BENIDORM.- Un año en política es toda una vida. Lo decía siempre Vicente Pérez Devesa y la historia (local, regional y hasta nacional) se empecina siempre en darle la razón. Los tres años que estuvo Eduardo Zaplana al frente de la Alcaldía de Benidorm dieron para mucho, como para tres vidas, porque fueron el principio del imperio popular, relata El Mundo.
No
fueron tres años especialmente fructíferos a nivel de desarrollo
urbanístico, los grandes planes parciales llegarían después, pero sí
fueron claves en la carrera política del cartagenero «yerno de Barceló»
que era además un señor joven, alto, educado, astuto y bien plantao,
que a muchos les recordaba a Suárez y que parecía venir con ganas de
comerse el mundo.
Y se lo comió. Y de lo que le sobró comieron muchos
que luego llegaron tras él, siguieron su estela y se arrogaron su
herencia hasta que ésta dejó de ser rentable.
Le dio a la ciudad brillo, glamour, espectáculos multimedia en la playa, desempolvó el Festival de la Canción.
Pan y circo mientras se abonaba el terreno para dar el salto al
estrellato y salir del poble que se le quedaba pequeño.
Pero como dice
el refrán que «es de bien nacido ser agradecido» cuando conquistó el
podio político jamás se olvidó de su querida Benidorm y le puso un
parque temático con el que quería hacerle sombra al mismísimo
Eurodisney. Y el parque atrajo inversiones y llegó el boom
urbanístico, y Benidorm creció, y comenzaron los grandes planes
parciales, las obras faraónicas y Zaplana alcanzó el Olimpo.
De
la caída de los dioses y de cómo acaba la historia ya han podido leer
estos días en este diario y en muchos otros medios. Pero en medio
pasaron muchas cosas. Y aún hoy con Zaplana durmiendo en Picassent y con el Erial sobre la mesa, quienes le conocen bien insisten en que nunca se le podrá negar el mérito de ser «el gran transformador de la Comunidad Valenciana».
Todo empezó con un café
El joven Zaplana se sienta en la mesa con Vicente Pérez Devesa
con un objetivo claro: coser el centro derecha benidormí. Pero acabar
con la guerra entre familias irreconciliables que lideraban su suegro Miguel Barceló y el propio Pérez Devesa no es tarea fácil, muchas veces se intentó y se fracasó.
Zaplana
removía su taza: «Vamos a ver Vicente....», «Eduardo, con Barceló no se
puede hablar», «Vicente, si no estamos unidos los socialistas ganarán
siempre», «Con Miguel, no», «No estás hablando con Miguel, estás
hablando conmigo»... La conversación no sería exactamente así pero
quienes la conocen indican que debió ser muy parecida. El caso es que lo
consiguió y la de Zaplana fue la mano mediadora al que terminaron
siguiendo todas las facciones como al flautista de Hammelin.
El centro derecha no solo se unió sino que hizo del
«todos a una» y el «prietas las filas» todo un arte que la izquierda
benidormí mira con cierta envidia.
En Benidorm, menos
esta última legislatura, todos los cambios de color político se habían
hecho siempre a golpe de «-azo» primero el marujazo y luego el bañulazo. Los populares ganaron el gobierno de la ciudad como lo perdieron después: con un tránsfuga. Solo que la ex socialista Maruja Sánchez supo rentabilizar mucho mejor y durante más tiempo su manotazo que José Bañuls.
La operación fue un éxito, fue avalada por el mismísimo Rajoy entonces secretario de organización
y en 1991 Eduardo Zaplana fue alcalde. Comenzaría una época de
encadenar victorias una tras otra mientras los socialistas veían pasar
las citas electorales como una vaca mira el tren.
De aquella época como alcalde es el plan de acción para lavarle la cara al casco antiguo,
también la supresión del recibo de la basura a los pensionistas o el
inicio de las obras de la nueva Biblioteca Municipal.
«Heredó
unas arcas
municipales en una situación dramática» aseguran sus partidarios que
recuerdan que «había que inventarse cosas» para relanzar la imagen
turística. Y uno de aquellos inventos fue un espectáculo multimedia en
la playa de Levante que despertó mucha expectación y que después como
llegó se fue. La oposición lo consideraba un despilfarro pero Zaplana
era un mago del artificio, de vender imagen, de sacar conejos de la
chistera y arrancar el aplauso del respetable cegado por el brillo de
las lentejuelas.
Suyo es el mérito también de haber rescatado del baúl de los recuerdos el Festival de la Canción que aguantó casi quince años más resucitado hasta que Manuel Pérez Fenoll lo dejó morir en paz.
También de su mandato son los Mapas Verdes y Mapas Sonoros de la ciudad que se encargaron y pagaron a una empresa externa vinculada a un ex militante del PP y de los que nunca más se supo y la oposición jamás llegó a ver una copia.
De aquella época también es el Caso Naseiro
en cuyas grabaciones también quedó retratado pero de aquello salió
indemne, como de todos y cada uno de los muchos casos de corrupción que
han salpicado al Partido Popular, hasta ahora.
Tres años para
preparar su salto al Palau de la Generalitat, arrebatársela a Lerma y,
de paso, quitarse de encima a los blaveros. Desde Alicante fue haciendo
grande su ejercito y se alió con Castellón para sitiar Valencia y hacer
saltar al PSOE por los aires.
Cuando consiguió ser Molt Honorable se sintió como pez en el agua. Creó la Academia Valenciana de la Lengua y en los institutos se estudiaban los països catalans como concepto cultural.
Y no pasaba nada.
La valenciana fue la primera comunidad en tener una
Ley de Parejas de Hecho, puso playas accesibles, acordó trasvases como
Júcar-Vinalopó o Tajo-Segura y se fue a negociar con Bono para hacer
posible la autovía Alicante-Madrid y también Valencia- Madrid.
Pero
a Zaplana lo que de verdad le lucía era el urbanismo. Las grandes
obras. Lo quería todo a lo grande. Acuñó una forma de hacer política que
dejo marcada, para bien y para mal, la ciudad y la Comunidad
Valenciana. Sirvió para «poner Valencia en el mapa» para unos y para
«dejar la Comunitat hecha un solar» para otros.
Para
Benidorm, su ojito derecho, lo que hiciera falta. Las subvenciones
comenzaron a llegar como no si no hubiera un mañana. Construyó una
depuradora, una potabilizadora, los centros de Salud de Foietes y La
Cala, los institutos Bernat de Sarriá y Beatriu Fajardo, la sede de la
Uned, los colegios Serra Gelada, Els Tolls y Puig Campana, una planta de
residuos, la carretera Benidorm-Guadalest y la Vía Parque, futura zona
de ensanche de la ciudad rodeada de grandes planes parciales.
Y su
apuesta personal, la joya de la corona: Terra Mítica. Un gran parque temático que pudo construirse porque un incendio -cuyas causas siempre han sido un misterio-, arrasó Sierra Cortina y acabó con todo valor ecológico esos terrenos y el Ayuntamiento aprovechó para recalificarlos.
Y al calor del parque temático llegaron los campos de golf, más parques temáticos, más hoteles y un frenesí urbanístico
que tenía contagiado a su sucesor en el Ayuntamiento, Vicente Pérez
Devesa, y que lo hizo empezar a diseñar planes parciales con rascacielos
y lagos artificiales como Armanello, o desarrollar allí donde quedara
un metro libre como el PAU del Murtal o el PP 6.1Xixo. Y un tal Enrique Ortiz empezaba a pasearse por la ciudad.
A velocidad de vértigo la ciudad entró en una borrachera de ingresos
urbanísticos, préstamos bancarios para más proyectos faraónicos y todo
se le quedaba pequeño. Todo tenía que ser más grande para estar a la
altura. Ayuntamiento nuevo, Palau d'Esports, remodelación del puerto...
Las dos primeros no contaron con subvención autonómica pero estaban
impregnados de esa forma de hacer política a lo grande que ya era marca
de la casa en la Comunidad Valenciana. Y como buena sucursal del ejemplo
autonómico, los sobrecostes fueron también millonarios.
Benidorm
crecía y, a pesar de encontrarse en una de las mayores épocas de bonanza
económica de la historia reciente de este país, su deuda también. Si
entraba dinero por tasas urbanísticas, no era suficiente, se necesitaba
más. Concejales del gobierno de Pérez Devesa no dejaban de repetir que «es un buen momento para endeudarse» al tiempo que firmaban un nuevo préstamo bancario e hipotecaban la ciudad.
Como ejemplo, si hasta 1996 las previsiones de ingresos por tasas urbanísticas se situaban en torno a los 600.000 euros anuales, en 1998 el Ayuntamiento llegó a ingresar seis millones de euros, diez veces más, por licencias de obras pero pedía préstamos por valor ocho millones y medio.
El brillo se apaga
Pero Zaplana fue reclamado en Madrid
y a Benidorm no le dio tiempo a cambiarse la chaqueta. Con Camps las
subvenciones siguieron llegando pero no al mismo ritmo, ni mucho menos.
Hubo remodelación del Paseo de Poniente y Parque de Poniente y Centro
Cultural pero de los dos últimos uno ha sido finalizado esta legislatura
y otro aún tiene pinta de esqueleto de hormigón.
Los planes parciales iniciados en pleno boom del ladrillo estaban
paralizados por distintos procesos judiciales y la deuda municipal por
las nubes.
Benidorm perdió peso en la política autonómica y
nacional y dejó de ser esa especie de academia de políticos con pedigrí
que suministraba cargos a todas las administraciones. El centro derecha
local se rompió por una costura zaplanista que se descosió después de un
cambio de chaqueta. Hasta los socialistas volvieron a ganar unas
elecciones.
Y llegaron los Gürtel, Brugal, Taula, Copa Davis, etc. Pero se saltaron a Zaplana que siempre salía indemne mientras se sonreía viendo a sus sucesores y enemigos políticos pasar por los banquillos.
Muchas
sospechas que se quedaron en eso, sólo sospechas. «Era la crónica de
una detención anunciada» decían desde Esquerra Unida. Pero lo cierto es
que en Benidorm la detención de Zaplana ha sorprendido y mucho. Pero no
porque los delitos que se le imputan no puedan estar fundamentados, sino
porque «lo han pillado».
No sorprende los supuestos hechos sino que hayan podido atrapar al mago del escapismo político.
Mientras, en Picassent, Zaplana busca en su manga por si encuentra un último as.
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