Aunque los economistas siguen discutiendo sobre las causas de la gran depresión de los años 30 del siglo pasado, una corriente mayoritaria señala que el excesivo apego a la ortodoxia del momento, en especial el mantenimiento del equilibrio presupuestario y la confianza excesiva en que los mercados se acabarían ajustando solos, fue un elemento clave para agravar el problema. Ante una situación radicalmente nueva, hacer lo de siempre fue un grave error. Ese riesgo no lo tenemos ahora. Ante otra situación grave y desconocida, nuestras autoridades están echando mano a toda la caja de herramientas de la política económica: somos keynesianos para unas cosas, monetaristas para otras e incluso ligeramente marxistas si hace falta nacionalizar algo.
Como si se tratase de un capitulo de la serie televisiva House, cuando no sabemos muy bien lo que hacer para curar al paciente de una enfermedad grave y desconocida, pues lo hacemos todo a la vez, confiando en que algo funcione. Ya saben, pragmatismo.Eso explica, sin duda, el goteo permanente de medidas que las autoridades de todos los países están haciendo, así como las modificaciones que algunos introducen en las adoptadas con antelación.Si la crisis es protéica y cambia como los virus, los tratamientos deben ajustarse también a las prioridades marcadas por aquello que, en cada momento, más amenaza la vida del paciente.
Ahora ha llegado la hora de la economía real. Eso no significa que olvidemos las ayudas financieras a la Banca, cuyos escasos efectos sorprenden, ni que hasta la fecha no se haya hecho nada por las empresas y familias. Significa que tanto a un lado como al otro del Atlántico, los planes de recuperación de la actividad económica real han tomado el protagonismo, siguiendo lo acordado en la reciente Cumbre del G20+ZP.
Y estos programas sí son keynesianos en un doble sentido. Primero, se adoptan ante la constatación de que la incertidumbre y el temor ante un futuro negro bloquea las decisiones de familias y empresas hasta el punto de hacer poco eficaz la política monetaria.Inyectar dinero, o bajar tipos de interés como se está haciendo es necesario, pero el dinero se atesora, no circula como debiera, por el efecto desconfianza. Para los interesados, es lo que Keynes denominó la trampa de la liquidez que, combinada con riesgos de deflación como los que se anuncian en estos días, limita de manera poderosa la capacidad de la política monetaria para volver a poner en marcha la maquinaria económica detenida. Por seguir con el símil médico, es fundamental porque ayuda a mantener con vida al paciente, pero no le cura.
Segundo, en esas circunstancias, los mercados no funcionan de manera adecuada, el paro crece junto a las fábricas cerradas y hace falta una intervención estatal mediante normas, pero también mediante un tratamiento de choque presupuestario. El problema hoy es que tras décadas de tomar activismo presupuestario, nuestra economía reacciona poco ante el mismo. Se han generado anticuerpos y su efectividad, a dosis prudentes, es menor ahora que hace 50 años. Por eso hay que elegir bien donde se concentran las propuestas y cuáles deben de ser las nuevas dosis que hagan efecto sobre una economía en la que el peso del sector público ya es muy elevado. Seguramente habrá que seguir recetándolo todo (y algunas medidas recuerdan el Bolero de Ravel por la insistencia con que se anuncian desde hace tiempo), pero concentrando las mayores dosis en unos pocos aspectos.
En el debate de esta semana, hemos vivido un curioso enfrentamiento entre más rebajas de impuestos y más incremento del gasto público.El análisis de la experiencia indica que las bajadas de impuestos son menos eficaces para provocar una reactivación de la economía en situaciones de depresión económica. Dicho de otro modo: la mayor renta disponible de hogares y empresas, procedente de una rebaja de impuestos, se desvía al consumo y a la inversión, en mucha menor medida ahora. Recordemos que lo que funciona en unas situaciones no lo hace igual en otras, de la misma manera que los agujeros negros alteran las leyes de la física o que un descenso del IVA no estimula igual el consumo, con inflación que con precios a la baja.
Entonces, para favorecer la recuperación económica cuando estamos en recesión, mayor gasto público es mejor que rebajas adicionales de impuestos (caso aparte son los descensos en cotizaciones sociales, propuestos también por la Comisión). Por eso, en el nuevo paquete de impulso presupuestario anunciado por el Gobierno, sólo se incluye mayor inversión, tanto la canalizada a través de los ayuntamientos, como la que responde a acciones sectoriales puntuales.Esperemos que los jeribeques presupuestarios y la lentitud administrativa no limite el impacto efectivo de las medidas.
Como quiera que en su intervención parlamentaria el presidente no descartó nuevas actuaciones presupuestarias si la situación empeora, me permito sugerir dos vectores donde el incremento del gasto debe seguir siendo de intensidad excepcional. Primero, las inversiones en políticas que permitan dar el salto hacia una economía menos dependiente del carbono para combatir el cambio climático (automóvil, transporte, vivienda, energía, I+D+i, reforestación).Segundo, acelerar, todavía más, la aplicación de la ley de dependencia (residencias, cuidadores, etcétera). Ambas son propuestas de inversión, creadoras de puestos de trabajo y de un nuevo modelo de crecimiento más sostenible. Y ambas exigen un intenso proceso de concertación entre administraciones así como con el sector privado. Por ahí, si lo hacemos con la intensidad y la continuidad suficiente, iremos por el buen camino.
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