¿Cuantos vídeos tengo que grabar para explicar a mis amigos que este periodista es un eremita? No me gusta contar mi vida, pero los malentendidos me obligan a definirme.
Un eremita o ermitaño es una persona que vive en soledad, es un ser humano que elige profesar una vida de santidad solitaria y ascética, totalmente alejado del mundo y de los asuntos mundanos, sin contacto permanente con la sociedad, para llevar a cabo una labor mística privada y secreta para alcanzar la iluminación, de la que no tiene que dar explicaciones a nadie, pero es una bendición para la Humanidad.
Como escribió Fray Luis de León: “Qué descansada vida, la del que huye del mundanal ruido, y sigue la escondida senda, por donde han ido, los pocos sabios que en el mundo han sido.”
Fray Luís comienza con un elogio a la vida retirada y el desprecio por las pompas humanas y el ansia de fama, busca la tranquilidad, y quiere vivir en armonía con la naturaleza, disfrutando de ella. Es para otros la riqueza y el poder, a él lo que le atrae es la vida sencilla y los simples placeres que le depara la naturaleza. Lo apacible de una vida sosegada en comunión con la naturaleza.
En España hay una lista de espera para ser eremita católico vinculado a los escasos monasterios que quedan todavía. Pero un fraile no es un eremita sino un anacoreta, puesto que ‘eremos’ significa desierto en griego, y ‘anacos’ significa monasterio. Su función es buscar la unión con Dios, pero consideran que hacen un bien a la sociedad a través de la oración, así que no tiene mucho sentido estar enredados con lo que pasa afuera.
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FILOSOFÍA
Mundanal significa perteneciente o relativo al mundo como sociedad humana, con sus placeres y vanidades. El ruido es la interferencia que afecta a un proceso de comunicación con Dios. El mundanal ruido es algo que está relacionado con cosas terrenales que no interesan.
El dicho “lejos del mundanal ruido” se origina en la novela del mismo nombre que Thomas Hardy escribió y publicó en 1874. Su cosmovisión está influenciada por la filosofía de Arthur Schopenhauer: la vida actúa como una fuerza ciega, ajena a cualquier control que el ser humano pretenda ejercer, y llega a arrollar a su paso propósitos, deseos, esperanzas, sueños y planes.
Schopenhauer presenta un sistema filosófico que comprendía una sola metafísica como fundamento único de la realidad. Expresó que la vida en el mundo real es un triste “brebaje agridulce” que consiste en una continua adquisición de conocimiento, continua ganancia de comprensión, pero que al penetrar en la Verdad resulta satisfactorio.
La característica principal de todas las cosas, incluidos los seres humanos, es la voluntad, la cual es ciega, irracional, absurda y fuente de inmensos sufrimientos en el mundo. Su filosofía culmina con el ideal budista del Nirvana, serenidad absoluta, que aniquila la voluntad de vivir en densidad. También recalcó la importancia de la contemplación estética en el arte y la compasión moral como medios de huida del sufrimiento.
El filósofo existencialista francés Jean Paul Sartre dijo algo políticamente incorrecto, que “el infierno son los demás” con el fin de que el ser humano se autodetermine y sea dueño de sí mismo. Por lo tanto, si el infierno son los otros, también el cielo deberían de ser los otros dependiendo de las circunstancias. Serían el infierno cuando se ponen muy pesados. Serían el cielo cuando encuentras un amor puro.
Intenta enfrentar al ser vivo con la responsabilidad moral, para que el ser humano se autodetermine, sea dueño de sí mismo, y para que eluda cualquier tipo de imposición exterior que le determine a pensar o a ser de una forma. Si nos obligan a ser, en el fondo No Somos más que marionetas de otros.
También fueron célebres sus frases como “el hombre se hace a sí mismo” y “el ser humano está condenado a ser libre”. El análisis de Sartre nos indica que, cuando contemplamos el mundo, somos el punto central de lo que nos rodea, algo así como el espectador que inaugura el espectáculo: todo lo que veo se organiza a mi alrededor, todo gira alrededor de mí, yo soy el punto cero de todo orden.
VIDA EREMÍTICA
La vida eremítica tiene por finalidad alcanzar una relación con Dios que se considera más perfecta. La vida del ermitaño está por lo general caracterizada por valores que incluyen el ascetismo, la penitencia, el alejamiento del mundo urbano y la ruptura con las preferencias de éste, el silencio, la oración, el trabajo y, en ocasiones, la itinerancia.
La práctica del eremitismo también se encuentra presente en la historia del hinduismo, el budismo, el sufismo y el taoísmo, tradiciones espirituales con las que me siento profundamente identificado. Sabemos que los orientales fueron maestros de la meditación y la contemplación. Así también lo fueron los filósofos occidentales, Sócrates, Platón y Pitágoras, que buscaban esos sabios filósofos, la vida contemplativa, conocerse uno mismo, internamente.
Desde un punto de vista espiritual, la vida solitaria se torna así en una forma de ascetismo, en donde el ermitaño renuncia a las preocupaciones y placeres mundanos. En la vida eremítica asceta, el ermitaño busca la soledad para la meditación, la contemplación y la oración, sin las distracciones de contacto con la sociedad humana, el sexo, o la necesidad de mantener otros estándares socialmente aceptables como alimentación o vestimenta.
En el mundo moderno suele verificarse una variante que, si bien no puede catalogarse como eremitismo propiamente dicho, mantiene algunas de sus características. En este caso, no se verifica una fuga geográfica del mundo, sino un aislamiento respecto del estilo o de la forma de vida que el mundo presenta. Se trata de un eremitismo en medio del mundo, impregnado por rasgos de soledad, oración y trabajo, que huye de cualquier tipo de publicidad, y que florece como reacción a la borrachera comunitaria.
HISTORIA
El eremitismo es un modo de vida nacido en Oriente, particularmente en Egipto y Siria, hacia el siglo III, pero con algunos precedentes precristianos, como el de la comunidad judía de los Terapeutas, curadores de almas, con asiento en Alejandría, que propugnaba la soledad y el aislamiento como camino para alcanzar la perfección espiritual. Alejandría fue la meca de los alquimistas y la rosa de Alejandría fue el símbolo de la Gran Obra en la que estoy inmerso.
Ermitaño fue el nombre dado desde el siglo III al V al cristiano que, para entregarse con toda libertad a la vida contemplativa y penitente en busca de Dios, se apartaba de los vínculos sociales habituales, para habitar en los desiertos de la Tebaida (a unos mil kilómetros del delta del Nilo) y en las comarcas vecinas. La norma de vida de aquellos eremitas era de un ascetismo llevado a sus límites: vivían en el desierto, se alojaban en albergues precarios o en cuevas, y subsistían gracias al trabajo manual. Sus ayunos eran prolongados, y mantenían una vida espiritual muy pura.
El modelo inicial de eremitismo, propio de los anacoretas orientales del siglo III, tendría más tarde imitadores en la vida monástica occidental. Sucesivamente y por extensión, se asignó el mismo nombre a todos los que se retiraban a lugares solitarios para vivir una vida libre de las ataduras de la sociedad. Algunos fijaban su misión en el cuidado y protección de una ermita dedicada a algún santo, por lo general, en algún paraje despoblado y poco visitado. El retiro del ermitaño se consideraba parte de su vida y de su entrega espiritual.
A los asentamientos eremíticos que se produjeron en el siglo XI corresponde la aparición de las órdenes de los cartujos y los camaldulenses, en tanto que en el siglo XIII surgen los ermitaños agustinos, identificados con las órdenes mendicantes. Así se produce la unión del anacoretismo y el cenobitismo en una orden centralizada.
Además de las distintas formas de eremitismo organizado, existieron hombres y mujeres llamados inclusos o reclusos que, temporalmente o de por vida, se encerraban voluntariamente en una celda que hacían tapiar como hacen hoy en día algunos monjes tibetanos. Estos habitáculos carentes de puertas poseían como único medio de acceso una ventana pequeña por la que entraba algo de luz. A través de esa apertura la gente les hacía llegar alimento y bebida utilizando una polea.
Solían gozar de gran prestigio por las virtudes heroicas que se les atribuían. Esta forma de aislamiento extremo perdió importancia en el siglo XV hasta desaparecer por completo en el siglo XVII. Sin embargo, el eremitismo como tal continuó existiendo. Yo no soy partidario de estas formas extremas de ascetismo sino del camino medio de la moderación que enseñó Buda, porque en el término medio está la virtud.
Después de la secularización que significó la ilustración alemana del siglo XVIII, surgió en la primera mitad del siglo XIX una nueva fraternidad eremítica en la diócesis de Ratisbona (Regensburg), Alemania. Los miembros de la fraternidad vivían como terciarios de San Francisco de Asís, y se extendieron por zonas yermas de Alemania, Suiza y Austria.
En el siglo XX, el eremitismo tomó diferentes formas. Algunos ermitaños famosos pertenecen a órdenes religiosas, aunque solicitan permiso para llevar una vida eremítica. El beato Carlos de Foucauld (1858-1916) constituye un caso emblemático. Habiendo sido un militar de vida disipada y un explorador de Marruecos, se convirtió al catolicismo y vivió como monje trapense, primero en Francia y luego en Siria.
Más tarde abandonó la Trapa para llevar una vida eremítica aún más exigente en el desierto del Sahara argelino, aunque su espiritualidad incluyó numerosos rasgos de servicio hacia los más abandonados, porque todo eremita es compasivo y caritativo. Su figura, simbolizada en la célebre “Oración de Abandono” constituye una renovación del ascetismo y de la llamada espiritualidad del desierto en pleno siglo XX.
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MODO DE VIDA
Un eremita no desea visitar a nadie ni ser visitado por nadie. No desea viajar, ni que nadie viaje para verlo. Se retira a los lugares más alejados del mundo para no ser encontrado por nadie. No pide nada a nadie. Sólo pide que lo dejen en paz. Esto es lo mismo que llevo haciendo en varias vidas.
Nunca cojo el teléfono, ni voy a ninguna fiesta, ni voy a ningún evento social como no sea una conferencia. No me gusta la prensa rosa ni las redes sociales porque no deseo contar mi vida, ni me interesa la vida de los demás. Sólo salgo de mi casa a comprar comida, y cuando alguien llama a mi puerta me alarmo mucho. Cada vez que tengo que salir a la calle me cuesta un esfuerzo sobrehumano. Sólo salgo para alimentar a mis gatitos callejeros. Pueden pensar que tengo ‘agorafobia’, porque me da igual lo que piensen. La agorafobia es aversión a los espacios abiertos públicos, como plazas, avenidas, calles, etc. pero no hay aversión a la naturaleza.
En mi caso, estoy cumpliendo una misión sagrada de divulgación, ejerciendo mi profesión para ganarme la vida, pero algunos creen que laboro sólo por dinero, cuando en realidad es mi misión de vida. Una vez que termine esta misión y tenga medios suficientes, deseo perderme en el lugar más alejado del mundo para que nadie me encuentre.
Sólo volveré al mundo cuando alcance la autorrealización espiritual de los inmortales, cuando obtenga la trascendencia y la ascensión en cuerpo físico. Y no volveré porque me encante el mundo ni la sociedad, de la que reniego con todas mis fuerzas, sino únicamente para ayudar a la Humanidad, y luego me marcharé definitivamente a otro mundo. No me interesan los asuntos mundanos aunque informe de ellos.
MAGO Y ERMITAÑO
Actualmente he asumido el arquetipo del Mago del Tarot para cumplir mi misión de vida, igual que el sabio Diógenes con su linterna en busca de la Verdad, pero mi verdadero arquetipo e identidad profunda es la carta del Ermitaño del Tarot.
El significado del Mago del Tarot indica energía, salud y una gran fuerza de voluntad. Se trata de utilizar de la mejor manera posible todo tu poder y disponer de conocimientos y sabidurías que llegan a ti para que cumplas tus objetivos.
Por el contrario, el Ermitaño del Tarot representa el examen de conciencia, la introspección, la soledad como auto conocimiento, la guía interna, la vida ascética, el guía, el estudio, la erudición, la búsqueda, la reflexión.
El sabio Diógenes de Sinope defendió la idea de la autosuficiencia: una vida natural e independiente de los lujos de la sociedad. Según él, la virtud es el soberano bien. Los honores y las riquezas son falsos bienes que hay que despreciar. El principio de su filosofía consiste en renunciar por todas partes a lo convencional y oponer a ello su naturaleza. El sabio debe tender a liberarse de sus deseos y reducir al mínimo sus necesidades.
Autosuficiencia es el estado en que el abastecimiento de bienes depende de uno mismo; de modo que no se requiere ayuda, apoyo o interacción externa para la supervivencia. Es una forma de completa autonomía personal o colectiva, identificada con la independencia espiritual.
CONCLUSIÓN
Por lo tanto no piensen que soy uraño o antisocial, simplemente que mi camino espiritual es solitario, independiente y escondido, y me lo he tomado muy en serio. No busco fiestas, ni agasajos, ni convivencias. Sólo busco oración, ayuno, silencio, meditación, contacto con la naturaleza en soledad, lectura y estudio constante.
Soy el ser más feliz del mundo cuando consigo pasar un mes sin hablar con nadie, ni que nadie hable conmigo. El ser sociable como lo soy ahora, como comunicador, es algo que va contra mi naturaleza porque me desgasta y me estresa, aunque sea mi profesión y mi misión de vida, pero soy periodista vocacional.
Piensen en mi como un monje trapense con voto de silencio, como un benedictino o un capuchino, y por favor respeten mi camino. Si alguna vez necesito ayuda la pediré, pero me apaño muy bien sin ayuda. El poder llevar esta vida de retiro no lo cambiaría ni por todo el oro del mundo.
No pararé hasta que alcance la iluminación para el beneficio de todos los seres, y entonces, y sólo entonces, me entregaré al servicio directo del prójimo para cumplir mi misión de bodisatva. En este sentido el mayor servicio que se puede hacer a la Humanidad es iluminarse.
No recomiendo a nadie que siga mi camino. Simplemente es mi camino personal, y no deseo hacer proselitismo como si fuera una secta, pero no excluyo que haya muchos otros seres vivos que hayan elegido un camino parecido al mío. No busco la aprobación de nadie, ni critico ningún otro camino, porque todos son respetables. Lo único que no se respeta es la interferencia con el libre albedrío sagrado de cada uno, que es un derecho divino de nacimiento.
Pienso que el objetivo supremo de la vida humana es alcanzar la iluminación, pero otros pueden pensar otras cosas diferentes. Todos buscamos la felicidad y tratamos de evitar el sufrimiento, pero lo hacemos de modo diferente. Los caminos para llegar a Dios son infinitos y nadie tiene el monopolio de la iluminación. El único camino verdadero es el que sigue el corazón, el que sigue los impulsos de su Alma, y seguro que no hay dos iguales porque cada ser es único y singular en todo el cosmos.
Todos los seres humanos somos iguales en derecho, libertad y dignidad, pero cada uno de nosotros tiene un origen cósmico diferente, unos dones o habilidades profesionales diferentes, una misión de vida diferente, y un destino diferente. Mientras vivamos en este mundo debemos tratanos con igualdad y respeto, pero cada uno debe vivir su propia libertad. Juntos pero no revueltos.
(*) Periodista
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