No necesitamos ningún estudio o informe estadístico, para conocer el alcance de la incultura en España; todos los días nos damos de bruces con sus efectos y estragos.
Lo que parecía, si no imposible, sí dificilísimo, que esa incultura y atraso educativo fueran a más, se ha producido, y materializándose, además, en las nuevas generaciones, en esas que, en teoría, andan estudiando. Pero, ¿qué estudian los niños, los adolescentes y jóvenes españoles para que sean incapaces de comprender el lenguaje escrito... ¡en español!?
Que leían mal, silabeando, deletreando casi, sudando y resoplando como ante un jeroglífico, ya se venía viendo desde hace unas cuantas décadas, y la prueba concluyente y definitiva era que, por huir de semejante esfuerzo, dejaban de leer absolutamente según se iban haciendo mayores, pero lo que no podíamos saber es que, además de leer de pena, no se enteraban de nada de lo que leían.
Así, analfabetos no ya potenciales, sino esenciales, iban pasando de curso, y así, tan ternes, llegaban incluso a la Universidad y hasta a la licenciatura, pero hasta que los informes internacionales sobre educación y conocimiento no han llegado con sus siniestras noticias, no hemos relacionado la burricie imperante, el botellón, el uso desatentado de las nuevas tecnologías, la mala educación o la violencia en las aulas con el hecho de que sus protagonistas no saben, en realidad, hacer la “o” con un canuto, y que, si por chiripa les saliera la “o”, no la entenderían, al verla escrita, en absoluto.
Nuestros chicos no son más tontos que los otros, sino que son víctimas de un desamparo cultural y educativo que no se ve ni entre los indígenas, es un decir, de Nuevas Hébridas o del Amazonas, y unos, incapaces de entender otra lectura que los ágrafos mensajes de móvil que les mandan los amigos, serán víctimas de por vida, en tanto que otros, más espabilados que no más listos, se convertirán en verdugos.
Lo que parecía, si no imposible, sí dificilísimo, que esa incultura y atraso educativo fueran a más, se ha producido, y materializándose, además, en las nuevas generaciones, en esas que, en teoría, andan estudiando. Pero, ¿qué estudian los niños, los adolescentes y jóvenes españoles para que sean incapaces de comprender el lenguaje escrito... ¡en español!?
Que leían mal, silabeando, deletreando casi, sudando y resoplando como ante un jeroglífico, ya se venía viendo desde hace unas cuantas décadas, y la prueba concluyente y definitiva era que, por huir de semejante esfuerzo, dejaban de leer absolutamente según se iban haciendo mayores, pero lo que no podíamos saber es que, además de leer de pena, no se enteraban de nada de lo que leían.
Así, analfabetos no ya potenciales, sino esenciales, iban pasando de curso, y así, tan ternes, llegaban incluso a la Universidad y hasta a la licenciatura, pero hasta que los informes internacionales sobre educación y conocimiento no han llegado con sus siniestras noticias, no hemos relacionado la burricie imperante, el botellón, el uso desatentado de las nuevas tecnologías, la mala educación o la violencia en las aulas con el hecho de que sus protagonistas no saben, en realidad, hacer la “o” con un canuto, y que, si por chiripa les saliera la “o”, no la entenderían, al verla escrita, en absoluto.
Nuestros chicos no son más tontos que los otros, sino que son víctimas de un desamparo cultural y educativo que no se ve ni entre los indígenas, es un decir, de Nuevas Hébridas o del Amazonas, y unos, incapaces de entender otra lectura que los ágrafos mensajes de móvil que les mandan los amigos, serán víctimas de por vida, en tanto que otros, más espabilados que no más listos, se convertirán en verdugos.
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