¿Cómo se hace una crisis de gobierno tan potente y con tanta gente implicada como la de ayer sin que se filtre antes y se estropee? ¿Con quién se consulta? ¿Tiene colaboradores de confianza alrededor el presidente del Gobierno como para preparar algo tan delicado? Una crisis similar, muy similar, estuvo a punto de ejecutarse antes del verano y se estropeó. Los dos nombres principales de entonces, Alfredo Pérez Rubalcaba y José Blanco, han sido ahora también básicos. Pero con resultados diferentes.
Entonces se especuló con que el nuevo vicepresidente primero podría ser el ahora ministro de Fomento, que desbrozaría en su cargo el camino del titular de Interior para un futurible relevo de José Luis Rodríguez Zapatero como próximo candidato del PSOE a la presidencia del Gobierno en 2012. Aquella operación no salió. Entonces se achacó aquel fracaso a la excesiva ambición pública de algunos de los protagonistas. Pero de aquel amago no salió bien parada, tampoco, la secretaria de Organización del PSOE, Leire Pajín , que le servía al presidente de contrapeso. Aún le sirve en ese cometido. Y en otros.
Hay muchos dirigentes del Gobierno y del PSOE que cuestionan en privado la labor de la hasta ahora secretaria de Organización. Pero Pajín se ha mantenido en su cargo y ahora será ministra porque ha querido Zapatero. El presidente gusta de fomentar varios círculos de opinión e influencia a su alrededor. El primer núcleo, el central, en cualquier caso, lo forman sobre todo dos personas: José Blanco y Alfredo Pérez Rubalcaba . Era así antes y ahora lo será seguramente más. Pero el líder socialista busca también otras voces.
Para cerrar esta crisis abierta desde antes del verano, el presidente ha consensuado ideas obviamente con Blanco, con Rubalcaba, pero también con Leire Pajín. Porque, además, la remodelación ha traído consecuencias también para la estructura interna del PSOE. Y muy relevantes de cara a un futuro congreso del partido que pudiera decidir sobre el futuro sucesor de Zapatero. Si es que Zapatero no se presenta otra vez.
Cuando el presidente picoteó algún tentempié el domingo, sobre las dos de la tarde, con un grupo muy selecto de periodistas en el pabellón de deportes El Toralín de Ponferrada aún tenía muchas dudas sobre lo que venía tramando desde hacía meses. Los periodistas, enviados desde los medios nacionales, le preguntaron hasta tres veces por la crisis. El presidente negó tres veces y aseguró que solo relevaría a Celestino Corbacho en el Ministerio de Trabajo. Aunque el propio Corbacho algo se olía. En los últimos días justificaba el retraso en su cese porque "a lo mejor hay algo más".
Las dudas del presidente del domingo se despejaron algo cuando comprobó que tenía apoyos parlamentarios suficientes para agotar la legislatura con el PNV y Coalición Canaria. El lunes iba a recibir a Paulino Rivero (CC) con ese objetivo.
Zapatero dejó las conspiraciones de Ponferrada en marcha y volvió a Madrid, se encerró en La Moncloa y habló esa tarde del domingo en privado con María Teresa Fernández de la Vega . Presumía que prescindir de la vicepresidenta en la que se ha apoyado tanto estos seis años iba a ser difícil. Pero resultó más fácil de lo previsto. Estuvo muy comprensiva.
Entonces Zapatero se animó a ejecutar una crisis amplia, con mucha experiencia y pesos pesados, la que le venían reclamando barones y secretarios generales de varias federaciones. La que demandaban desde Cataluña, que tiene dentro de un mes unas elecciones lastradas por la abstención de los socialistas, y la que iba a ser tan bien acogida este sábado en el Comité Federal. Se convenció. Era el momento. Antes de que en enero empiece a notarse la recuperación económica. Y Zapatero empezó a tirar de móvil. Tenía el lunes y el martes para cerrar todo el paquete de cambios. Y debía ser discreto para que no se vinieran otra vez abajo.
Charló con Blanco, Rubalcaba y Pajín. Cuadró el círculo de esos intereses tan variados. Y empezó a planificar citas. El martes había pleno en el Congreso de los Diputados sobre los Presupuestos Generales del Estado. Otro buen lugar para las conspiraciones. La zona de Gobierno preparada en la Cámara baja puede llegar a estar muy concurrida, pero también puede ser muy reservada. Propicia para confidencias. El martes por la tarde, entre las siete y las diez de la noche, se ejecutó todo.
Inició entonces Zapatero un periplo de entrevistas y llamadas. A la primera que telefoneó fue a Trinidad Jiménez . El último fue Ramón Jáuregui , al que llamó y pilló mientras estaba cenando en Estrasburgo. Con algunos de los ministros salientes tuvo deferencias. Aprovechó que Miguel Ángel Moratinos estaba el martes en el pleno y se lo llevó a su despacho. Charlaron 20 minutos. El ministro lo encajó como pudo. Tenía inminentes viajes de trabajo en marcha.
Ya de noche avanzada, cuando la crisis revoloteaba por las redacciones, el presidente volvió a llamar a Blanco, Rubalcaba y Pajín. Y a otros. Y les contó que el plan había salido bien. Y que estaba "de vuelta".
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