Las cuentas de Feijóo / Álvaro Delgado Gal *

 

El pasado domingo, en el robledal de San Xusto, Casado y Núñez Feijóo dijeron algunas cosas de interés para el que sigue el curso de la política española. Me centraré solo en Feijóo, el que pudo ser presidente del PP pero prefirió no salirse de los márgenes de su Galicia natal. 

Feijóo habló de los «pueblos de España», una fórmula que, descontados sus ecos franquistas, invita a pensar en la «nación de naciones» con que algunos han querido bautizar la quisicosa en que se resume nuestro país, tan viejo como constantemente reinventado. ¿Son las dos fórmulas equivalentes? No, no lo son. Pero esto es menos significativo que el hecho de que la locución «nación de naciones», de largo

 recorrido entre los historiadores patrios, fuera recogida hace unas décadas por Carlos Seco Serrano y, simultáneamente, por Jordi Pujol. El primero deseaba la preservación de España, y el segundo, su destrucción. ¿Cómo se explica la extraña concurrencia?

Nos puede dar una pista la cuarta definición que del término «nación» da el Diccionario de la Real Academia Española: «Conjunto de personas de un mismo origen étnico y que generalmente hablan un mismo idioma y tienen una tradición común». 

Es transparente por qué a Pujol le gustaba la idea. Si España era una nación de naciones, y Cataluña una de ellas, ya tenía hecha la mitad de la tarea: se reconocía a Cataluña como entidad monolingüe y autorizada por la historia. No cabía una actualización más eficaz de la vieja pulsión carlista, metamorfoseada en separatista. Carlos Seco, probablemente, vio en Pujol lo que Pujol no era. Pelillos a la mar.

La combinación instada por Feijóo mira en otra dirección, también transparente si se atiende a las circunstancias de la política práctica. Fraga, su gran antecesor, había averiguado una instalación regional basada en dos principios: la contención de los nacionalistas (y de los socialistas adheridos al nacionalismo), y la imitación desvaída de las franquías y poderes de que disfrutaban sus pares en el País Vasco o Cataluña.

Para ello alentó un idioma que nadie hablaba pero que se podía aprender en un santiamén. Ni siquiera se respetó la prosodia genuina. El gallego oficial, tal como lo articulan los políticos y cargos de la Xunta, Feijóo entre otros, suena a castellano, según persisten en apreciar con asombro los portugueses. La nueva lengua, o pseudolengua, operó eficazmente como señal de afección al régimen local. 

Igualmente, como instrumento para defender el mercado de trabajo frente a intrusos foráneos. Lo saben bien los que están empleados en la administración autonómica. Esto, por supuesto, es perjudicial a largo plazo para los ciudadanos gallegos. Pero la clase política, qué se le va a hacer, no está para reparar en tales menudencias.

El esquema defendido por Feijóo es que el PP extienda la misma experiencia al conjunto del territorio. Vengan pueblos a discreción, mientras no sean como la Euskadi de Bildu o la Catalunya de ERC o de Puigdemont. Propone también Feijoo desengancharse de los extremismos, en alusión, presumo, al incómodo Vox.

Todo esto suena un poco raro, por decirlo suavemente. En primer lugar, no salen las cuentas: los «pueblos de España», agregados, no abultan ni de lejos lo que Vox. Resulta más grave el hecho de que la fórmula de Feijóo no sirve en absoluto para resolver los problemas que afligen al régimen del 78 tras cuarenta años de descomposición progresiva. 

Pensemos, no más, en el régimen fiscal específicamente abusivo de Navarra y el País Vasco. ¿Debería extenderse a Cataluña y Baleares? ¿Habría que denegarlo a Madrid, alegando que Madrid no es un pueblo? Es natural que Feijóo se haya abstenido de la política nacional. Su aritmética es otra. No se puede pasar de lo menudo a lo más capaz, sin cambiar de oficio.

 

 (*) Licenciado en Física y doctor en Filosofía

 

https://www.abc.es/espana/abci-alvaro-delgado-cuentas-feijoo-202109040229_noticia_amp.html