Tomo la idea prestada de @dmarzal, quien en un tuit me recordaba
esta semana que el PP había logrado asentarse como la derecha regional
valenciana; papel que difícilmente puede ejercer Ciudadanos. Tiene
razón.
Eduardo Zaplana, con el apoyo de potentes actores económicos y
mediáticos, logró construir entre los años 1995 y 1999 una fuerza hegemónica en la Comunidad Valenciana que unificaba a la derecha nacionalista española
—heredera de Alianza Popular y exucetistas (de la UCD)— con la derecha
regionalista de Unión Valenciana, que integraba a anticatalanistas, pero
también a esa minoritaria derecha valencianista y regionalista heredera del pensamiento de los años 30 (lean a Lluís Bertomeu sobre este tema).
Una cuidada combinación, alentada desde el poder, diseñada por Rafael
Blasco, que usurpaba incluso a la izquierda valenciana parte de los
valores que la sostenían en las instituciones.
El experimento fue un éxito rotundo, pues lograba identificar al
PP como a la derecha valenciana, como una fuerza ante todo de obediencia
valenciana, a pesar de ser un partido tutelado por Madrid. No lo
digo yo, ahí están las encuestas que durante años certificaban la
percepción extendida que ese PP era el que mejor defendía los intereses
de los valencianos. Ese fue el gran mérito de Eduardo Zaplana, y desde entonces jamás hubo una mínima reflexión interna para modificar el modelo que ha perdurado hasta nuestros días.
Rita Barberá, al respecto, fue una figura totémica del partido, pero
nunca tuvo una visión orgánica más allá de la ciudad de València.
Menos
aún Francisco Camps, que fue sólo un discípulo aventajado que
interpretó mal la continuidad del modelo hasta la exageración
catastrófica. Detenido y encarcelado Zaplana, el PP pierde al
alquimista que, a partir de la confusión ochentera entre las diversas
derechas, fabricó una fuerza que arrasó durante décadas en las urnas pero que acabó erosionando con la corrupción todas las instituciones,
destruyendo el sistema financiero autóctono, derrumbando contenedores
innecesarios, dinamitando servicios públicos como la Sanidad o RTVV, y
endeudando a los valencianos de por vida.
El PP valenciano más allá de la corrupción es hoy, en sentido intelectual, un “Erial” (término que se ha utilizado para la operación contra el blanqueo de dinero). No existe en este momento un cuerpo teórico en la derecha valenciana capaz de configurar un relato alternativo o
modelo político que interprete las necesidades de la sociedad
valenciana en clave estrictamente valenciana. Los tímidos intentos de
generar esa reflexión han sido sofocados con contundencia por la
dirección nacional, por Madrid.
Poco duró la aspiración de Isabel Bonig
de “refundar” el partido cuando estalló el caso Imelsa y caso Taula; o
cuando intentó elaborar una respuesta propia a la infrafinanciación y a
la infrainversión. Ahí está la prueba de esa enorme incapacidad que sí
logró Eduardo Zaplana. El PP valenciano ha perdido su identidad
valenciana, y en esa realidad ha perdido también la opción de recuperar
la hegemonía del centro derecha en esta geografía.
Fíjense en que el PP de Isabel Bonig utiliza elementos de
confrontación que Zaplana intentó apaciguar para consolidar su
hegemonía, como la cuestión identitaria o lingüística, lo que detona una
extrema debilidad en la generación de ideas. Lleva años el PP huyendo
de un debate interno que, vistos los hechos, incluso llegaría tarde. Se
funciona más por impulsos que por estrategia, por reacción que por
acción, lo que genera enormes flaquezas en una fuerza que, con cada caso
de corrupción, agacha la cabeza avergonzada e incapaz de soltar
lastre. Con algunos oscuros personajes del pasado intentando mantener
privilegios y ventajas en la órbita valenciana, cuando ya intuyen la
magnitud del desastre.
Eduardo Zaplana tuvo un sueño, y ese sueño duró mucho tiempo; el
mismo sueño que ha convertido los pasados 20 años del PP en una fórmula
invencible en las urnas pero que ha acabado por hundir a ese mismo
PP en las turbias aguas del lodazal de la corrupción. Realidad que ha
acabado por desgastar hasta la alarma a sus antiguos compañeros de
filas.
Ciudadanos quiere, en este sentido, recuperar parte de esos valores que Zaplana instaló en aquel PP invencible;
pero Ciudadanos, partido profundamente centralista y desconectado de
muchas claves valenciana (no entienden para nada la realidad cultural
valenciana), difícilmente podrá ser nunca esa “derecha regional valenciana” que representaron los populares durante décadas.
La detención de Zaplana tiene, en este sentido, una fuerte carga simbólica; no
sólo cae el arquitecto del PP valenciano, cae también una visión
estratégica de un modelo que en la derecha valenciana nadie ha sido, ni
es capaz de momento, de rebatir.
(*) Periodista
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