El intento de moción de censura fracasada hace meses en la Asamblea Regional de Murcia, de Cs con el PSOE tras haber gobernado con el PP la Comunidad Autónoma unos centristas ninguneados y la moción de censura efectiva de ese mismo aliado -igualmente despreciado- en el Ayuntamiento de Murcia, contra el alcalde del PP antes de expirar los mandatos en ambos casos, demuestra que los de Alberto Núñez Feijóo carecen de cultura de coalición y fama de incumplir los pactos suscritos en toda su esencia. No así el PSOE con Podemos y otros neocomunistas de IU.
Quizá no es tiempo todavía de que afloren públicamente ahora en todo su esplendor acuerdos generalizados con otras elecciones a la vista, aunque si el PP necesita a Vox tras las generales, eso ya será otra cuestión. Pero los de Vox saben cómo se las gasta el PP como aliado y se resisten a correr de entrada la misma suerte fatal de su antecesor centrista y no menos radical en su postura.
Vox es un partido algo tremendista, lleno de bocazas voluntaristas políticamente incorrectos y con mucha prisa por tocar poder como le pasó en su día a Podemos. Por contra, el PP es un partido moderado y de gobierno, que sabe medir bien los tiempos y lo que dice, cómo lo dice y cuando lo dice. Los outsider tipo Cayetana Álvarez de Toledo se miran con reservas por el grueso de la militancia y las baronías pese a reconocer su valía y madera de líder.
El PP es un partido de masas con una dirección democrática y más calidad en sus cuadros y militancia. Y Vox es un partido pequeño y sin filtros convenientes ante la avalancha de espontáneos dispuestos a comerse el mundo ellos solos, pero con muchos abandonos posteriores de cuadros periféricos desencantados con las corruptelas y una dirección centralizada sin baronías como corresponde a un extremismo populista que se precie.
Lo reciente de Murcia y Extremadura es un ejemplo claro de que Vox no es consciente de su propia entidad frente al PP. Lo de Valencia es una solución política generosa y con un socio más que comprensivo con el minoritario, que nunca debe ir por libre en una coalición a la que se deben, en primer lugar en una calculada discreción, que incluye prudencia en la imposición de su programa.
En la Generalitat Valenciana, Carlos Mazón aceleró el paso para evitar que Génova 13 se lo marcase antes de la investidura por un instinto de controlar el proceso. Pero en el Ayuntamiento de Alicante se evitó el pacto desde el minuto uno para conjurar con Vox sustos como el del líder regional vetado desde Madrid o unas declaraciones de la índole que hizo uno de sus acólitos con pretensiones de conseller y en plena fase súbita de meritaje político personal al venirse arriba tras el acuerdo programático sobre 50 puntos.
Pero las encuestas todas apuntan la tendencia de un PP condenado a pactar con Vox si PSOE+Sumar y demás familia no les supera en votos el 23 de julio. Que pudiera pasar a tenor de algunos sondeos más arriesgados. No hay que descartarlo cuando parece que Sumar supera a Vox en intención de voto en todas las aproximaciones demoscópicas, que muestran la recogida del voto de Cs mayoritariamente por el PP, así como cierto trasvase desde Vox respecto al pasado 28 de mayo.
Visto desde Bruselas sería muy fuerte la repetición italiana en España, con un partido de extrema derecha, patriota y españolista en el Gobierno. El programa de Vox tiene exigencias de carácter tan firme como legítimas pero igualmente tiene otras más comunes y atrevidas con las que estaría de acuerdo una suficiente mayoría de gente de este país en este momento de absurdos excesos legislativos del bloque de izquierda gobernante, ampliamente rechazados.
A la hora de una coalición con Vox, eso debería tenerlo en cuenta el PP pese a ser consciente del más que claro techo electoral de su potencial socio de gobierno en ayuntamientos, regiones y La Moncloa que, igual que Podemos, Cs y en su día UPyD, puede terminar corriendo la misma suerte más pronto que tarde si no demuestra cierta templanza y sentido común político justo en este momento.
El pulso por elevación sigue a la vista. Ni chantajes ni regalos frente a porcentaje de votos. Como todos los pequeños partidos, Vox integra militancia un poco voluntarista y nada relativista por sus planteamientos más que absolutos. Recuerda mucho al Podemos inicial que, al tocar poder, no sabe ni quiere saber cómo se manejan los mandos. Vox no debe dar esa imagen de déficit para la gobernanza para no arruinar su presencia como le ha ocurrido a Podemos al pasar por el Gobierno.
Sólo el afán de poder del PSOE no hizo saltar antes por los aires la actual coalición de izquierdas, ni tampoco en un momento posterior ya muy crítico, pese a que lo hundía en una sima electoral que, a su vez, aupaba al PP.
Por eso, ahora, crecido por el pacto tripartito que otorga el poder nominal a Meloni en Italia, nuestro Vox ha perdido algo el sentido de la perspectiva y está dispuesto a pisar moqueta ministerial a partir de septiembre, si antes las urnas no le dan una sorpresa si se instala la idea en la derecha de que es más útil en julio votar PP para alejar a indeliberados de visiones más estables.
Y ahí está la clave de la bronca que está induciendo el PP para que Vox pierda los nervios en estos prolegómenos que son las negociaciones públicas, municipales y autonómicas. Vox debiera interiorizar de una vez que los partidos no debieran situar políticos poco idóneos para el pacto de cara a gobiernos de coalición, donde el PP tiene derecho a no cargar con intrépidos que, por contra, desvirtúen su programa y su moderación, base de sus apoyos.
Feijóo se pone la venda antes de la herida haciéndose el estrecho en esta primera ronda para múltiples coaliciones PP-Vox y que los de Abascal no se acostumbren a obtener la luna cada vez que la piden o exigen. Los está poniendo en su sitio de cuarto partido de la nación y con líderes periféricos de aluvión, sin selección previa y con pasados no revisados para saber lo que es o no presentable para la política, como ha llegado a suceder en Podemos, el otro populismo democrático pese a sus formas simuladas y garantías formales.
Ese es exactamente el movimiento estratégico que hoy estamos viendo sobre el tablero para ocultar una táctica que puede devenir en absolutamente inconveniente antes de un mes, por mucho voto útil trasvasado en la derecha por ambos flancos.
(*) Periodista
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