En
aquellos años del estertor del tardofranquismo Antonio pertenecía al
FRAP (Frente Revolucionario Antifascista y Patriótico), organización
todavía no radicalizada y que precisamente Antonio abandonó hacia el PCE
cuando comenzaron a utilizar la violencia contra policías y militares.
De los tiempos de aquella célula en mi Facultad recuerdo algunas
anécdotas que implicaban, de alguna manera, a nuestro condíscipulo
cartagenero Arturo Pérez-Reverte y a su mejor amiga de clase, Helena
Hedilla, hija primogénita del falangista rebelde contra Franco, Manuel
Hedilla, y en otras al tristemente célebre comandante Pardo Zancada,
igualmente compañero de estudios, a raíz de su posterior aparición
coprotagonista en el golpe militar del 23-F de 1981.
Luego,
nuestro tercer encuentro se produce en Alicante en 1976, donde ambos
residíamos ya por cuestiones de trabajo y, en su caso, de activismo
político también. En mi calidad de redactor político del diario Información
lo comienzo a frecuentar al ocupar él un cargo relevante en la
estructura del PCE a nivel provincial, incluso regional, precisamente
donde conoce a su esposa Elvira, leonesa, en 1978 en Valencia, para
casarse ese mismo año. En su capilla ardiente destacaban hoy, junto la
corona de flores del Ayuntamiento de Alicante, otras de partidos
políticos incluida la enviada desde el PSPV-PSOE.
Tras
una intensa actividad política e ideológica, siempre desde una
coherencia a prueba de bomba y una honestidad sin límites, nos volvemos a
reencontrar siendo ya Antonio Arcos jefe del Departamento de
Estadística del Ayuntamiento de Alicante al figurar yo como promotor y
primer firmante de la solicitud para dedicar una calle de la ciudad al
profesor Antonio Pino Romero, fundador y primer director de la Escuela
Europea, también fallecido hace pocas semanas. Aunque la ex alcaldesa
Sonia Castedo pasó del tema, mi amigo empujó todo lo que pudo un
expediente ahora reactivado desde un Ayuntamiento gobernado por el
tripartito de izquierdas (PSOE-IU-Compromís), con él ya en la UCI del
hospital clínico-universitario de San Juan de Alicante los últimos
treinta días de su fecunda y entregada vida a ideales y principios.
Antonio
Arcos era de esas personas que no cambian nunca para bueno de la Humanidad. Buena gente
de Murcia. No solamente era físicamente igual que el día que nos
conocimos sino que tampoco varió ni un ápice su manera de ser y pensar.
Nada sectario, demócrata como el que más, y comprometido con la
izquierda desde una posición intelectual, ha muerto relativamente joven y
enamorado otra vez. Enamorado de su nieta Paula que, en definitiva, va a
ser quien más la echará de menos junto con sus hijos Laura, empleada en
BMN, y Antonio, licenciado en Ciencias del Deporte, y su esposa Elvira
Fernández compañera desde siempre en la política y el hogar, y hoy
funcionaria de la Seguridad Social en activo.
En los próximos días, las cenizas de Antonio Arcos se mezclarán para siempre con la tierra murciana que le vió nacer, muy cerca de La Alberca, según su deseo expresado personalmente pese a una ausencia de casi medio siglo y para estar más cerca de su madre, igualmente desaparecida hace poco a la edad de 88 años; una desaparición que tanto le impactó y le afectó, pese a su edad, por su sentido de la familia (le sobreviven en Murcia cuatro hermanas) como comunidad permanente de afectos.
Descansa, Antonio, allá donde vais los justos aunque sean agnósticos incluso ateos.
En los próximos días, las cenizas de Antonio Arcos se mezclarán para siempre con la tierra murciana que le vió nacer, muy cerca de La Alberca, según su deseo expresado personalmente pese a una ausencia de casi medio siglo y para estar más cerca de su madre, igualmente desaparecida hace poco a la edad de 88 años; una desaparición que tanto le impactó y le afectó, pese a su edad, por su sentido de la familia (le sobreviven en Murcia cuatro hermanas) como comunidad permanente de afectos.
Descansa, Antonio, allá donde vais los justos aunque sean agnósticos incluso ateos.
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