CARTAGENA.- De las lujosas habitaciones de hoteles de cinco estrellas al
minimalista calabozo de un cuartel de la Guardia Civil. Del palco del
Cartagonova -o del Bernabéu, según toque- al módulo de ingresos del
penal de Picassent. El exministro de Trabajo con José María Aznar y
expresidente de la Generalitat valenciana, Eduardo Zaplana, completó a
ritmo vertiginoso esta semana un descenso a los infiernos por el 'caso
Erial', tras haber vivido a todo trapo más de dos décadas en la cúspide
social española, se escribe hoy en la edición cartagenera del diario murciano La Verdad.
Como si fuera una película de espías, documentos
hallados por un imán sirio en un piso de Valencia que perteneció al
expolítico cartagenero pusieron al instituto armado y a la Fiscalía
Anticorrupción -previa intermediación de un arrepentido- sobre la pista
de un entramado presuntamente orquestado para blanquear dinero
procedente del cobro de comisiones cuando era presidente de la Comunidad
Valenciana (1995-2002).
«¡Quién lo iba a decir! Todos habíamos
escuchado cosas de Eduardo, pero no pensábamos que fuese a acabar así»,
admite, parco en palabras y perplejo, un destacado militante del PP
regional que pide anonimato. Zaplana (Cartagena, 3 de abril de 1956)
nunca tuvo mucho más contacto con los populares murcianos que las
clásicas reuniones que en la etapa dorada del PP celebraba cada verano
en la costa con Ramón Luis Valcárcel y sus respectivas cohortes.
Su
mundo estaba en Benidorm, a donde se trasladó de joven con su familia
tras quedarse huérfano de madre; aunque sobre todo en Valencia y en la
capital de España más recientemente. Por eso extrañó tanto que el
expresidente regional Pedro Antonio Sánchez le nombrara en otoño de 2016
representante de la Comunidad Autónoma en el Consejo Social de la
Universidad Politécnica de Cartagena (UPCT).
En círculos políticos y académicos se interpretó aquella designación
como un regalo para que Zaplana pudiera reencontrarse con sus orígenes
en un momento crucial de su vida: acababa de superar la fase más
dolorosa de su tratamiento contra la leucemia, tenía aún reciente el
duelo por la muerte de su hijo Edu y las revistas del corazón daban por
roto su matrimonio a base de adjudicarle diferentes conquistas.
Otros lo
vieron como el servicio que un hombre con poder y contactos ofrecía a
su tierra natal antes de una hipotética jubilación. Pero apenas ha sido
relevante su paso por el Consejo Social de la UPCT, del que fue
destituido el miércoles, pocas horas después de su detención. «Habrá
venido dos veces a las reuniones y su participación no ha sido muy
activa», según la socialista Teresa Rosique, que también ocupa un sillón
en ese órgano.
Vivienda en la Muralla
«Algunos
creímos que Pedro Antonio lo nombró para, después, hacerlo alcalde»,
dice una persona que ha coincidido con él varias veces en sus frecuentes
visitas a Cartagena. Afincado en Madrid y Valencia, Zaplana había
intensificado en los últimos tres años las visitas a su tierra, donde
apenas le queda familia pero muchos recuerdos y varios amigos de la
infancia. Por eso era frecuente verlo pasear con ellos algún viernes por
la noche por la Puerta de Murcia y en La Manga Club. O comer con el
exconsejero Juan Carlos Ruiz en el restaurante El Barrio de San Roque.
Muy pocas veces ha faltado un Viernes Santo a su cita con la procesión
del Encuentro de la Cofradía Marraja. De su padre, oficial de Marina en
el Arsenal, heredó su devoción por la imagen de Jesús Nazareno que cada
año sale de la Lonja de Pescadores al encuentro de la Virgen Dolorosa,
la Pequeñica de los marrajos.
Su reencuentro con Cartagena ha sido paulatino desde que en 1997
pronunció el pregón de Semana Santa y se convirtió, además, en oráculo
para algunos empresarios y políticos locales con los que se reunía en
privado para hablar de turismo e infraestructuras. Recientemente
oficializó su 'vuelta' con la compra de una vivienda de lujo en un
edificio aún en reformas de la exclusiva Muralla del Mar -orientación a
mediodía y espléndidas vistas al mar- y cuyo estreno ahora se antoja
complicado. Antes de esa última adquisición había pedido precio por una
antigua casona de la calle Medieras donde también tienen su sede los
ecologistas de ANSE.
Ambición y negocios
Pero pese
a lo que algunos pudieron creer, Zaplana no se postulaba para alcalde.
Más bien iba buscando abrir nuevas vías para sus negocios, hacer
contactos, aseguran dos empresarios que hace una semana coincidieron con
él en el palco del estadio de fútbol de Cartagena, en el primer partido
del Efesé por el ascenso a Segunda División.
El exministro tenía en su
círculo de amigos cartageneros al exalcalde socialista José Antonio
Alonso Conesa, que por mor de sus tejemanejes le situó sorpresivamente
en el punto de mira de la Guardia Civil dentro de la 'Operación Púnica'.
En un informe incorporado en enero a la causa que instruye la Audiencia
Nacional, la Unidad Central Operativa (UCO) del Instituto Armado
atribuye a Zaplana un presunto tráfico de influencias por mediar en una
operación entre el conseguidor de la trama, Alejandro de Pedro, y la
exalcaldesa de Madrid Ana Botella. Zaplana, a instancias del también
investigado José Antonio Alonso, medió para que De Pedro presentara
servicios de reputación 'online' a Botella en un encuentro que tuvo
lugar en el verano de 2013 en una casa de la familia Aznar.
«Querido
compañero: Tu 'secre' ya tiene el perfil de Ana». En un mensaje
interceptado por los investigadores, Alonso le trataba así, con la
familiaridad alcanzada a base de encuentros con amigos comunes, como la
senadora del PP Pilar Barreiro.
En otro informe posterior para el 'caso Púnica', la UCO establece
supuestos vínculos societarios entre Alonso y el exministro, que
aparentemente trataban de realizar negocios en América. Los guardias
civiles sospechan que el segundo de ellos abrió numerosas puertas en
Madrid al expolítico socialista reconvertido en 'conseguidor'.
En su
relación puede estar la clave de cómo el desconocido informático
valenciano Alejandro de Pedro se convirtió, presuntamente, en pieza
clave de los negocios de Alonso y de la trama corrupta en cuya cúspide
la Guardia Civil sitúa a quien fue 'número dos' del PP madrileño con
Esperanza Aguirre, Francisco Granados.
En el sumario del 'caso
Lezo' también aparece el nombre de Zaplana, relacionado con el del
expresidente madrileño Ignacio González, junto al que habría intentado
hacer negocio con el Mar Menor vendiendo a la Comunidad, a través de
intermediarios, un aditivo 'mágico', llamado Biofish, que acabaría con
la contaminación de la laguna.
Caminar por el alambre es una vieja
especialidad de Zaplana, marrajo en Cartagena y tiburón en los
negocios. Su nombre siempre ha sido vinculado con el entramado de
presunta financiación ilegal del PP valenciano, a pesar de que nunca fue
probado. Ni siquiera cuando en 1990 quedó vinculado a un reparto de
comisiones ilegales, el llamado 'caso Naseiro'.
El Tribunal Supremo
anuló la principal prueba incriminatoria: unas grabaciones telefónicas
de la Policía en las que hablaba con el entonces concejal valenciano
Salvador Palop de hacer negocios y repartirse «comisiones bajo mano».
«Me tengo que hacer rico porque estoy arruinado. Me lo gasto todo en
política», le decía en otro extracto de la conversación.
Hacerse
rico, ganar pasta, ser un hombre influyente. Esas eran metas para quien
su padre había trazado una carrera de aviador. Lo intentó en vano el
hombre, pues ni las cartas que escribió a un contacto que tenía en el
Ministerio de Defensa abrieron al espigado muchacho las puertas de la
Academia General del Aire de San Javier. Finalmente optó por estudiar
Derecho en la Universidad de Alicante, pero sin renunciar a los altos
vuelos. La ambición ha sido a veces un defecto y otras una virtud para
el artífice de Terra Mítica, cuentan quienes le conocen.
Con
apenas 18 años, en su Benidorm de acogida, Zaplana se fijó en Rosa
Barceló, hija de un preboste local dedicado a la política y a los
negocios a partes iguales. De su mano y gracias a la 'ayuda' de una
concejal socialista tránsfuga, se convirtió en 1991 en alcalde de la
ciudad alicantina.
Sigiloso, ágil y férreo como el marrajo que nada en
las profundidades marinas, en 1995 se convirtió en presidente del
Gobierno autónomo valenciano. Ingentes subvenciones caían por la
chimenea del Palau de la Generalitat para destinarlas después a
proyectos babilónicos, como el de la Ciudad de las Artes y las Ciencias.
Aquel hormigón sirvió para forjar también la personalidad de un hombre
que en 2002 fue llamado por Aznar para ocupar la cartera de Trabajo y
Seguridad Social. En 2008 lo dejó todo para incorporarse a Telefónica y
seguir con sus negocios. Los mismos que ahora le han llevado a dar con
sus huesos en la trena.
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