Es decir, creando el agua a la carta. Porque no se necesita la misma cantidad de sales para cultivar tomates que pepinos o pimientos. El sistema se usa ya de forma masiva en Almería y se extiende por Murcia. Lo hace empleando diferentes fórmulas pero todas ellas están en alza dado que resulta cada vez más necesario recurrir a las desaladoras: la primavera de 2023 fue la más cálida y segunda más seca de la serie histórica.
El método lo explica a El Español Andrés Góngora, secretario general de COAG en Almería que ya aplica esta técnica en su explotación, de 2,5 hectáreas en el que trabaja tomates cherry y sandía.
"De un tiempo a esta parte se ha impuesto en la provincia y otras partes el agua desalada, un agua que no tiene ningún nutriente. ¿Qué se hace ahora? Se coge una parte de agua del acuífero, que tiene sal, y se mezcla con agua desalada hasta conseguir el nivel de sal que se necesita", apunta.
Ese "ir jugando con el agua" puede hacerse de dos formas: o bien entre una comunidad de regantes, que prepara una mezcla "muy estándar" para todo tipo de cultivo, o bien cada agricultor lo adapta en su explotación. Góngora tiene el segundo sistema, un programa que funciona dentro de su máquina de riego.
"Se programa para pedirle un determinado tipo de agua y la máquina coge líquido de un sitio y otro y realiza la mezcla hasta llegar a un determinado nivel de sal". Una máquina de mezclas cuesta entre 5.000 y 6.000 euros, con un retorno de la inversión relativamente rápido, y que depende del tamaño y variedad del cultivo.
Con uno u otro sistema, el tratamiento del agua se ha convertido en una técnica predominante en la considerada huerta de España, dado el boom que vive en esta zona el agua desalada por el cambio climático en los últimos años, y por la sequía también ahora, que han mermado los acuíferos, en consecuencia con mayores niveles de salinidad.
Hasta tal punto ha llegado su expansión que actualmente entre el 50% y 90% del agua que usan los cultivos de Almería es desalada, sostiene el responsable de COAG. La horquilla depende de si se cuenta con un pozo con un nivel que permita aún su uso de forma mayoritaria, o de lo que se cultive.
"Los que tienen pepinos o judías verdes van al 100% a agua desalada, porque son muy sensibles a la sal", explica Góngora.
Es una especie de círculo vicioso: con el acuífero a menor nivel, mayor su salinización, algo letal para muchos cultivos; se requiere entonces de más agua desalada, que es el triple de cara que el agua del pozo. Jugando con ambas, se obtiene la deseada para cada explotación.
Así se logra el sabor de tomates o pepinos, resume Góngora, pero también que se potencie su crecimiento, de forma progresiva.
"Al inicio del cultivo las necesidades de agua desalada son mayores, la planta necesita beber, no está en el proceso de producir fruto. Pero cuando empiezas a producir fruto dejas de utilizar tanta agua desalada y pasas a utilizar un poquito más de agua del acuífero, con sales, para impulsar la fase final del fruto de la maduración", explica. Es lo que aplica, por ejemplo, a sus sandías.
Este tratamiento de aguas ya se hacía con el agua de lluvia, pero la sequía hace que las desaladoras sean más necesarias. La paradoja es que a partir de ahora podrá contarse con una fuente más regular de agua, pero será más necesario tratarla para que sea capaz de nutrir al cultivo.
Irán siempre de la mano, por lo menos hasta que se recuperen las fuentes hídricas naturales y haya respiro en los embalses. Con la Cuenca Mediterránea Andaluza actualmente al 34,3% de su capacidad, y el Segura al 36,1%, parece un objetivo lejano.
"Ahora necesitamos tratar más agua porque necesitamos sobre todo dejar descansar al acuífero. Hay que recuperarlos", zanja Góngora.
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