lunes, 28 de mayo de 2018

Zaplana, el marrajo de altos vuelos

CARTAGENA.- De las lujosas habitaciones de hoteles de cinco estrellas al minimalista calabozo de un cuartel de la Guardia Civil. Del palco del Cartagonova -o del Bernabéu, según toque- al módulo de ingresos del penal de Picassent. El exministro de Trabajo con José María Aznar y expresidente de la Generalitat valenciana, Eduardo Zaplana, completó a ritmo vertiginoso esta semana un descenso a los infiernos por el 'caso Erial', tras haber vivido a todo trapo más de dos décadas en la cúspide social española, se escribe hoy en la edición cartagenera del diario murciano La Verdad

Como si fuera una película de espías, documentos hallados por un imán sirio en un piso de Valencia que perteneció al expolítico cartagenero pusieron al instituto armado y a la Fiscalía Anticorrupción -previa intermediación de un arrepentido- sobre la pista de un entramado presuntamente orquestado para blanquear dinero procedente del cobro de comisiones cuando era presidente de la Comunidad Valenciana (1995-2002).
«¡Quién lo iba a decir! Todos habíamos escuchado cosas de Eduardo, pero no pensábamos que fuese a acabar así», admite, parco en palabras y perplejo, un destacado militante del PP regional que pide anonimato. Zaplana (Cartagena, 3 de abril de 1956) nunca tuvo mucho más contacto con los populares murcianos que las clásicas reuniones que en la etapa dorada del PP celebraba cada verano en la costa con Ramón Luis Valcárcel y sus respectivas cohortes. 
Su mundo estaba en Benidorm, a donde se trasladó de joven con su familia tras quedarse huérfano de madre; aunque sobre todo en Valencia y en la capital de España más recientemente. Por eso extrañó tanto que el expresidente regional Pedro Antonio Sánchez le nombrara en otoño de 2016 representante de la Comunidad Autónoma en el Consejo Social de la Universidad Politécnica de Cartagena (UPCT).
En círculos políticos y académicos se interpretó aquella designación como un regalo para que Zaplana pudiera reencontrarse con sus orígenes en un momento crucial de su vida: acababa de superar la fase más dolorosa de su tratamiento contra la leucemia, tenía aún reciente el duelo por la muerte de su hijo Edu y las revistas del corazón daban por roto su matrimonio a base de adjudicarle diferentes conquistas.
 Otros lo vieron como el servicio que un hombre con poder y contactos ofrecía a su tierra natal antes de una hipotética jubilación. Pero apenas ha sido relevante su paso por el Consejo Social de la UPCT, del que fue destituido el miércoles, pocas horas después de su detención. «Habrá venido dos veces a las reuniones y su participación no ha sido muy activa», según la socialista Teresa Rosique, que también ocupa un sillón en ese órgano.

Vivienda en la Muralla

«Algunos creímos que Pedro Antonio lo nombró para, después, hacerlo alcalde», dice una persona que ha coincidido con él varias veces en sus frecuentes visitas a Cartagena. Afincado en Madrid y Valencia, Zaplana había intensificado en los últimos tres años las visitas a su tierra, donde apenas le queda familia pero muchos recuerdos y varios amigos de la infancia. Por eso era frecuente verlo pasear con ellos algún viernes por la noche por la Puerta de Murcia y en La Manga Club. O comer con el exconsejero Juan Carlos Ruiz en el restaurante El Barrio de San Roque. 
Muy pocas veces ha faltado un Viernes Santo a su cita con la procesión del Encuentro de la Cofradía Marraja. De su padre, oficial de Marina en el Arsenal, heredó su devoción por la imagen de Jesús Nazareno que cada año sale de la Lonja de Pescadores al encuentro de la Virgen Dolorosa, la Pequeñica de los marrajos.
Su reencuentro con Cartagena ha sido paulatino desde que en 1997 pronunció el pregón de Semana Santa y se convirtió, además, en oráculo para algunos empresarios y políticos locales con los que se reunía en privado para hablar de turismo e infraestructuras. Recientemente oficializó su 'vuelta' con la compra de una vivienda de lujo en un edificio aún en reformas de la exclusiva Muralla del Mar -orientación a mediodía y espléndidas vistas al mar- y cuyo estreno ahora se antoja complicado. Antes de esa última adquisición había pedido precio por una antigua casona de la calle Medieras donde también tienen su sede los ecologistas de ANSE.

Ambición y negocios

Pero pese a lo que algunos pudieron creer, Zaplana no se postulaba para alcalde. Más bien iba buscando abrir nuevas vías para sus negocios, hacer contactos, aseguran dos empresarios que hace una semana coincidieron con él en el palco del estadio de fútbol de Cartagena, en el primer partido del Efesé por el ascenso a Segunda División. 
El exministro tenía en su círculo de amigos cartageneros al exalcalde socialista José Antonio Alonso Conesa, que por mor de sus tejemanejes le situó sorpresivamente en el punto de mira de la Guardia Civil dentro de la 'Operación Púnica'.
En un informe incorporado en enero a la causa que instruye la Audiencia Nacional, la Unidad Central Operativa (UCO) del Instituto Armado atribuye a Zaplana un presunto tráfico de influencias por mediar en una operación entre el conseguidor de la trama, Alejandro de Pedro, y la exalcaldesa de Madrid Ana Botella. Zaplana, a instancias del también investigado José Antonio Alonso, medió para que De Pedro presentara servicios de reputación 'online' a Botella en un encuentro que tuvo lugar en el verano de 2013 en una casa de la familia Aznar. 
«Querido compañero: Tu 'secre' ya tiene el perfil de Ana». En un mensaje interceptado por los investigadores, Alonso le trataba así, con la familiaridad alcanzada a base de encuentros con amigos comunes, como la senadora del PP Pilar Barreiro.
En otro informe posterior para el 'caso Púnica', la UCO establece supuestos vínculos societarios entre Alonso y el exministro, que aparentemente trataban de realizar negocios en América. Los guardias civiles sospechan que el segundo de ellos abrió numerosas puertas en Madrid al expolítico socialista reconvertido en 'conseguidor'. 
En su relación puede estar la clave de cómo el desconocido informático valenciano Alejandro de Pedro se convirtió, presuntamente, en pieza clave de los negocios de Alonso y de la trama corrupta en cuya cúspide la Guardia Civil sitúa a quien fue 'número dos' del PP madrileño con Esperanza Aguirre, Francisco Granados.
En el sumario del 'caso Lezo' también aparece el nombre de Zaplana, relacionado con el del expresidente madrileño Ignacio González, junto al que habría intentado hacer negocio con el Mar Menor vendiendo a la Comunidad, a través de intermediarios, un aditivo 'mágico', llamado Biofish, que acabaría con la contaminación de la laguna.
Caminar por el alambre es una vieja especialidad de Zaplana, marrajo en Cartagena y tiburón en los negocios. Su nombre siempre ha sido vinculado con el entramado de presunta financiación ilegal del PP valenciano, a pesar de que nunca fue probado. Ni siquiera cuando en 1990 quedó vinculado a un reparto de comisiones ilegales, el llamado 'caso Naseiro'. 
El Tribunal Supremo anuló la principal prueba incriminatoria: unas grabaciones telefónicas de la Policía en las que hablaba con el entonces concejal valenciano Salvador Palop de hacer negocios y repartirse «comisiones bajo mano». 
«Me tengo que hacer rico porque estoy arruinado. Me lo gasto todo en política», le decía en otro extracto de la conversación.
Hacerse rico, ganar pasta, ser un hombre influyente. Esas eran metas para quien su padre había trazado una carrera de aviador. Lo intentó en vano el hombre, pues ni las cartas que escribió a un contacto que tenía en el Ministerio de Defensa abrieron al espigado muchacho las puertas de la Academia General del Aire de San Javier. Finalmente optó por estudiar Derecho en la Universidad de Alicante, pero sin renunciar a los altos vuelos. La ambición ha sido a veces un defecto y otras una virtud para el artífice de Terra Mítica, cuentan quienes le conocen.
Con apenas 18 años, en su Benidorm de acogida, Zaplana se fijó en Rosa Barceló, hija de un preboste local dedicado a la política y a los negocios a partes iguales. De su mano y gracias a la 'ayuda' de una concejal socialista tránsfuga, se convirtió en 1991 en alcalde de la ciudad alicantina. 
Sigiloso, ágil y férreo como el marrajo que nada en las profundidades marinas, en 1995 se convirtió en presidente del Gobierno autónomo valenciano. Ingentes subvenciones caían por la chimenea del Palau de la Generalitat para destinarlas después a proyectos babilónicos, como el de la Ciudad de las Artes y las Ciencias.
 Aquel hormigón sirvió para forjar también la personalidad de un hombre que en 2002 fue llamado por Aznar para ocupar la cartera de Trabajo y Seguridad Social. En 2008 lo dejó todo para incorporarse a Telefónica y seguir con sus negocios. Los mismos que ahora le han llevado a dar con sus huesos en la trena.

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