La pasada semana reprochaba yo amablemente a Javier Zarzalejos que no hubiera aprovechado la ocasión para explicar por qué su jefe, José María Aznar,
nombró ministro a Jaume Matas, vicepresidente a Rato, presidente de
Bankia a Miguel Blesa, alcalde de Pozuelo a Jesús Sepúlveda, presidente
de Telefónica a Juan Villalonga, jefazo a Luis Bárcenas y factótum en el
PP a Francisco Correa.
Obvié el nombre de Eduardo Zaplana, el gran amigo de la "famiglia",
por mor de la enfermedad y porque hasta el pasado martes ningún juez
había firmado la autorización para su detención e investigación.
Abierta
la espita judicial, y aunque no soy muy dado a propinar lanzadas, es la
hora de explicitar algunas cosas que todo el mundo intuyó siempre, pero
que siempre quedaba en nebulosa. No hacía falta un caso más, pero la caída de Zaplana es la última gota que coloca a la aznaridad en el epicentro de la obscenidad moral.
Todo
el círculo interior de Aznar —como presidente del PP y posteriormente
como primer ministro— adoraba al detenido. Es más, llegó a ser uno de
sus iconos. No sé si entre los papeles incautados al ex ministro (que
consiguió incluso que Aznar nombrara ministro a Jaume Matas)
aparecen nombres como el de Alejandro Agag, Miguel Ángel Cortés, Carlos
Aragonés, todos ellos formaban parte del "clan" aznarista del que
presumía el "capo" y, desde luego, protegió hasta el final, hasta el
punto que impuso a Rajoy que Zaplana fuera el portavoz parlamentario
durante los primeros cuatro años de oposición tras el fiasco del 2004.
Que aparezcan, en sí mismo no significa penalmente nada; otra cosa sea
lo "políticamente ético". El que sí aparece es Alejandro de Pedro, el
socio de Abel Linares (ex Telefónica) en Eico Online. De Pedro recibió
mucho dinero por parte de administraciones controladas por amigos suyos
del PP; incluso, se permitía el lujo de calificar groseramente —vía
chat—, junto con una damisela "fantástica" (que también le pedía se
limpiara su imagen en la red)— a periodistas que denunciaban los
trapicheos de sus clientes.
Todo esto sucedió bajo las faldas de Aznar; se ponga como quiera. Incluidas las andanzas de Correa y demás "gürteles".
Dejó a Rajoy una herencia carcomida y putrefacta…El gallego no quiso
escenificar la ruptura y, ahora, en el pecado lleva esa penitencia.
Después de todo esto, don José María Aznar López, ¿seguirá oficiando de evangelista e introductor palaciego de Albert Rivera? Porque salvo que ponga cátedra en cinismo y cobardía es difícil verle la gracia.
(*) Periodista
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