para el cambio, de Rafa Marí, prologado por José María Aznar–
se puso de manifiesto cuando en lugar de alegrarse por la inversión,
creó a toda prisa una empresa paralela participada por la Generalitat,
'sus' cajas de ahorro, Iberdrola y la patronal azulejera Ascer para
"estudiar la viabilidad" de una regasificadora en la Comunitat –algo que
ya había hecho Fenosa–, elegir la mejor ubicación y promoverla.
El estudio, cocinado en tiempo
récord y nunca publicado, concluyó que la regasificadora tenía que
instalarse en Castellón y que, lógicamente, no podía haber dos
regasificadoras separadas por solo 40 kilómetros. Así que el propio
Zaplana y su conseller Fernando Castelló amenazaron
públicamente a Unión Fenosa con torpedear su proyecto si no se unía al
promovido por la Generalitat e Iberdrola, la eléctrica hegemónica en la
Comunitat, muy querida por nuestro liberal presidente, defensor de
antiguos monopolios como Telefónica, donde acabó recalando en un puesto
de nueva creación con un sueldazo que mantuvo hasta el martes pasado.
Tras
un pulso que duró once meses sin que Aznar moviera un pelo del bigote,
la batalla quedó en tablas. La regasificadora se instaló en Sagunto
porque el estudio de verdad era el de Unión Fenosa, pero la empresa que
presidía José María Amusátegui tuvo que dar entrada a
Iberdrola y comprar por 600.000 euros la sociedad impulsada por Zaplana
que hizo el informe que no sirvió para nada. Si así obró con una de las
grandes eléctricas del país, que no haría con los empresarios más
débiles.
La ITV
La
privatización de la ITV valenciana en 1997 fue el primer gran escándalo
en la gestión de Zaplana, que le sirvió para comprobar que en materia
de contratación podría hacer y deshacer a su antojo sin ningún perjuicio
judicial ni electoral. Está más que publicado cómo las estaciones de
ITV se repartieron entre amiguetes, pero en uno de los lotes la
ilegalidad fue tan manifiesta que cabe preguntarse si Zaplana tenía
amigos en la fiscalía y la judicatura, como los tenía en Hacienda, para
salir indemne.
En ese lote
compitieron una UTE formada por la líder nacional del sector, Itevelesa,
y la principal caja de ahorros valenciana, Bancaja –aún no del todo
controlada por Zaplana–, frente a una oferta compuesta por sociedades
recién creadas y empresarios amigos sin experiencia en el sector. Los
criterios de adjudicación eran tres: precio, experiencia y solvencia
financiera.
En precio empataron. En experiencia y solvencia ganaron los
amigos, que ni tenían experiencia ni solvencia. Luego llegó Rafael Blasco
–hoy podrá comentar la jugada con Zaplana en Picassent– y nos subió aún
más las tarifas de la ITV para que los amigos que aún no habían vendido
sus estaciones hiciesen caja. Lo estamos pagando cada vez que pasamos
la inspección.
A
partir de ahí, vinieron otras privatizaciones a dedo como las
resonancias magnéticas o los hospitales públicos –Ferran Belda publicó
en su columna de Levante
antes de convocarse el concurso de Alzira que se lo llevaría Adeslas, y
se lo llevó–, o la promoción de la ruinosa Terra Mítica con empresarios
amigos.
La caja fija
En
los años noventa la caja fija de la Generalitat no despertaba el más
mínimo interés político. Los anticipos de caja fija son gastos sin
fiscalización previa para pequeños gastos periódicos o repetitivos, como
taxis, dietas y comidas de trabajo. ¡Qué has dicho! Zaplana se encontró
con que podía gastar, según la normativa estatal, el 7% del presupuesto
de esta forma pero repartió tantas visas entre sus altos cargos e
hicieron tal uso de ellas que acabó aprobando un decreto autonómico y
elevó el límite de gasto al 12% del presupuesto con un límite por factura
de dos millones de pesetas (12.000 euros).
De la caja fija no se habló hasta que Uncio se gastó 7.000 euros en regalos y la compra en Mercadona
y, más recientemente, de cuando Cristina Serrano pagó comilonas y un
hotel de cinco estrellas en Nochevieja, tras lo que Alberto Fabra
retiró la visa a los altos cargos. Transparencia debería publicar no
solo la caja fija de ahora, sino la de entonces. Lo que nos íbamos a
reír.
Zaplana era liberal solo en la primera acepción del Diccionario:
"Generoso o que obra con liberalidad" –con dinero ajeno, el nuestro–, o
en la cuarta: "Que se comporta o actúa de una manera alejada de los
modelos estrictos o rigurosos". Baste decir que su conseller de Economía
y Hacienda era José Luis Olivas, al que Eduardo y Rafa esperan en Picassent.
(*) Periodista y director de Valencia Plaza
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